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Echar una mano a los británicos
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Miriam González

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Echar una mano a los británicos

El acuerdo es tan general que ni siquiera está redactado como Dios manda y consiste simplemente en unos cuantos puntos en esquema: un revés para el Gobierno británico

Foto: Manifestación contraria al Brexit en Westminster. (EFE)
Manifestación contraria al Brexit en Westminster. (EFE)

La semana pasada, 20 meses después de que el Reino Unido notificara oficialmente su intención de salir de la Unión Europea, el Gobierno británico y el equipo negociador de la Unión lograron llegar a un preacuerdo. Es un preacuerdo básico, pues solo cubre los términos de salida de la Unión, es decir, del divorcio. Pero no se ha conseguido llegar a ningún acuerdo sobre la relación comercial y política que el Reino Unido y la Unión tendrán en el futuro, que es lo que quería el Gobierno británico: lo único que se ha publicado esta semana es una ‘declaración política’ sin valor jurídico y sin ninguna indicación precisa sobre los términos de la futura relación. Es tan sumamente general que ni siquiera está redactada como Dios manda y consiste simplemente en unos cuantos puntos en esquema: un revés para el Gobierno británico.

El preacuerdo ha acentuado todavía más si cabe el caos político que vive el Reino Unido desde el referéndum del Brexit, un caos que no es bueno para el Reino Unido ni tampoco para Europa: el partido conservador está sumido en una guerra civil interna, las dimisiones de ministros son habituales, hacen reuniones los unos contra los otros, se amenazan… Recuerden que David Cameron, ese premio Nobel del Sentido Común, convocó el referéndum jugándose a una carta el futuro de su país con el único objetivo de que su propio partido no se dividiera: hoy en día, es imposible que haya un partido más dividido.

Las divisiones entre los laboristas son también profundas: la mayoría no quiere que el país salga de la Unión, pero su líder es un antieuropeo de pro

Las divisiones entre los laboristas son también profundas: la mayoría no quiere que el país salga de la Unión, pero su líder, Jeremy Corbyn, es un antieuropeo de pro, que es por lo que es imposible saber cuál es exactamente la postura oficial del partido sobre el Brexit. Pero mas allá de los partidos, la división alcanza toda la sociedad británica: los que viven en las ciudades no se ponen de acuerdo con los de las zonas rurales, los escoceses e irlandeses del norte no están de acuerdo con los galeses e ingleses, los de Londres no se ponen de acuerdo con todos los demás, y lo más importante de todo, los jóvenes están en absoluto desacuerdo con la población de más edad. Se estima que un 57% de los británicos, ahora que han visto lo que supone, no quieren salir de la Unión; la mayoría son jóvenes que se han convertido en proeuropeos acérrimos.

En lo único que están casi todos de acuerdo es en que no les gusta el preacuerdo que ha negociado Theresa May: a unos porque les parece que va demasiado lejos y a otros porque creen que es menos radical de lo que debería ser. Tan solo el 19% de la población británica está a favor del acuerdo y la mayoría cree que no es bueno para el país. Pero puede que no se atrevan a rechazarlo, porque como Theresa May (cometiendo un error ‘de libro’) dio la notificación de salida de la Unión sin saber lo que quería negociar, si no hay un preacuerdo (aunque sea poco óptimo), puede que el Reino Unido tenga que salir de la Unión el 30 de marzo (que es cuando cumple el plazo) a las bravas, sin nada, lo cual sería una catástrofe. La única forma de eliminar esa amenaza sería que todos los miembros de la Unión unánimemente otorgaran más tiempo al Reino Unido; pero a falta de tal oferta, los británicos se encuentran ahora entre la espada y la pared.

Nadie sabe lo que ocurrirá en las próximas semanas: si el preacuerdo logrará pasar por el Parlamento; si no se aprobará y habrá elecciones; si en vez de elecciones habrá un segundo referéndum, o si habrá una gran crisis constitucional. Lo único que se sabe a ciencia cierta es que la volatilidad y las disensiones no han hecho mas que empezar y que continuarán mucho más allá del 30 de marzo, porque las profundas divisiones del país no se pueden solucionar con un mal preacuerdo.

Todo esto que les está ocurriendo a los británicos se lo han ganado a pulso: se pasaron años demonizando a la Unión Europea; le dieron mayoría absoluta en 2015 a Cameron cuando llevaba en su programa un referéndum sobre el Brexit; votaron salir de la Unión; eligieron como primera ministra a Theresa May, una persona sin visión ni flexibilidad, y la dejaron negociar a su antojo. Y además, en todas estas decisiones que nos afectan al resto de los europeos tan de cerca, no tuvieron nunca en cuenta el efecto que tendrían sobre nosotros.

Los problemas británicos son nuestros problemas: el comercio británico con Europa representa 274.000 millones de euros

Por ello es ahora muy tentador observar el caos que hay en el país en la distancia sin echarles una mano. Pero los problemas británicos son nuestros problemas: el comercio británico con Europa representa 274.000 millones de euros; el 13% de las inversiones extranjeras en España son británicas; el Reino Unido es el único país europeo con capacidad armamentística en todo el espectro de defensa, incluido el arsenal nuclear, y cuenta con unos servicios de inteligencia imprescindibles para la defensa colectiva de Europa, independientemente de que el Reino Unido esté dentro o fuera de la Unión. Pero es que además creemos en las mismas cosas, la democracia, la seguridad jurídica, la libertad de expresión… Hoy en día somos pocos los países que compartimos esos valores.

Yo llevo 13 años viviendo en el Reino Unido y es un país al que quiero, no tanto como al mío, pero casi. Y por ello siempre estaré a favor de ayudarles. Pero incluso aquellos que no les quieren o que les repatea el puntito de arrogancia que demuestran a veces los británicos saben que los europeos no ganamos nada con un Reino Unido tan inestable. El Reino Unido necesita que le echemos una mano. Y esa mano que necesita es tiempo: tiempo para decidir entre ellos qué tipo de relación quieren con la Unión Europea antes de dar el salto de salida de la Unión sin tener que tomar esa decisión bajo la terrible amenaza de ese plazo artificial que es el 30 de marzo. Lo que está en juego es demasiado importante para el Reino Unido y demasiado importante también para la Unión Europea, que se encuentra en uno de sus momentos mas frágiles desde su creación. Ofertarles generosamente a los británicos extender el plazo del articulo 50 del tratado más allá del 30 de marzo por el tiempo que sea necesario es una concesión mínima. Una concesión que a largo plazo nos favorece a ambos.

La semana pasada, 20 meses después de que el Reino Unido notificara oficialmente su intención de salir de la Unión Europea, el Gobierno británico y el equipo negociador de la Unión lograron llegar a un preacuerdo. Es un preacuerdo básico, pues solo cubre los términos de salida de la Unión, es decir, del divorcio. Pero no se ha conseguido llegar a ningún acuerdo sobre la relación comercial y política que el Reino Unido y la Unión tendrán en el futuro, que es lo que quería el Gobierno británico: lo único que se ha publicado esta semana es una ‘declaración política’ sin valor jurídico y sin ninguna indicación precisa sobre los términos de la futura relación. Es tan sumamente general que ni siquiera está redactada como Dios manda y consiste simplemente en unos cuantos puntos en esquema: un revés para el Gobierno británico.

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