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En versión liberal
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Más realismo sobre la violencia de género
Las mejores políticas no son las de mínimos aprobadas por todos, sino las de máximos debatidas enérgicamente
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Últimamente se han puesto de moda los pactos de Estado. Dada la fragmentación del Parlamento, es comprensible que el Gobierno tenga querencia por ellos, pues a los partidos tradicionales como el PP les suelen gustar las mayorías absolutas —aunque a veces no sepan qué hacer con ellas— y a falta de mayoría absoluta buscan consensos. El problema es que los consensos tienen un coste, pues a menudo hacen que se diluya la contraposición de ideas y que, como consecuencia, se llegue a acuerdos solo de mínimos. El valor de la política y la democracia está precisamente en la disensión, el desacuerdo y la dialéctica. Las mejores políticas no son las de mínimos aprobadas por todos, sino las de máximos debatidas enérgicamente.
Uno de los ejemplos de esas políticas de mínimos es el pacto de Estado sobre la violencia de género que se acordó el pasado julio con el apoyo de todas las fuerzas parlamentarias y la abstención de Podemos. Consiste en unas 200 medidas, varias de ellas interesantes, y casi todas ellas difíciles de cuestionar. ¿Quién en su sano juicio podría oponerse a que haya más prevención por parte del personal sanitario, a que se otorguen pensiones inmediatas a los huérfanos, a que se forme más a jueces y fiscales, o a que se incluyan contenidos específicos sobre igualdad en las escuelas?
El problema es que ninguna de esas incuestionables medidas, ni siquiera las de corto plazo, van a evitar que el número de muertes por violencia doméstica siga avanzando. Este año ya eran 32 las víctimas mortales en julio, cuando se acordó el pacto. Y eso sin contar las lesiones, palizas y abusos psicológicos que conforman el día a día de muchas, demasiadas, mujeres.
Cualquier parlamentario solo necesita sentarse unas horas en uno de los bancos de espera de cualquier Juzgado de Género para ver de frente la brutal realidad de lo muy lejos que estamos de atajar esta lacra social. Lo que verán, si lo hacen, son maltratadores que acuden esposados pero en actitud chulesca. Ademas, verán mujeres que han presentado denuncias por los últimos actos de maltrato, como les sugiere a menudo la policía, en vez de tomarse su tiempo para hacer denuncias amplias por todo el maltrato que han sufrido durante años.
Se darán cuenta allí de que es 'vox populi' que los abogados de los maltratadores (incluidos los de oficio, pagados por todos los españoles) presentan por norma contradenuncias falsas a las víctimas acusándolas desvergonzadamente de haberles atacado, lo cual no es más que otra forma de continuar maltratándolas. Y entenderán entonces por qué muchas mujeres retiran sus propias denuncias, pues una posible condena por esas contradenuncias falsas puede llevarlas a tener que dejar a sus hijos en manos de esos maltratadores violentos.
También observarán que casi todas las víctimas que acuden a esos juicios son de clase social baja, pues muchas de las mujeres con recursos económicos y estudios no se atreven ni a enfrentarse al estigma social del maltrato ni a los inexplicables juicios de valor por parte de los jueces sobre si dan o no el perfil de maltratada.
Desafortunadamente, además de todo eso, oirán que muchas mujeres presentan frívolamente acusaciones falsas, sin importarles las terribles consecuencias que sus falsedades tienen sobre las verdaderas víctimas de la violencia de género, que se ven por su culpa cuestionadas.
Podemos tiene razón cuando dice que las medidas deben ser más radicales y estar más enfocadas al meollo de la cuestión: la desprotección judicial
En la votación sobre el pacto de Estado, Podemos se abstuvo por considerar que la propuesta debería ser más radical y con una ‘perspectiva más feminista’. Yo no soy simpatizante de Podemos. Ni tampoco soy experta sobre violencia de género. Pero no hace falta serlo para darse cuenta de que Podemos tiene razón cuando dice que las medidas deben ser más radicales y sobre todo estar más enfocadas al meollo de la cuestión: la desprotección judicial.
Donde Podemos yerra, no obstante, es en considerar que la solución es una perspectiva más feminista. Porque aunque el maltrato doméstico afecta primordialmente a las mujeres, lo que le sobra a la legislación sobre violencia de género es precisamente el que la ‘perspectiva feminista’ haga considerar al maltrato como algo distinto de cualquier otro crimen habitual.
Lo que le sobra a la legislación sobre violencia de género es que la ‘perspectiva feminista’ haga considerar al maltrato algo distinto de otro crimen
Que yo sepa, no hay ningún otro crimen donde el perfil de la víctima influya sobre la consideración de si ha sido víctima del crimen o no: no se juzga el ‘perfil del asesinado’, del robado, o incluso de la violada. Y sin embargo aceptamos con naturalidad las dudas sobre el maltrato a una mujer que no se corresponde con el perfil tradicional de maltratada.
Tampoco hay ningún otro delito donde se considere que el perpetrador es un peligro solo para una víctima concreta: un homicida, un ladrón, un asesino, un violador, etc. se consideran peligrosos para la sociedad en su conjunto, no solo para sus víctimas. Incluso los abusadores de perros se consideran un peligro para todos los animales, no solo para un perro concreto. Sin embargo, asumimos sin más que el maltratador doméstico no va a desplegar su violencia sobre el resto de la sociedad, ni siquiera con respecto a otras mujeres, o contra sus hijos.
Solo progresaremos cuando logremos equiparar el maltrato de las mujeres con el resto de los crímenes
No conozco ninguna otra situación donde prosperen habitualmente contradenuncias hacia las víctimas por parte de los acusados como consecuencia de las pequeñas lesiones que las víctimas les puedan ocasionar en su propia defensa. Y desde luego el sistema judicial nunca consentiría que este tipo de contradenuncias falsas se interpusiese en otros delitos por norma contra las víctimas.
En la lucha internacional de Naciones Unidas contra la penosa situación de las mujeres en muchos países, solo se consiguió progresar cuando empezamos a considerar los abusos como abusos genéricos de ‘derechos humanos’, no como abusos de ‘derechos de la mujer’. En la violencia de género me temo que la situación es parecida: solo conseguiremos progresar cuando logremos equiparar el maltrato de las mujeres con el resto de los crímenes. Los que abusan, pegan y matan a las mujeres no son únicamente ‘maltratadores domésticos’ o ‘de género’, sino miserables criminales y vulgares asesinos.
Últimamente se han puesto de moda los pactos de Estado. Dada la fragmentación del Parlamento, es comprensible que el Gobierno tenga querencia por ellos, pues a los partidos tradicionales como el PP les suelen gustar las mayorías absolutas —aunque a veces no sepan qué hacer con ellas— y a falta de mayoría absoluta buscan consensos. El problema es que los consensos tienen un coste, pues a menudo hacen que se diluya la contraposición de ideas y que, como consecuencia, se llegue a acuerdos solo de mínimos. El valor de la política y la democracia está precisamente en la disensión, el desacuerdo y la dialéctica. Las mejores políticas no son las de mínimos aprobadas por todos, sino las de máximos debatidas enérgicamente.