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Las tertulias no controlan el poder político
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Miriam González

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Las tertulias no controlan el poder político

Los tertulianos varían de una cadena a otra, pero siempre siguen un patrón común: acérrimos partidarios de un bando, acérrimos partidarios del contrario y algún moderado en el medio

Foto: Tucker Carlson, uno de los principales presentadores de la Fox. (Reuters)
Tucker Carlson, uno de los principales presentadores de la Fox. (Reuters)

A los españoles, ya desde pequeñitos, se nos inculca el gusto por las discusiones. En muchos otros países, en cuanto las familias acaban de comer cada uno se va a hacer sus cosas. Y en algunos ni siquiera se sientan a compartir la mesa. Pero en nuestra cultura es habitual quedarse a discutir un poco durante la sobremesa.

Quizá sea esa afición por las discusiones lo que explica que las tertulias hayan invadido casi todos nuestros canales radiofónicos y televisivos. Hay tertulias para todos los gustos (políticas, deportivas, del corazón, de sucesos, de 'realities', etc.) y a todas horas. Los tertulianos varían de una cadena a otra, pero siempre siguen un patrón común: acérrimos partidarios de un bando, acérrimos partidarios del contrario y algún moderado en el medio. Muchos tertulianos no se especializan en nada concreto, sino que su especialidad es precisamente atreverse a opinar de todo (dicho sin ánimo de ofender, que yo he sido tertuliana en un par de programas). Las discusiones son a menudo embarulladas y casi nunca aportan nada nuevo: sabemos la postura que cada uno va a tomar incluso antes de que empiecen a debatir los temas.

Como casi todos los programas tienen el formato de tertulias, hagan lo que hagan los políticos, casi siempre consiguen irse de rositas

Las tertulias son un éxito en el campo del corazón o los 'realities', donde se trata de entretener a la gente: cuantas más opiniones y más contrapuestas estén, mejor, porque el objetivo es simplemente pasar el tiempo. Pero la proliferación de las tertulias tiene consecuencias muy negativas en el ámbito político, donde lo fundamental no es entretener, sino conseguir que el poder político rinda cuentas ante la opinión pública. El formato tertuliano hace que se diluya la presión mediática sobre los políticos porque, sean del partido que sean, siempre hay alguien ‘de los suyos’ en los platós defendiéndoles. Si solo hubiese un par de tertulias políticas y el resto de los programas fuesen de entrevistas incisivas, análisis o investigación, la cosa no tendría tanta importancia. Pero como casi todos los programas tienen el formato de tertulias, hagan lo que hagan los políticos en España, casi siempre consiguen irse de rositas ante la prensa.

En otros sitios, las tertulias ocupan una parte mínima del espacio comunicativo. En el Reino Unido, por ejemplo, donde se dedica muchísimo tiempo mediático a la política, los programas son de entrevistas y análisis. Uno de los programas radiofónicos más icónicos, el ‘Today Programme’, dedica tres horas cada mañana a entrevistar a políticos y analizar las noticias, dictando a diario la agenda política. Lo mismo ocurre en los programas de la BBC, una de las mejores cadenas de televisión del mundo: una vez que consiguen poner a un político contra las cuerdas en una entrevista (y hay entrevistadores de la BBC que han llegado a hacerle a un político la misma pregunta 12 veces seguidas hasta que por fin les ha respondido), jamás dejan caer la presión mediática con un debate de corte general, sino que mantienen la tensión sobre los políticos al máximo sin rebajarla ni un ápice. Por eso en el Reino Unido el poder político teme a la prensa.

El mejor representante de este formato es el presentador de la Fox Tucker Carlson, uno de los periodistas con mayor influencia en EEUU

En Estados Unidos, triunfan ahora los 'podcasts' políticos de comentaristas que hacen un análisis detallado y pausado de lo que ocurre en la política nacional en un ambiente casi íntimo. Pero el formato americano más novedoso es el del presentador televisivo que se sienta mirando fijamente a una cámara sin ningún tipo de distracción y va desgranando un monólogo de narrativa política, puntuándolo con imágenes selectivas de lo que han hecho y dicho los políticos durante los últimos días. El monólogo logra que la tensión vaya ‘in crescendo’ a pesar de que el tono es desapasionado y serio. Pero el contenido es tan incisivo y el argumento está tan bien hilado que el espectador no baja la atención ni un solo momento. El mejor representante de este formato es el presentador de la Fox Tucker Carlson, uno de los periodistas con mayor influencia de todo Estados Unidos. Su programa no es solo el de mayor audiencia, sino que supone una revolución comunicativa porque funciona en todos los medios: se adapta sin necesidad de ningún tipo de modificación tanto al formato televisivo como al radiofónico y a las redes sociales. Nada mueve regularmente más volumen de tráfico en las redes sociales norteamericanas que los programas de Tucker Carlson. Si no lo conocen, vean en internet uno de sus vídeos, porque (independientemente de sus ideas, que yo no comparto, pues es partidario de Trump) marca el futuro de los programas políticos televisivos.

placeholder Tucker Carlson, uno de los principales presentadores de la Fox. (Reuters)
Tucker Carlson, uno de los principales presentadores de la Fox. (Reuters)

La principal razón por la que las tertulias dominan los programas políticos españoles es que es mucho más fácil, y también más barato, llenar horas de espacios políticos con comentarios de tertulianos que con entrevistas incisivas o análisis bien argumentados. Pero es muy significativo que los programas políticos que más audiencia tienen en España sean aquellos en los que los presentadores no solo moderan o recitan las noticias, sino que se mojan, al menos de vez en cuando, dando o dejando intuir su opinión. Puede que los formatos más novedosos tarden un tiempo en llegar a los medios españoles. Pero ganaríamos mucho en control del poder político por parte de los medios de comunicación si nuestras radios y televisiones hiciesen menos tertulias políticas.

A los españoles, ya desde pequeñitos, se nos inculca el gusto por las discusiones. En muchos otros países, en cuanto las familias acaban de comer cada uno se va a hacer sus cosas. Y en algunos ni siquiera se sientan a compartir la mesa. Pero en nuestra cultura es habitual quedarse a discutir un poco durante la sobremesa.

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