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Miriam González

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Ser de pueblo

Los políticos no han hecho prácticamente nada por generar riqueza en las zonas rurales, se han enriquecido ellos mismos

Foto: El presidente de Vox, Santiago Abascal. (EFE)
El presidente de Vox, Santiago Abascal. (EFE)

“Prefiero seguir siendo un español de pueblo". Esas fueron las palabras del presidente de Vox, Santiago Abascal, en un intercambio de tuits con Albert Rivera en que llamó al líder de Ciudadanos ‘cosmopaleto’. Hasta yo, que me considero en el polo opuesto del extremismo de Vox, no pude por menos que asentir; no por el insulto a Rivera (muy en la línea de los comentarios ofensivos que desafortunadamente ya son típicos del presidente de Vox) sino porque ya era hora de oír a un político español reivindicando a los que somos de pueblo. Ser de pueblo no es solo un signo de pertenencia geográfica, sino una actitud de vida. Te marca hasta el punto de que uno sigue siendo de pueblo incluso cuando ya no vive ahí, como le ocurre al presidente de Vox, que ya no vive en Amurrio; y también a mí, que ya no vivo en Olmedo. Los de pueblo tenemos envidia a los de ciudad, pero en el fondo también nos creemos un pelín mejores que ellos, porque pensamos que casi todo nos ha costado un poco más de esfuerzo.

Es muy difícil ser de pueblo y no tener un cabreo monumental con la clase política española. La despoblación y el empobrecimiento han hecho mella en casi todos los pueblos y capitales de provincia (desde 2011, más de un 70% de municipios y capitales de provincia han perdido población), pero ningún partido político ha hecho nada significativo por parar esta tendencia. En muchísimas zonas rurales (como en la mía) los políticos de turno se han dedicado a lo fácil: las iniciativas subvencionadas, la promoción de microproyectos de turismo rural que nunca serán productivos por sí mismos, el uso de ayudas europeas para fomentar el clientelismo y la creación de empresas públicas sin objetivo real aparente. Y mientras tanto, han dejado de lado lo que realmente importa, que es la creación de riqueza: fomentar la iniciativa privada autóctona o conseguir que vengan empresas de fuera que creen puestos de trabajo para que siga habiendo opciones reales de vida en los pueblos.

Foto: Abascal rompe en dos la imagen de una papeleta de la consulta soberanista que proyectaba Ibarretxe en una sesión del Parlamento Vasco en 2008. (EFE)

Pero es que, además, esos políticos que no han hecho prácticamente nada por generar riqueza en las zonas rurales se han enriquecido ellos mismos. Y la mayoría lo ha hecho sin esconderse: hemos visto cómo alcaldes, diputados provinciales y consejeros regionales de repente cambiaban de coche, empezaban a irse de vacaciones a lugares exóticos y tenían un tren de vida que no cuadraba en absoluto con sus sueldos públicos. Es verdad que eso ha ocurrido en toda España, la urbana y la rural, pero en las grandes ciudades solo te enteras de ello cuando te lo cuenta la prensa, mientras que en la España rural y de provincias lo ves en vivo y en directo todos los días.

La predilección de Abascal por el mundo rural no es baladí, y entronca con el fuerte arraigo de las opciones populistas de derecha en las zonas rurales

El aumento de Vox en las zonas rurales se nutre de ese cabreo. Muchos de los partidarios de Vox (o al menos muchos de los de mi zona en Castilla y León) no comparten la mayoría de las ideas de Vox. Aunque dicen que el programa de Vox "no les parece mal", son incapaces de defender sus políticas concretas porque realmente no representan lo que ellos piensan. Y cuando les aprietas un poco, se escudan en que están más que hartos y que ya es hora de dar una buena lección a los otros partidos.

La predilección de Abascal por el mundo rural no es baladí, y entronca con el fuerte arraigo de las opciones populistas de derecha en las zonas rurales de casi todo el mundo occidental. Los partidarios del Brexit más acérrimos se encuentran en las zonas rurales, mientras que la población de Londres aborrece el Brexit. En el mundo rural de Estados Unidos, el índice de aprobación de Trump es del 40%, mientras que en las ciudades (prácticamente con independencia del estado) es del 19%. En Alemania, el apoyo al partido de extrema derecha Alternativa para Alemania tiene su epicentro en la Alemania rural del Este. En las ultimas elecciones de Francia, el Frente Nacional tuvo un apoyo mayoritario de las zonas rurales, mientras que París, Burdeos o Lyon apoyaron masivamente a Macron. En Hungría, Orbán es odiado en Budapest, y admirado en el resto del país. Los habitantes de Varsovia se manifiestan a menudo contra el partido Ley y Justicia liderado por Jaroslaw Kaczynski, mientras que cuando los de las zonas rurales (especialmente los de la frontera de Eslovaquia) van a Varsovia a manifestarse, es para hacerlo precisamente a favor de Kaczynski. Incluso en Cataluña el nacionalismo más extremo reside en las zonas rurales de Girona en vez de en Barcelona.

Confío en que los españoles lograrán desenmascarar a Vox, porque es bastante difícil darnos gato por liebre a los españoles de pueblo

Uno de los factores comunes entre todas esas tendencias políticas es que son expertas en canalizar el desencanto y el resentimiento. Pero otro de los factores comunes es que, una vez llegan al poder, son incapaces de dar soluciones concretas a los problemas que afectan a sus votantes: ni en Estados Unidos, ni en Hungría ni en Polonia la población rural está mejor de lo que estaba antes de que tomaran el poder los populistas nacionalistas de derecha. Y en el caso del Reino Unido, ya es a todas luces evidente que las promesas de los 'brexiters' de un futuro prometedor para el Reino Unido fuera de la Unión Europea no eran más que burdas e irresponsables mentiras.

La mayoría de los comentaristas políticos europeos cree que Vox seguirá subiendo hasta las siguientes elecciones generales, como ha ocurrido con partidos similares en el resto de Europa. Es probable que tengan razón, pero yo confío en que los españoles lograrán desenmascarar a Vox mucho antes. Porque aunque en otros países partidos como Vox hayan engañado a la población fácilmente, es bastante difícil darnos gato por liebre a los españoles de pueblo.

“Prefiero seguir siendo un español de pueblo". Esas fueron las palabras del presidente de Vox, Santiago Abascal, en un intercambio de tuits con Albert Rivera en que llamó al líder de Ciudadanos ‘cosmopaleto’. Hasta yo, que me considero en el polo opuesto del extremismo de Vox, no pude por menos que asentir; no por el insulto a Rivera (muy en la línea de los comentarios ofensivos que desafortunadamente ya son típicos del presidente de Vox) sino porque ya era hora de oír a un político español reivindicando a los que somos de pueblo. Ser de pueblo no es solo un signo de pertenencia geográfica, sino una actitud de vida. Te marca hasta el punto de que uno sigue siendo de pueblo incluso cuando ya no vive ahí, como le ocurre al presidente de Vox, que ya no vive en Amurrio; y también a mí, que ya no vivo en Olmedo. Los de pueblo tenemos envidia a los de ciudad, pero en el fondo también nos creemos un pelín mejores que ellos, porque pensamos que casi todo nos ha costado un poco más de esfuerzo.

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