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Miriam González

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Tacones lejanos

En cuestión de zapatos, el covid no ha traído tendencias nuevas sino que simplemente ha acentuado las que ya existían

Foto: Foto: iStock.
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Uno de los pocos efectos colaterales positivos del covid es el no tener que utilizar tacones. Yo acumulé un montón de zapatos de tacón cuando mi marido se dedicaba a la política británica, en la que se espera de las mujeres que decoren las fotos de sus maridos o compañeros políticos (algo que no se espera de los hombres cuando son sus esposas o compañeras las que se dedican a la política). Es todo un reto: se trata de estar guapa, pero no muy guapa (las muy guapas en política se perciben como una amenaza), ni moderna ni anticuada, ni demasiado estilosa ni demasiado descuidada. En inglés es lo que se llama el ‘effortlessly chic’, o cómo parecer naturalmente estilosa sin hacer un esfuerzo; excepto que en cuestión de imagen lo que más esfuerzo requiere es precisamente el parecer que no has hecho un esfuerzo.

Es un alivio no tener que volver a hacer esas sesiones de preparación de fotos, que los asesores políticos valoran casi más que los discursos, en las que se comprueba que ninguna de las marcas de ropa se haya visto envuelta en un escándalo, si la imagen cuadra con el mensaje político, si el escote es demasiado pronunciado, si el vestido se transparenta con la luz de las cámaras, etc. Y los zapatos, siempre los zapatos: ni planos (hacen los tobillos gordos), ni plataformas (dan un cierto aire de boda de provincias) ni cuñas (demasiado parecidas a las zapatillas de tacón a juego con la bata de guata). En política, siempre es mejor un zapato clásico de corte salón con un punto estiloso pero no muy llamativo. Esos zapatos de tacón han formado tanto parte de mi vida que una vez, cuando mi hijo pequeño quiso presumir de madre, no se le ocurrió otra cosa que decir que su mamá "sabía andar de puntillas muy bien".

Una vez, cuando mi hijo pequeño quiso presumir de madre, no se le ocurrió otra cosa que decir que su mamá "sabía andar de puntillas muy bien"

En cuestión de zapatos, como en todo lo demás, el covid no ha traído tendencias nuevas, sino que simplemente ha acentuado las que ya existían. Durante las dos últimas décadas, los zapatos de tacón ya habían comenzado a ser reemplazados por los 'trainers'. Todo empezó en las grandes ciudades, cuando para desplazarse a los lugares de trabajo las mujeres empezamos a ponernos deportivas para poder hacer el trayecto cómodamente en metro o autobús. El sello de aprobación llegó en 2014, cuando Chanel incorporó los 'trainers' a su desfile. Y todo ello dio paso a una nueva generación de mujeres que han llevado esa tendencia al límite y que ahora utilizan 'trainers' con casi todo lo que se ponen, desde minifaldas a vestidos de lentejuelas. Aunque todavía hay una diferencia generacional: los 'trainers' que utilizamos las mujeres ‘de cierta edad’ suelen ser discretos y negros o blancos, mientras que los de las jóvenes son de todos los colores y voluminosos.

Cuando yo vivía en Londres, ya empezaba a quedar mal lo de ir a una reunión social con taconazo. Ahora que vivo cerca de San Francisco, no hay casi ninguna mujer que vaya por la calle con tacones y a las poquísimas que lo hacen se las ve como desfasadas. Lo que se considera más ‘cool’ en el mundo 'tech' de Silicon Valley, tanto para hombres como para mujeres, son los 'trainers' oscuros de fieltro grueso, idénticos a las zapatillas negras que llevaba mi abuela en su pueblo de Castilla y León, ¡para que luego digan que los españoles de pueblo no entendemos de moda!

Cuando yo vivía en Londres, ya empezaba a quedar mal. Ahora que vivo en San Francisco, no hay casi ninguna mujer que vaya por la calle con tacones

El haber desterrado completamente los tacones durante el confinamiento nos ha dado a las mujeres la oportunidad de entender lo absurdo que es haber pasado tanto tiempo de nuestra vida en una postura antinatural, haciendo las mismas cosas que los hombres pero, a diferencia de ellos, encaramadas a menudo a dos plataformas inestables e inclinadas. E increíblemente, no lo hemos hecho porque nos lo haya impuesto nadie, sino que ha sido de forma voluntaria. Como somos animales de costumbres, seguro que cuando la vida ‘normal’ retorne muchas de nosotras volveremos a utilizar zapatos de tacón. Pero lo que no creo que cambie es el habernos dado cuenta de lo muchísimo que se gana en calidad de vida bajándose de los tacones.

Las mujeres de mi generación les debemos a las de las generaciones anteriores a la nuestra la libertad y la igualdad de las que ahora gozamos. Pero también tenemos una deuda con la generación siguiente, porque les debemos a las mujeres jóvenes el habernos liberado de esos instrumentos de autotortura que son los taconazos.

Uno de los pocos efectos colaterales positivos del covid es el no tener que utilizar tacones. Yo acumulé un montón de zapatos de tacón cuando mi marido se dedicaba a la política británica, en la que se espera de las mujeres que decoren las fotos de sus maridos o compañeros políticos (algo que no se espera de los hombres cuando son sus esposas o compañeras las que se dedican a la política). Es todo un reto: se trata de estar guapa, pero no muy guapa (las muy guapas en política se perciben como una amenaza), ni moderna ni anticuada, ni demasiado estilosa ni demasiado descuidada. En inglés es lo que se llama el ‘effortlessly chic’, o cómo parecer naturalmente estilosa sin hacer un esfuerzo; excepto que en cuestión de imagen lo que más esfuerzo requiere es precisamente el parecer que no has hecho un esfuerzo.

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