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Las metáforas del debate. ¿Sensaciones o convicciones?
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Fran Carrillo

En la cocina de la campaña

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Las metáforas del debate. ¿Sensaciones o convicciones?

Un debate político se trabaja en la cocina, se pule en el armario y se ejecuta en el salón. El panel de metáforas será importante para que cada mensaje multiplique su efecto en el cerebro del votante

Foto: Mariano Rajoy y Pedro Sánchez. (EFE)
Mariano Rajoy y Pedro Sánchez. (EFE)

Un contexto incierto, debates de formato múltiple, indecisos que no confiesan lo que su mente les susurra al oído, una incertidumbre demoscópica que juega con el concepto volatilidad como mantra para justificar sus posibles desaciertos del 20-D. Claves todas ellas que explican que el debate de esta noche entre Rajoy y Sánchez sea vendido como decisivo, como el antes y después de una campaña a punto de desequilibrarse por su parte más previsible: el voto sociológicamente conservador de una ciudadanía tradicional en su forma de decidir quién la gobierna. Durante dos horas no sabremos si veremos a un presidente y un aspirante o por el contrario a dos candidatos prescindibles a corto plazo por dos formaciones que serán castigadas, pero no humilladas, en unos comicios que empiezan a ser largos, muy largos, demasiado. En realidad, la campaña no empezó el 4 de diciembre. Se inició en el mismo momento en que Podemos nació y Ciudadanos creció.

Pero volvamos al debate. A mí estos formatos enlatados nunca me han seducido. La visión que me permite estar entre las bambalinas de la política incluye una crítica hacia la vía que se usa en este 'show' catódico. No se tiene claro si se quieren debates de pie o sentado, con o sin atril, con público protagonista o de atrezo. Cuando perfectamente serían aplicables los debates en tres formatos: sentado con un moderador que controle las intervenciones, de pie con atril y un periodista que ejerza de controlador crítico, que reformule preguntas si no han sido contestadas, y de pie con público segmentado y que pueda intervenir, preferiblemente en espacios sociales como universidades, y con un escenario en el que el orador pueda moverse y acercarse a sus interlocutores. Para conocer cómo actúan y si sobreactúan, ver a la persona a través del personaje.

Debates, en suma, construidos para que el error no deslegitime una campaña rajada a golpe de bisturí preciso, sabedores los arquitectos que lo diseñan y negocian que, si el cauce no se desvía, un cara a cara apenas si modifica la voluntad del ciudadano cuando deposita su confianza en la urna. Pase lo que pase en la mesa, y a pesar del contexto de renovación imperante en la sociedad, lo que se cocina en la última semana de campaña, la más importante de todas, es la consolidación o desplome de una alternativa. El jaque mate demoscópico vendrá de la mano de los de siempre (electores), no de los nuevos (partidos)...

Se trata, como siempre, de conocer el contexto para saber qué conceptos usar, pero también para entender a los demás, como bien defiende Rafa Rubio, un gran estratega de campaña. Porque para desmontar a un adversario antes hay que interiorizar cómo piensa y siente, por qué construye esos mensajes y si es pertinente diseñar una buena réplica o adoptar una táctica de 'laissez faire, laissez passer'.

Porque en un debate político, lo relevante no es lo que dices, sino cómo proyectas lo que dices. De esa visión nace la identificación del votante. Aquí Sánchez debe marcar bien qué mensaje desea que recuerden al día siguiente los ciudadanos para que puedan hablar de él, compartirlo, reproducirlo e interiorizarlo como bueno y propio. Ganar la venta del mensaje ganador, edificar el caballo ganador al que se sube un porcentaje amplio de la población, propiciar esa retórica de la intransigencia de Hirchsman de la que tan bien hablaba Esteban Hernández en este periódico el otro día.

Un debate político se trabaja en la cocina, se pule en el armario y se ejecuta en el salón. El panel de metáforas será importante para que cada mensaje multiplique su efecto en el cerebro del telespectador. Cuidado con usar y abusar de las historias: si no son verosímiles, si no explican el contexto, si no logran que se visualicen como reales e incluso propias, mejor no las uses. A Rajoy no le funcionó en 2008; a Sánchez, en repetidas veces en esta campaña.

Eso es lo que deberán decidir hoy ambos oradores. Uno, para demostrar que el cansancio de las tareas de Gobierno no le merma para explicar en dos horas lo que no ha contado en cuatro años. El otro, para superar ese legado de partido que ya no suma, mejorar las expectativas (pocas) que hay sobre él y forjarse como alternativa (única) y no como alternancia (una más). El manejo de las convicciones frente al tablero de las sensaciones. Liderazgo de despacho frente a liderazgo de salón, una dicotomía que en la mente del espectador volará posiblemente hasta que termine la contienda dialéctica.

Un contexto incierto, debates de formato múltiple, indecisos que no confiesan lo que su mente les susurra al oído, una incertidumbre demoscópica que juega con el concepto volatilidad como mantra para justificar sus posibles desaciertos del 20-D. Claves todas ellas que explican que el debate de esta noche entre Rajoy y Sánchez sea vendido como decisivo, como el antes y después de una campaña a punto de desequilibrarse por su parte más previsible: el voto sociológicamente conservador de una ciudadanía tradicional en su forma de decidir quién la gobierna. Durante dos horas no sabremos si veremos a un presidente y un aspirante o por el contrario a dos candidatos prescindibles a corto plazo por dos formaciones que serán castigadas, pero no humilladas, en unos comicios que empiezan a ser largos, muy largos, demasiado. En realidad, la campaña no empezó el 4 de diciembre. Se inició en el mismo momento en que Podemos nació y Ciudadanos creció.

Mariano Rajoy Pedro Sánchez