En versión liberal
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Boris Johnson gana, Europa duerme
La política no consiste en llegar al poder a cualquier precio, sino en poner en marcha tus ideas sin hacerle daño al país
El partido conservador británico es como la hidra de Lerma: cuando parece que está a punto de perecer, reaparece con una fuerza excepcional una nueva cabeza. No hay partido político en todo el mundo con mayor capacidad de reinvención que la de los 'tories'. Apuntalados por una maquinaria de prensa desacomplejadamente parcial, han sabido capturar el patriotismo británico reconvirtiéndose ahora en un partido nacionalista inglés. El precio inmediato a pagar ha sido el nacionalismo escocés, un mal menor para aquellos ingleses que siguen queriendo a toda costa estar orgullosos de la excepcionalidad británica.
El precio a más largo plazo será Londres, una isla laborista en un país conservador, una metrópolis que tira casi sola de la economía del país, pero que políticamente no tiene prácticamente nada que ver con el resto. El que Boris Johnson haya logrado aunar a los trabajadores de las fábricas de Newcastle con los supermillonarios de los ‘hedge funds’ de la City es uno de los fenómenos inexplicables de la política moderna, pero que también ocurre en España, donde Vox aúna a algunas de las familias más privilegiadas del barrio de Salamanca de Madrid con los votantes de El Ejido.
En el Reino Unido, Johnson ha logrado una aplastante mayoría cooptando las señas de identidad del partido del Brexit de Nigel Farage, al que ha destruido. Ojalá que a Pablo Casado, un político más sensato y con muchísima más ética que Boris Johnson, esto no le de ideas. La política no consiste en llegar al poder a cualquier precio, sino en poner en marcha tus ideas sin hacerle daño al país.
El precio a pagar ha sido el nacionalismo escocés, un mal menor para aquellos que siguen queriendo estar orgullosos de la excepcionalidad británica
Hay muchas circunstancias que explican la victoria de Johnson: la radicalización económica de los laboristas, que ha hecho que inexplicablemente a muchos les diera más pánico un Gobierno de Corbyn que el Brexit; la endogamia de la izquierda que, asentada en una postura de ridícula superioridad moral y alimentando todo tipo de teorías conspiratorias para echar a los demás la culpa de su falta de atractivo electoral, se ha dedicado a hablarse a sí misma, en vez de hablar con los posibles votantes (que vayan tomando nota los demócratas estadounidenses), o la fatídica decisión del partido liberal de defender la revocación del Brexit sin pasar por un segundo referéndum en un país con una larga tradición democrática.
La Unión Europea ha reaccionado a la victoria de Johnson con ‘más de lo mismo’: felicitaciones diplomáticas y un cierto alivio de que por fin haya una mayoría en el Parlamento británico que desactive el bloqueo. Los rumores sobre la dificultad de conseguir un acuerdo antes de que acabe el periodo de transición a finales de 2020 ya han comenzado, y se habla de la posibilidad de que el Reino Unido pida otra prorroga para conseguir negociar un Brexit blando. Pero la quimera del Brexit blando ya no existe: es impensable que un país como el Reino Unido, que es la quinta economía mundial, sostiene la red de servicios financieros de toda Europa, es casi la única economía digital europea, tiene capacidad nuclear y es miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, se preste a tener que acatar las normas y reglamentación decididas por la Unión Europea sin ni siquiera poder votar esas normas ellos mismos; y es todavía más impensable que eso lo vaya a hacer un primer ministro como Boris Johnson, cuya marca personal es la exaltación del nacionalismo inglés y el patriotismo.
La negociación a partir de ahora no es comercial sino geopolítica. Y no es a dos sino a tres bandas: entre la Unión Europea, el Reino Unido y el Gobierno de los Estados Unidos. Johnson sabe que tiene que guardar las formas y pretender ser un aliado de Europa, pero la única manera de que su Brexit tenga éxito es pudiéndoles contar a los votantes británicos que les ha sacado de un proyecto que está en declive. Cuanto más débil esté la Unión Europea, más fácil será para él justificar la decisión de salirse de ella. Y también será más fácil que pueda mantener Escocia dentro del Reino Unido. El aliado natural de Johnson no es Europa, sino el presidente Trump: esperen ustedes un anuncio de acuerdo marco con los Estados Unidos de forma inminente. Si los americanos renuevan al mandato de Trump el próximo noviembre, nos espera un quinquenio dificilísimo.
Para entender lo despistados que nos pilla a los europeos este cambio de tuerca y lo poco centrados que están nuestros dirigentes en poder competir en este nuevo y complejo escenario, solo tienen ustedes que meterse en la página de internet de la Comisión Europea y ver en qué tenemos dedicados a nuestros comisarios: en vez de estar todos focalizados en reactivar la economía europea y los sectores económicos estratégicos, tenemos uno centrado a tiempo completo en las relaciones interinstitucionales, otra en ‘valores y transparencia’, una en ‘democracia y demografía’ (!), uno en empleo y derechos laborales (un área en la que la Unión no tiene competencias reales), etc. La que lleva innovación e investigación también se dedica a la ‘cultura, educación y juventud’, como si le sobrase el tiempo. Y hay uno solo (el comisario francés, lo cual no es casual) dedicado al mercado interior, y también cubre el mercado digital y la industria.
Cuanto más débil esté la Unión Europea, más fácil será para él justificar la decisión de salirse de ella
Poner la dinamización del mercado interior y la innovación como las prioridades fundamentales de la Unión Europea, y hacerlo con intensidad, dedicando todos los recursos que sean necesarios a ampliar con rapidez el volumen de nuestro mercado, eliminando las todavía muchas barreras existentes y apoyando a nuestros sectores estratégicos con todos los medios a nuestro alcance, dejando de gastar tiempo y recursos en cosas superfluas, no es algo opcional, sino una auténtica necesidad y una urgencia.
Desde el referéndum del Brexit, la Unión Europea se ha pasado tres años reconfortándose en el caos británico y sin hacer sus propios deberes. Tres años perdidos y con la reforma de la Unión estancada. Si queremos que la Unión Europea sobreviva, con todo lo que ello implica a escala de los valores que la Unión defiende, no podemos permitirnos ni un solo año más de estancamiento.
El partido conservador británico es como la hidra de Lerma: cuando parece que está a punto de perecer, reaparece con una fuerza excepcional una nueva cabeza. No hay partido político en todo el mundo con mayor capacidad de reinvención que la de los 'tories'. Apuntalados por una maquinaria de prensa desacomplejadamente parcial, han sabido capturar el patriotismo británico reconvirtiéndose ahora en un partido nacionalista inglés. El precio inmediato a pagar ha sido el nacionalismo escocés, un mal menor para aquellos ingleses que siguen queriendo a toda costa estar orgullosos de la excepcionalidad británica.