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¡Que veintitrés no valgan como uno!
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Juan Carlos Rodríguez Ibarra

En Nombre de la Rosa

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¡Que veintitrés no valgan como uno!

Si yo fuera víctima del terrorismo etarra pensaría y, seguramente, diría, lo que algunas asociaciones cuando se conoció la sentencia de Estrasburgo

Foto: La etarra Inés del Río sale de la cárcel. (Efe)
La etarra Inés del Río sale de la cárcel. (Efe)

Si yo fuera víctima del terrorismo etarra pensaría y, seguramente, diría, lo que dijeron algunas asociaciones de víctimas del terrorismo cuando el lunes pasado se conoció la sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo. Y lo haría porque entre mis deberes cívicos no entran los de hacer cumplir las leyes, sean estas españolas o comunitarias. Como ciudadano sólo llego a cumplirlas. La persona que ha visto asesinar a un familiar no tiene más que pensar en las víctimas y en el castigo, lo más duro posible, para los verdugos, para los asesinos. Si no fuera así, si el comportamiento humano no respondiera a ese esquema, no estaríamos hablando de personas, sino de máquinas. Por lo tanto, a nadie debe extrañar ni escandalizar que las víctimas sientan indignación. Yo, también. Para contener ese afán de venganza que anida en el corazón humano cada vez que ocurre algo que la cabeza no llega a comprender, se constituyó el Estado para que la convivencia entre los humanos se rija por normas que obliguen y protejan a todos, incluidos los seres más sanguinarios y repugnantes que habitan entre nosotros. Las leyes por las que nos regimos ni son inmutables ni siempre son todo lo justas que las circunstancias requieren en cada momento. El Código penal de 1973 fue una de las muchas cosas que heredamos de la dictadura, junto con el terrorismo etarra y otros tipos de terrorismo. El franquismo, que por lo visto se comía a los terroristas de tres en tres, no fue capaz de terminar con ese desgraciado fenómeno que se inició en España cuando el dictador estaba en plenitud de facultades, a pesar de que entre las penas que imponía ese código, la pena de muerte era el culmen de la dureza del régimen. Y como no acabaron con el terror, nos lo traspasaron para que los demócratas acabáramos con lo que empezó con ellos y terminó con nosotros.

Y acabamos con ellos, y ETA se rindió. Ahora el Tribunal Europeo de Derechos Humanos se ha encargado de recordarnos que, sintiéndolo mucho, nos hemos pasado de frenada en la interpretación de las leyes que protegen esos derechos. Pero eso no borra la victoria de los demócratas sobre ETA; como mucho, y es demasiado, oscurece el corazón de las víctimas y hace derramar lágrimas de dolor a los que no entendemos que quienes desafían las leyes y la vida humana estén protegidos por esas mismas leyes.

Toda victoria siempre viene acompañada de muchísimo dolor. Nada resulta gratis y lo difícil siempre se consigue con esfuerzo, sacrificio y dolor, ¡mucho dolor! Por eso, comprender y solidarizarse con el sentimiento que transmiten las palabras de quienes no han podido sentirse vencedores frente a la mugre etarra es algo que no daña a otros ni puede herir la sensibilidad de los juristas, pero que sana y reconforta a los que son herederos de sangre y de ideas de aquellos a los que se les arrancó del libro de los sucesos las páginas de su sencilla y también honesta trayectoria.

Unos mataron siempre por la espalda. ¿Qué decir de los que aplauden a los que mataron cobardemente?

La etarra Inés del Rio salió, y con ella saldrán decenas de asesinos que no conocen el valor de la vida humana. Deseo que vivan el tiempo que les quede con el sentimiento de que las leyes les han permitido estar en la calle y no en prisión. Esas leyes que hicimos y escribimos con la sangre de quienes hoy no están en la calle, sino en los cementerios, y que desde sus tumbas nos remiten el siguiente mensaje: “Piensen en nosotros y ocúpense de que no haya más nosotros. Hagan leyes para que 23 no valgan lo mismo que uno y para que nadie quede impune si aplaude a quienes nos asesinaron”.

Matar es repugnante, pero vitorear a quien lo hace es pura cobardía. Esos merecen tanta o más cárcel que los asesinos. Unos mataron siempre por la espalda. ¿Qué decir de los que aplauden a los que mataron cobardemente?

Mi aprecio por las víctimas no me impide renegar de quienes de nuevo vuelven a agitar las banderas del odio para dividirnos. Si los diarios La Razón y ABC conocían que Luis López Guerra era un enviado de ETA y del 'maligno' Zapatero en el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, ¿por qué no avisaron al gobierno del PP para que lo cesara y pusiera en su lugar a otro magistrado? ¿Desde cuándo lo sabían?

Si los 16 magistrados de ese Tribunal carecen de criterio a la hora de juzgar y se dejan influir por el representante español, ¿por qué el gobierno de Rajoy no cambió a López Guerra por Mayor Oreja, por ejemplo, y así habrían conseguido que ese Tribunal hubiera dictado sentencia en sentido contrario? Puesto que los jueces del Tribunal Europeo de Derechos Humanos son elegidos por la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, por mayoría, de entre una terna de candidatos que presenta cada Estado miembro, ¿qué impidió al Gobierno haber hecho la propuesta? ¿Es que este Gobierno no conocía lo que conocían La Razón y el ABC? ¿O es que es falso lo que dicen esos medios? ¿O es que este Gobierno quería que se anulara la doctrina Parot?  

Si yo fuera víctima del terrorismo etarra pensaría y, seguramente, diría, lo que dijeron algunas asociaciones de víctimas del terrorismo cuando el lunes pasado se conoció la sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo. Y lo haría porque entre mis deberes cívicos no entran los de hacer cumplir las leyes, sean estas españolas o comunitarias. Como ciudadano sólo llego a cumplirlas. La persona que ha visto asesinar a un familiar no tiene más que pensar en las víctimas y en el castigo, lo más duro posible, para los verdugos, para los asesinos. Si no fuera así, si el comportamiento humano no respondiera a ese esquema, no estaríamos hablando de personas, sino de máquinas. Por lo tanto, a nadie debe extrañar ni escandalizar que las víctimas sientan indignación. Yo, también. Para contener ese afán de venganza que anida en el corazón humano cada vez que ocurre algo que la cabeza no llega a comprender, se constituyó el Estado para que la convivencia entre los humanos se rija por normas que obliguen y protejan a todos, incluidos los seres más sanguinarios y repugnantes que habitan entre nosotros. Las leyes por las que nos regimos ni son inmutables ni siempre son todo lo justas que las circunstancias requieren en cada momento. El Código penal de 1973 fue una de las muchas cosas que heredamos de la dictadura, junto con el terrorismo etarra y otros tipos de terrorismo. El franquismo, que por lo visto se comía a los terroristas de tres en tres, no fue capaz de terminar con ese desgraciado fenómeno que se inició en España cuando el dictador estaba en plenitud de facultades, a pesar de que entre las penas que imponía ese código, la pena de muerte era el culmen de la dureza del régimen. Y como no acabaron con el terror, nos lo traspasaron para que los demócratas acabáramos con lo que empezó con ellos y terminó con nosotros.

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