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Miriam González

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Hombres poderosos

¿Cuánto tiempo duraría Christine Lagarde como presidenta del FMI si fuese por ahí diciendo públicamente a los hombres con los que trabaja que ‘no quiere violarlos porque no se lo merecen’?

Foto: Donald Trump, el actual presidente de Estados Unidos. (EFE)
Donald Trump, el actual presidente de Estados Unidos. (EFE)

Una de las mejores cosas que le han ocurrido a la humanidad en los últimos cinco años ha sido el que muchos hombres se han unido a la lucha por la igualdad de género. La igualdad ya no es solo ‘cosa de mujeres’ sino que nos incumbe a todos: hay muchísimos hombres que quieren para sus hijas un mundo sin desigualdades y estereotipos de género y así lo defienden públicamente; y ahora se han sumado a la causa muchos hombres que ni siquiera tienen hijas.

La división en materia de igualdad ya no es tanto entre mujeres y hombres sino entre los hombres y las mujeres que no creen en la igualdad de género y los que sí creemos en ella.

Pero sí recuerdo con claridad los chistes en la televisión pública sobre cómo un marido pegaba a su mujer ‘solo lo normal’


El cambio en igualdad de género es particularmente impresionante en España. Yo no recuerdo esa etapa, que duró hasta que yo tenía ocho años, en que las mujeres no podían tener su propia cuenta corriente, ni viajar sin el permiso de un hombre. Pero sí recuerdo con claridad los chistes en la televisión pública sobre cómo un marido pegaba a su mujer ‘solo lo normal’; cómo se consideraba que los hijos eran solo cosa de las mujeres, y cómo se aceptaba que el cuerpo de las mujeres existía para el uso y disfrute de los hombres. La España de ahora poco tiene que ver con esa España anticuada en la que ni se respetaba a las mujeres ni se las trataba de igual a igual.

Pero conviene no bajar la guardia, porque a nivel mundial hay una fuerte corriente de vuelta atrás en el respeto a las mujeres y a sus derechos. Es una corriente capitaneada por hombres con enorme poder político, aquellos que lideran opciones políticas identitarias y que, por tanto, ponen énfasis en el valor de su autenticidad y su desprecio por la corrección política, independientemente de que sus valores sean detestables.

Foto: Bebe, durante una actuación en directo en Madrid (EFE/Víctor Lerena)


Esos políticos tienen millones de seguidores por todo el mundo: en Estados Unidos, el país más rico y desarrollado, los y las estadounidenses votaron a Donald Trump como presidente a pesar de hablar de las mujeres en estos términos: “Me lancé a por ella como una perra, me la intenté follar, pero no lo conseguí… Y cuando eres una celebridad te dejan hacer lo que quieras, puedes hacer lo que quieras, agarrarlas por el coño, puedes hacer de todo".

En el Reino Unido están a punto de tener como nuevo primer ministro a Boris Johnson, pese a que la policía tuvo que ir hace unos días a su casa, pues un vecino dio la alarma por una pelea con su novia en la que los gritos de ella les hicieron temer por su seguridad; Johnson tiene al menos un hijo no reconocido (y hay fuertes rumores de que tiene más) pero el que un hombre piense que los hijos son ‘cosa de las mujeres’ y no son cosa suya en el siglo XXI no parece importarles ni a los miembros del partido conservador ni al electorado británico, que le han votado en el pasado y con toda probabilidad le seguirán votando.

Solo hace falta imaginarse a Angela Merkel pavoneándose en una conversación sobre cómo se 'intenta follar' a hombres jóvenes


En Hungría han votado a un presidente, Viktor Orbán, que se atrevió a decir que, al contrario que los hombres, muchas mujeres no podían soportar el estrés de la política, y no pasó nada. Y el presidente de Brasil le dijo a una parlamentaria públicamente "nunca te violaría, porque no te lo mereces" y, sin embargo, una mayoría de brasileños no le dio importancia y le votó.

Para darse cuenta de la disparidad de criterios que se aplican a los hombres y las mujeres en el poder, solo hace falta cerrar los ojos e imaginarse a Angela Merkel pavoneándose en una conversación sobre cómo se ‘intenta follar’ a hombres jóvenes y cómo le encanta que al ser conocida los hombres le dejan que les ‘agarre el pene y hacer de todo’; si eso ocurriese pensaríamos que Merkel se ha vuelto loca y desde luego (a diferencia de lo que ocurre con Trump, Orbán, Bolsonaro y Johnson) no habría un solo alemán que la votase (sospecho que ni siquiera su marido lo haría).

¿Qué hubiera ocurrido si cuando Jacinda Ardern, la primera ministra de Nueva Zelanda, dio a luz el año pasado, se hubiese desentendido del hijo, se lo hubiese dado al padre, hubiera dicho que no contribuiría a su manutención, y se hubiera negado públicamente a reconocerle? Hubiera sido blanco de todas las críticas y hubiera tenido que dejar la política. ¿Cuánto tiempo duraría Christine Lagarde como presidenta del FMI si fuese por ahí diciendo públicamente a los hombres con los que trabaja que ‘no quiere violarlos porque no se lo merecen’? Menos de un segundo.

¿Cuánto tiempo duraría Lagarde como presidenta del FMI si dijese a los hombres con los que trabaja que ‘no quiere violarlos porque no se lo merecen’?

Cuando muchos de nosotros escuchamos las manifestaciones de esos políticos identitarios sobre las mujeres, no le damos importancia. Pero esos políticos están en lo más alto del poder, en la parte más visible de la sociedad, y niños y niñas de todo el mundo ven como algo normal la manera en que esos políticos tratan a las mujeres, porque efectivamente la sociedad normaliza esos comportamientos al seguir votándoles. En España tenemos la suerte de que esta ola de políticos identitarios todavía no ha llegado con fuerza, pero ya se atisba. Y llegará, claro que llegará, porque todas las tendencias globales siempre acaban llegando.

Una de las mejores cosas que le han ocurrido a la humanidad en los últimos cinco años ha sido el que muchos hombres se han unido a la lucha por la igualdad de género. La igualdad ya no es solo ‘cosa de mujeres’ sino que nos incumbe a todos: hay muchísimos hombres que quieren para sus hijas un mundo sin desigualdades y estereotipos de género y así lo defienden públicamente; y ahora se han sumado a la causa muchos hombres que ni siquiera tienen hijas.

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