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Las 'verdades ilusorias' de Pedro Sánchez y Boris Johnson
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Miriam González

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Las 'verdades ilusorias' de Pedro Sánchez y Boris Johnson

No es casual que ambos presidentes repitan constantemente sus propias coletillas intentando alcanzar que su reiteración nos haga percibir la verdad en ellas

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En 1977, un grupo de científicos especializados en ciencia cognitiva de las universidades de Villanova y Temple, en Pensilvania, descubrieron el 'efecto de la verdad ilusoria' ('illusory truth effect'). Según este efecto, las personas tendemos a dar credibilidad a la información que ya hemos recibido con anterioridad. Por eso, cuando una falsedad se repite con suficiente frecuencia, se empieza a percibir como una verdad.

Cuarenta y tres años más tarde, ese efecto está de plena actualidad en el ámbito político. Uno de sus más claros exponentes es el primer ministro británico, Boris Johnson. Sus mentiras sobre el Brexit han sido tantas que es imposible enumerarlas todas: declaró, por ejemplo, hace un año que tenía un acuerdo con la Unión Europea ‘listo para hornear’, a pesar de que era un embuste y las negociaciones están resultando dificilísimas; dijo que si las negociaciones fallaban, el Reino Unido tendría a su alcance el modelo australiano de acuerdo, pero los australianos ni siquiera tienen un acuerdo comercial con la Unión Europea, y ha vendido los pocos acuerdos que el Reino Unido ha logrado negociar hasta ahora como ‘fantásticos’ e ‘históricos’, cuando son meramente un puñado de acuerdos básicos que no añaden nada a la relación comercial que el Reino Unido ya tenía con esos países bajo la Unión Europea. Todas esas reiteradas mentiras han confundido hasta tal punto a los británicos que ahora asistimos al triste espectáculo de ver a la mayoría de ellos suspirando por que el Reino Unido logre cerrar un acuerdo con la Unión Europea en los próximos días, a pesar de que ese acuerdo supone un Brexit duro sin acceso al mercado interior europeo, algo que siempre quisieron evitar.

Las palabras que utilizan recurrentemente los políticos nunca son casuales e implican horas de discusiones estratégicas con sus asesores de comunicación. Si se escuchan atentamente las declaraciones de Boris Johnson en los últimos meses, se puede observar cómo repite machaconamente una coletilla: el Reino Unido "prosperará poderosamente" ("prosper mightily"). La mayoría de los británicos son conscientes de que la salida de la Unión Europea disminuirá su potencial económico y comercial; y de que ya ha mermado su influencia política internacional. Pero ante las muchas dificultades a las que ahora se enfrentan, necesitan agarrarse al espíritu positivo de Johnson como a un clavo ardiente. Por eso dan por buena su impostada narrativa de prosperidad, incluso a pesar de que saben que no es cierta.

Las palabras que utilizan recurrentemente los políticos nunca son casuales e implican horas de discusiones estratégicas con sus asesores

Otro digno representante de la ‘verdad ilusoria’ es nuestro presidente, Pedro Sánchez. En su caso, la coletilla que repite innumerables veces y en casi todos los contextos en los que habla públicamente es ‘progresista’: "El nuevo Gobierno es rotundamente progresista"; se dedica al "progreso global real"; la coalición es ‘progresista’; Sánchez califica su programa y sus Presupuestos de ‘progresistas’, y habla del ‘compromiso progresista’ y la ‘mirada progresista’ de sus ministros. En su última comparecencia en el Congreso, logró colar, a veces con calzador, nada menos que 13 referencias a palabras progresistas (‘transformaciones’, ‘transiciones’, ‘avances’ y ‘cambios urgentes’) en tan solo los primeros seis minutos y 20 segundos de su discurso. Y eso que lo hizo cuando comparecía para dar cuenta del estado de alarma, que inicialmente fue propuesto por su Gobierno intentando obviar el control parlamentario durante seis meses; es decir, mientras comparecía en el contexto de una propuesta que en vez de progresista es reaccionaria.

La machacona narrativa de progreso utilizada por el presidente contrasta con la realidad: intentar que los políticos tengan todavía más control sobre el órgano de decisiones del poder judicial y el ministerio fiscal no es ‘progresista’. Nombrar a dedo a un montón de altos cargos y de asesores para controlar políticamente la Administración no es ‘progresista’. No despolitizar la televisión pública, ni la cúpula de defensa, ni el organismo de encuestas, no es ‘progresista’. Y desde luego no optar por un sistema de control independiente e imparcial para el reparto de los fondos europeos que impida que de nuevo se distribuyan los fondos comunitarios siguiendo solo criterios de beneficio político partidista no es ‘progresista’. Nada de ello supone ‘transformaciones’, ni ‘transiciones’, ni ‘avances’, ni ‘cambios’ en nuestro país. Es simplemente seguir haciendo lo que han hecho casi todos los gobiernos desde la Transición: concentrar el poder en su cúpula política para que todos sigamos dependiendo de ellos. No es progreso, ni modernización, sino más de lo mismo.

Nombrar a dedo a un montón de altos cargos y de asesores para controlar políticamente la Administración no es 'progresista'

No es casualidad que, en los últimos análisis económicos del G-20, los dos países europeos con una caída económica más pronunciada hayan sido precisamente el Reino Unido y España (los últimos globalmente, exceptuando Argentina). Y ello a pesar de que son dos países cuya situación económica y política no puede ser más distinta; y que además se enfrentan ahora a retos de muy diversa envergadura. Pero tienen algo en común: el que sus gobiernos están más dedicados a crear narrativas y ‘verdades ilusorias’ que a modernizar el país.

El único consuelo es que por muy mal que vayan las cosas, siempre todo puede mejorar a poco que empecemos a poner nuestra energía en ello. No hay más que mirar a Grecia: un país que prácticamente tocó suelo en lo económico, y que está en una situación geopolítica dificilísima; pero donde un líder moderado, trabajador, sereno y racional, Mitsotakis, está logrando empezar a darle la vuelta al destino del país. Poco a poco, pero sin pausa. Y no con ‘verdades ilusorias’, sino con reformas, económicas y políticas, reales y serias.

En 1977, un grupo de científicos especializados en ciencia cognitiva de las universidades de Villanova y Temple, en Pensilvania, descubrieron el 'efecto de la verdad ilusoria' ('illusory truth effect'). Según este efecto, las personas tendemos a dar credibilidad a la información que ya hemos recibido con anterioridad. Por eso, cuando una falsedad se repite con suficiente frecuencia, se empieza a percibir como una verdad.

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