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La falta de ambición de la reforma universitaria
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Miriam González

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La falta de ambición de la reforma universitaria

Un Gobierno que no tiene ambición para con el país. Un Gobierno que está a todo menos a lo que tiene que estar, que es a asegurar un futuro próspero para los jóvenes españoles

Foto: Alumnos de Bachillerato, en el aula del Campus de la Merced de la Universidad de Murcia. (EFE)
Alumnos de Bachillerato, en el aula del Campus de la Merced de la Universidad de Murcia. (EFE)

Los jóvenes españoles tienen derecho a una formación universitaria de calidad, en la que prime la excelencia. Una universidad que les permita competir en la nueva fase económica del mundo: la de la revolución tecnológica y la economía del talento. Sin una buena formación universitaria para que los mejores jóvenes de nuestra sociedad puedan destacar y competir con los de otros países, España se quedará atrás. Es algo que ya se empieza a notar cuando se ve España desde fuera. Modernizar nuestra universidad corre auténtica prisa.

Estoy particularmente sensibilizada con este tema porque esta semana empiezo a impartir clases de comercio internacional en la Universidad de Stanford. Ya sé que muchas universidades americanas tienen un coste de matrícula que las hace inaccesibles a la mayoría de los jóvenes españoles; y que por tanto no se puede hacer una comparación de carácter general entre ellas y las, mucho más inclusivas, universidades españolas. Pero hay algo básico que nos hace estar a años luz de esas universidades punteras y que tenemos que importar urgentemente: su sistema está orientado hacia el alumno, no como el nuestro, que está orientado hacia los profesores.

La propuesta de reforma universitaria que acaba de aprobar el Gobierno no va en ese sentido. Aborda la situación laboral del profesorado, la proporción de funcionarios y contratados, los comités de selección, la elección del rector, quién firma los títulos, etc. ¡Pero todo esto es para los profesores, no para los alumnos! La propuesta estrella es que haya un 70% de personal ajeno a la universidad en la selección de las plazas, para atajar el terrible hecho de que más de un 70% de los profesores universitarios españoles trabajan en las mismas universidades en que leyeron su tesis. Vamos a necesitar años para ver algún efecto en la práctica de esa timidísima medida. Años que no nos podemos permitir.

Les cuento mi experiencia para que vean qué cosas tan simples y tan efectivas hacen en otros sitios

Les cuento mi experiencia para que vean qué cosas tan simples y tan efectivas hacen en otros sitios. En mi clase de acuerdos comerciales y derecho comercial internacional, tengo desde alumnos que se especializan en derecho hasta otros que lo hacen en ingeniería informática. Ello es porque a los alumnos se les permite escoger (dentro de unos límites mínimos) las asignaturas que prefieren, mezclándolas con libertad. Hay alumnos que hacen por ejemplo ingeniería industrial y arte. O física, finanzas y filosofía, como hace mi hijo mayor. No hace falta pensar mucho para darse cuenta de que los estudiantes que salgan de esas universidades van a ser por lo general más competitivos que los de las nuestras, que tienen programas rígidos. Si algo caracteriza hoy al mercado laboral es precisamente la flexibilidad y la capacidad de adaptarse a múltiples disciplinas. Una medida relativamente sencilla y que tendría un enorme e inmediato impacto positivo sobre los alumnos.

Cuando estás preparando el programa de estudio de tu asignatura en esas universidades, te mandan una fecha: el día, a unas dos semanas de empezar el curso, en que se autoriza a tus alumnos a que abandonen tu asignatura y elijan otra si no les gusta cómo das clases. Durante esas dos semanas, los alumnos pueden ver en la práctica cómo enseña cada profesor. Y si les parece que no lo haces bien o que tu asignatura no es interesante, se van y te quedas sin clase. ¿Se imaginan lo que ocurriría en una universidad española si los profesores tuvieran que competir abiertamente por los alumnos? Seguramente desaparecerían la mitad de las clases. Pero en las que sobreviviesen, los profesores se esforzarían constantemente por dar clases interesantes, con nivel y de calidad.

Así es como la Universidad de Waterloo se ha convertido en una de las mejores universidades del mundo en ingeniería tecnológica

Ni que decir tiene que a los alumnos se les permite grabar las clases, con lo cual desaparecen de un plumazo los profesores que, vergonzosamente en pleno siglo XXI, siguen dictando apuntes: con que te grabe un alumno dictando apuntes y se lo distribuya a los demás, ya te has quedado sin clase. Simple.

Por supuesto, además de considerar ese tipo de medidas, el Gobierno debería haber promovido una reorganización de asignaturas y especialidades. Yo soy defensora de las humanidades, pero ¿cuántas universidades ofrecen ahora mismo en España ingeniería de realidad aumentada, que son los alumnos por los que se pegan ahora mismo casi todas las empresas tecnológicas? Yo solo he encontrado dos y ni siquiera ofrecen licenciaturas completas en ello. ¿Pero cuántas siguen ofreciendo la asignatura de derecho romano? Prácticamente todas.

Se tiende a pensar que reformar las universidades es una tarea ardua y casi imposible. Pero hay universidades que han escalado puestos de calidad vertiginosamente haciendo cosas relativamente sencillas y de sentido común, como involucrar a las empresas y a los profesionales; implicándoles no solo de manera formal, como solemos hacer nosotros, sino rediseñando con ellos los programas, el contenido de las asignaturas y la manera de enseñar. Y así de paso se aseguran programas de prácticas en las empresas para que los alumnos salgan con experiencia de sus carreras y sean mucho más competitivos. Así es como la Universidad de Waterloo, por ejemplo, ha logrado convertirse en un tiempo récord en una de las mejores universidades del mundo en ingeniería tecnológica. Y eso mismo está intentando hacer ahora la Universidad de Limerick, con la ayuda de los fundadores de la empresa global de pagos digitales Stripe.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE) Opinión
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Si ese salto de calidad se puede hacer en Ontario, que es donde está la Universidad de Waterloo, o en Irlanda, que es donde está Limerick, ¿por qué no se puede hacer en España? Pues porque tenemos un Gobierno que no piensa en el futuro de todos, sino en su presente. Y por ello prefiere demonizar a las empresas, algo que es políticamente rentable, en vez de trabajar estrechamente con ellas para aumentar la calidad universitaria. Un Gobierno que no tiene ambición para con el país. Un Gobierno que está a todo menos a lo que tiene que estar, que es a asegurar un futuro próspero para los jóvenes españoles.

Los jóvenes españoles tienen derecho a una formación universitaria de calidad, en la que prime la excelencia. Una universidad que les permita competir en la nueva fase económica del mundo: la de la revolución tecnológica y la economía del talento. Sin una buena formación universitaria para que los mejores jóvenes de nuestra sociedad puedan destacar y competir con los de otros países, España se quedará atrás. Es algo que ya se empieza a notar cuando se ve España desde fuera. Modernizar nuestra universidad corre auténtica prisa.

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