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No rotundo a Bolonia
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Cristina Falkenberg

El Valor del Derecho

Por
Cristina Falkenberg

No rotundo a Bolonia

Mis estimados lectores me van a permitir que este espacio sirva este fin de semana para dar voz al importantísimo “Manifiesto de profesores de Derecho” rotundamente

Mis estimados lectores me van a permitir que este espacio sirva este fin de semana para dar voz al importantísimo “Manifiesto de profesores de Derecho” rotundamente contrario a que se aplique Bolonia a los planes de estudio de esa disciplina. El Manifiesto no está teniendo el eco que debiere. Sin embargo ello no le resta un ápice de gravedad a las consecuencias nefastas que tiene y siempre ha tenido, la degradación de la profesión jurídica. Si quienes tienen que hacer las leyes y aplicarlas simplemente no están preparados para ello ni tienen talla moral, el país será un absoluto caos.

Dice así: “El proceso de reforma de los planes universitarios conocido como proceso de Bolonia puede suponer para los estudios de derecho en nuestro país un paso atrás, seguramente irreversible, que determinará la degradación de las profesiones jurídicas y el empequeñecimiento de la aportación de los juristas a la organización de la convivencia y la estructuración de la sociedad española del siglo XXI. El daño que tal retroceso ocasionará a la construcción de las instituciones y la articulación de las relaciones entre ciudadanos y poderes públicos no puede ser pasado por alto. Nos sentimos por ello en el deber de hacer una seria advertencia a la comunidad universitaria y a la autoridad educativa, y solicitar con toda firmeza que los estudios jurídicos sean excluidos del proceso de Bolonia y tratados con el rigor que su importancia requiere.”

En efecto, Bolonia deja el Derecho en agua de borrajas: simplemente no forma a juristas capaces de nada en absoluto. Es como si los médicos dejasen de estudiar histología y anatomía. Y en un mundo global donde algunas grandes guerras se libran en Tribunales y los Organismos Internacionales, podemos estar bien seguros que nos las van a dar todas en un carrillo como no tengamos buenos juristas que nos defiendan. En cuanto a la gestión y organización del Estado será todo ello un disparate de tamaño mayúsculo—aún más de lo que es hoy, que todo es posible. Cierto: “El camino que está tomando en nuestro país el diseño de los planes de estudio para la formación en derecho ignora el papel de los juristas en la compleja sociedad actual, y se dirige a fomentar un perfil inferior de profesional como mero aplicador mecánico de normas vigentes.”

Bolonia pretende reducirlo todo a unos ridículos cursillos absolutamente frustrantes para cualquiera medianamente inteligente, conduciendo al fracaso académico. “En una realidad jurídica e institucional muy compleja, con ámbitos de regulación y decisión política extremadamente diversificados, y marcos normativos de convivencia heterogéneos, el jurista ha de sustentar su actividad profesional en una sólida formación general y básica, con un sentido profundo de la estructura del orden jurídico y un dominio de las categorías que constituyen la columna vertebral de las distintas instituciones y disciplinas que ha de aplicar.” La regulación que producen nuestros Gobiernos y Cortes es de pésima calidad, en ello coincide cualquier jurista con un mínimo de nivel. ¿Qué será el día que no haya personas preparadas? ¿Qué jueces nos esperan? Pues alguien tendrá que dirimir los pleitos, las diferencias entre las personas, en suma. ¿Qué fiscales defenderán al menor indefenso? Porque no dejará de haberlos… ¿Y qué letrados van a escribir el texto de la ley, esa que cae sobre uno de manera implacablemente? ¿O dejamos de hacer leyes?

Respecto de éstas, tener un cuerpo de juristas medianamente decente permitirá que “…esas normas que posibilitan la convivencia humana sean operativas en la realidad social, y los ciudadanos y los organismos públicos puedan ser orientados por profesionales del derecho conscientes de su ineludible misión de gozne entre el poder y los individuos y grupos sociales. Los juristas no deben concebirse a sí mismos como meros aplicadores de pequeñas parcelas del derecho vigente.” Y es que el Derecho sirve desde la noche de los tiempos, para regular los cauces por los que discurre la vida social. “Ubi societas, ibi ius”, que decían los romanos: donde hay sociedad, hay Derecho; y hasta la fecha, que se sepa, el hombre es un animal social.

Frente a la mezquina, aburridísima y pacata microespecialización que se pretende, “Un jurista versátil, conocedor de la historia de las instituciones, poseedor de las herramientas conceptuales básicas de cada disciplina, formado en la sistemática del ordenamiento y que domine las técnicas del raciocinio y la argumentación jurídica, es capaz además de acceder en poco tiempo a cualquier reducto especializado del orden jurídico.” Cierto, la propuesta de Bolonia, “adopta la forma de una apuesta mediocre por los conocimientos supuestamente prácticos y útiles del derecho con la vista puesta en un grado destinado a servir de carta de presentación en los primeros niveles del mercado de trabajo. Después todo se fía a los “masters”. Pero ¿qué clase de trabajo puede aspirar a desarrollar una suerte de auxiliar jurídico? ¿Y qué “master” serio puede imaginarse a partir de un grado como ese?” Pues dígase claramente: ninguno, y en un mundo global, menos, porque vendrá otro, que ese sí, sabrá Derecho, y se llevará el gato al agua, como suele decirse.

“Las primeras experiencias del proceso de Bolonia aplicado al Derecho han sido en algunos países tan desastrosas que han determinado su abandono. El más admirado entre nosotros desde el punto de vista de estos estudios, Alemania, simplemente ha declinado la invitación europea a unirse a la aventura. En las pocas Facultades españolas que ya se están impartiendo se ha conseguido que funcionen sin ruidos simplemente porque los estudios según el plan ¡son más fáciles que los anteriores! De hecho se trata de continuar en la infantilización del estudiante universitario mediante simples manuales, “deberes” semanales sencillos, y controles periódicos de examen, como en la enseñanza secundaria. Todo ello ha de llevarnos al convencimiento de que el proceso de Bolonia tal y como está siendo proyectado sobre los estudios de Derecho, supondrá con toda probabilidad una degradación de la formación del jurista y un perjuicio social irreparable para el futuro de la construcción de la sociedad española tanto por lo que atañe a su articulación interna como por lo que respecta a sus relaciones internacionales y globales. Sencillamente no tendremos juristas aptos para afrontar ese futuro.”

¿Quiénes firman? Lo mejor, de lo mejor de nuestro Derecho: esos, de entrada. Esas personas que aún creen que una Universidad de calidad es una de las garantías de futuro de un país. Algunos de los firmantes fueron redactores de grandes leyes o disipadores de grandes dudas, por ejemplo si la Constitución que hoy invocamos a todas horas, era directamente aplicable o no. Fue Eduardo García de Enterría: el primero de la lista. Y de cada uno de ellos se podrían comentar numerosos hitos doctrinales que hace que hoy nos juzguen con más racionalidad, y que tengamos ciertos derechos ante las Administraciones Públicas aunque nos los quieran quitar… y tantas y tantas cosas que hacen posible una vida con un mínimo de justicia. Siguen Luís Díez-Picazo, Aurelio Menéndez, Francisco Laporta, Enrique Gimbernat, Francesc De Carreras, Tomás-Ramón Fernández, Santiago Muñoz Machado, Manuel Atienza… Algunos me dieron clase: pueden estar bien seguros de que no tenían ninguna necesidad de dar esas clases para vivir. Las daban porque sentían que tenían algo que transmitir, que su inmenso conocimiento debía pasar a las generaciones futuras, porque sólo así nuestro país seguiría valiendo la pena. Y muchos de ellos acababan la clase y volvían corriendo al despacho. Algunos a las diez de la noche, y de ello doy fe, pero su clase en la Facultad era sagrada.

Que firme aquí todo el que siga creyendo en el Estado de Derecho, el que siga pensando que una de las grandes conquistas de la humanidad son los Derechos Humanos, y que no queremos volver a la barbarie de la ley del más fuerte, que de lo contrario, se acabará imponiendo. Puede firmar cualquiera: esto no está abierto sólo a la comunidad jurídica: está abierto a todos, porque a todos nos sujeta, nos vincula, nos aplica y nos condiciona irremisiblemente la ley. Y si no, el día de mañana, no se queje usted.

Los romanos sólo reaccionaron cuando asesinado el grandísimo Cicerón, en un gesto de burla, pusieron su cabeza y sus manos cortadas en la tribuna desde donde solía hablar.

¿Necesitaremos llegar a esto los españoles o seremos capaces de reaccionar antes?

Mis estimados lectores me van a permitir que este espacio sirva este fin de semana para dar voz al importantísimo “Manifiesto de profesores de Derecho” rotundamente contrario a que se aplique Bolonia a los planes de estudio de esa disciplina. El Manifiesto no está teniendo el eco que debiere. Sin embargo ello no le resta un ápice de gravedad a las consecuencias nefastas que tiene y siempre ha tenido, la degradación de la profesión jurídica. Si quienes tienen que hacer las leyes y aplicarlas simplemente no están preparados para ello ni tienen talla moral, el país será un absoluto caos.