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El escrache de Tejero y Armada
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El escrache de Tejero y Armada

  Era febrero de 1981; el día 23 de ese mes, el Congreso de los Diputados celebraba una sesión para elegir presidente del Gobierno puesto que Adolfo Suárez,

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Era febrero de 1981; el día 23 de ese mes, el Congreso de los Diputados celebraba una sesión para elegir presidente del Gobierno puesto que Adolfo Suárez, que había resultado ganador de las Elecciones Generales de 1979, las segundas de la democracia, había presentado su dimisión al Rey, en la creencia de que los ciudadanos habían dejado de confiar en él y en el convencimiento de que su coalición partidaria, UCD, se había convertido en una jaula de grillos imposible de manejar por quien hasta ese momento era su presidente. Suárez pudo comprobar en el congreso de esa coalición, en Mallorca, que ya no era el líder indiscutible de la Unión de Centro Democrático.

Cuando se estaba celebrando la votación y un secretario de la Mesa del Congreso leyó el nombre del diputado Manuel Núñez Encabo, una de las puertas que dan paso al hemiciclo se abrió violentamente dejando entrar a uno de los ujieres del Congreso que, gritando, subió por una de las escalerillas que dividen el hemiciclo. Inmediatamente se escucharon tiros en el pasillo del Congreso y por la puerta contraria a la que había roto el ujier, entró un teniente coronel de la Guardia Civil, pistola en mano, gritando aquello de: “¡Quieto todo el mundo!”.

Mientras el jefe de los amotinados se dirigía a la Presidencia del Congreso que ocupaba Landelino Lavilla, por todas las puertas comenzaron a aparecer guardias civiles, incluida la entrada al hemiciclo por la parte trasera del mismo, por cuya puerta disimulada sólo se puede acceder si se sabe que esa puerta existe. “¡Al suelo! ¡Al suelo!”, repetía Tejero que ya había llegado a la altura de la presidencia y encañonaba con su pistola reglamentaria al presidente Lavilla. No sé si por el estupor o por la sorpresa, nadie acató la orden del sublevado que, repitiendo la misma letanía, esa vez acompañó sus histéricos gritos con fuego real; dicho y hecho, el resto de los guardias civiles apretaron el gatillo de sus metralletas y el sonido atronador consiguió que todos, menos Suárez y Carrillo, cumplieran la ensordecedora orden.

Ya se sabe lo que pasó. Allí estuvo secuestrado el Congreso y el Gobierno hasta el mediodía siguiente.

Si una votación es la consecuencia del chantaje, la coacción, el miedo o el temor, lo votado no vale

¿Qué ocurrió en esas 18 horas? Por un lado un guardia civil, utilizando métodos al margen del sistema democrático, trató de cambiar la voluntad de los españoles que, tres años antes, habían decidido vivir democráticamente amparados por una Constitución votada por la soberanía nacional. No era nuevo el procedimiento; en las pocas oportunidades que España ha tenido de vivir democráticamente, o bien pronunciamientos, o bien golpes de Estado, o bien guerras civiles, acabaron con la experiencia. Los españoles, al contrario de lo que pasó en algunos países europeos (Alemania, Italia), no dimos poderes desde el Parlamento democrático a nadie para que desde dentro del sistema terminara con el sistema. Tejero no lo consiguió en esa ocasión y los españoles creímos que ese fracaso nos vacunaba contra el golpismo, máxime cuando poco después entramos en la UE y en la OTAN que, además de lo que significaban, suponían un escudo antigolpista.

Pero a lo largo de esa noche, el general Armada pretendió entrar en el hemiciclo para proponer a los diputados que votaran un gobierno de salvación nacional, presidido por él. No parece que el general Armada tuviera la intención de retirar a los guardias civiles que apuntaban con sus metralletas a los diputados. No sé qué hubiera pasado si Tejero hubiera dejado a Armada hacer su propuesta y pedir su votación con cincuenta o sesenta metralletas apuntando a los diputados. Pero, en el supuesto de que cohibidos, acosados y amedrentados los diputados hubieran votado que sí, todo el mundo, dentro y fuera de España, hubiera sabido que esa votación no habría tenido validez, cualquiera que hubiera sido el destino final de la aprobación de un Gobierno así elegido.

Una votación realizada por la coacción de los que querían imponer su voluntad no hubiera tenido el más mínimo respaldo de la ciudadanía, aunque Armada hubiera salido de allí investido presidente alegando que había conseguido el voto de los diputados.

Si una votación es la consecuencia del chantaje, la coacción, el miedo o el temor, lo votado no vale.

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Era febrero de 1981; el día 23 de ese mes, el Congreso de los Diputados celebraba una sesión para elegir presidente del Gobierno puesto que Adolfo Suárez, que había resultado ganador de las Elecciones Generales de 1979, las segundas de la democracia, había presentado su dimisión al Rey, en la creencia de que los ciudadanos habían dejado de confiar en él y en el convencimiento de que su coalición partidaria, UCD, se había convertido en una jaula de grillos imposible de manejar por quien hasta ese momento era su presidente. Suárez pudo comprobar en el congreso de esa coalición, en Mallorca, que ya no era el líder indiscutible de la Unión de Centro Democrático.