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El 'glamour' y el decoro social
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Miriam González

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El 'glamour' y el decoro social

No es la primera vez que la sociedad se da a los excesos tras una pandemia. Ocurrió lo mismo en los felices años veinte, hace un siglo, después de la gripe española

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El 'glamour' se ha vuelto a poner de moda. Lo barroco, lo excesivo, lo recargado. Se nota en las pasarelas de moda. Y eso que las firmas de lujo todavía no han levantado cabeza porque su mayor mercado (los multimillonarios chinos y chinas) siguen bajo las draconianas restricciones del covid del Gobierno de Xi Jinping. Pero donde más se nota es en las fotos de los eventos de las ciudades más internacionales. No es que se hayan puesto de moda las lentejuelas, o los metálicos, o los brocados, o el encaje, o el terciopelo, o las plumas, o los flecos, o los apliques, o los tules, o los volantes, o las transparencias, o los drapeados, o la lencería brilli-brilli, o las tiaras. Es que ahora se lleva todo eso, ¡pero encima todo puesto a la vez! Los expertos de moda lo llaman el ‘ultraglamour’. En lenguaje de andar por casa, es la tendencia ‘vas hecha un árbol de Navidad’, pero esta vez a lo bestia.

Tuve la ocasión de comprobarlo el pasado fin de semana en un evento de recaudación de fondos de uno de los museos de San Francisco. No les doy el nombre del museo en cuestión porque no hay museo allí que se pueda comparar con los museazos que tenemos en España. Eso sí, hay que reconocerles a los americanos el aire que le dan a lo que tienen; a ver si tomamos nota, y perdónenme la digresión. En fin, a lo que iba: que el pasado fin de semana me subí a unos taconazos, que me costó Dios y ayuda después de tantos meses en 'trainers', y me fui, marido en brazo, a lo que creí que iba a ser una cena de gala discreta y no demasiado numerosa. Pero, según nos acercamos a la entrada del museo, nos encontramos con unas 1.000 personas con tal cantidad de brillos que hasta se veía el resplandor a través de las ventanas. No sé ni cómo describirles todo lo que había allí.

Hombres en trajes de terciopelo de colores, pero además recubiertos con brocados. Señoras con vestidos ceñidos de encaje negro y satén

Hombres en trajes de terciopelo de colores, pero además recubiertos con brocados. Señoras con vestidos ceñidos de encaje negro, satén y terciopelo, corpiños exuberantes, plumas, bordados y medias caladas. Otras con 'georgettes' fosforescentes, cadenas doradas, ribetes de piel en las mangas, pendientes de candelabro y una hasta con un collar con una esmeralda del tamaño de una castaña. Vestidos con motivos asiáticos hechos con lentejuelas, flecos larguísimos, transparencias y volantes. Y volumen, mucho volumen, escotes enmarcados con pliegues y más pliegues de tafetanes de colores metálicos o estridentes y, para rematar, enormes lazos.

Siempre hay excepciones, como la presidenta americana de Gucci, un oasis de refinamiento en medio de ese despliegue de exuberancia. Llevaba un vestidazo que quitaba el hipo, aunque no le faltaba de nada: verde y fucsia, con volantes, lentejuelas, terciopelo y hasta apliques bordados de dragones chinos; pero el genial diseñador de Gucci, Alessandro Michele, consigue convertir hasta lo hortera en elegante. Y un consejo: la única manera de salir airosa de esta excesiva tendencia es como hizo ella (y la anfitriona), con una sencilla coleta y la cara casi recién lavada; el éxito siempre está en el equilibrio.

No es la primera vez que la sociedad se da a los excesos tras una pandemia. Ocurrió lo mismo en los felices años veinte, hace exactamente un siglo, después de la gripe española. Es comprensible querer evadirse de los millones de muertes y las terribles consecuencias de una tragedia como el covid mirando para otro lado y refugiándose en la diversión y la jarana. No sé ustedes, pero yo me pasé todo el confinamiento soñando con bailar con extraños.

Los felices años veinte fueron una época de risas y de desmadre, pero también de enormes desigualdades

Cerrar los ojos a la realidad y darse a los excesos tiene sus riesgos. Los felices años veinte fueron una época de risas y de desmadre, pero también de enormes desigualdades. Unos se enriquecieron con el consumismo y el disfrute. Y otros cayeron en la pobreza más desesperada. Mientras media sociedad bailaba foxtrot y charlestones con una copa de champán en la mano, la otra pasaba hambre. El caldo de cultivo perfecto para que en 1922 Mussolini se convirtiera en líder del partido fascista y al año siguiente Hitler en líder del partido nazi. Y eso que durante los felices años veinte las desigualdades solo se intuían, porque todavía no existían los teléfonos, las tabletas y las redes sociales que te ponen las fotos y los detalles de esos excesos en la mismísima palma de tu mano.

En el evento de San Francisco, el contraste no podía ser más palmario. En el centro de la ciudad hay aceras de calles enteras tomadas por mendigos malviviendo en tiendas de campaña. Mientras tanto, en el museo, tras sentarnos a la mesa de la cena, nos sirvieron a cada comensal como aperitivo una lata individual de caviar. Era imposible no sentirse incómodo al pensar que se estaba cruzando una línea roja. La importantísima línea roja del decoro social.

El 'glamour' se ha vuelto a poner de moda. Lo barroco, lo excesivo, lo recargado. Se nota en las pasarelas de moda. Y eso que las firmas de lujo todavía no han levantado cabeza porque su mayor mercado (los multimillonarios chinos y chinas) siguen bajo las draconianas restricciones del covid del Gobierno de Xi Jinping. Pero donde más se nota es en las fotos de los eventos de las ciudades más internacionales. No es que se hayan puesto de moda las lentejuelas, o los metálicos, o los brocados, o el encaje, o el terciopelo, o las plumas, o los flecos, o los apliques, o los tules, o los volantes, o las transparencias, o los drapeados, o la lencería brilli-brilli, o las tiaras. Es que ahora se lleva todo eso, ¡pero encima todo puesto a la vez! Los expertos de moda lo llaman el ‘ultraglamour’. En lenguaje de andar por casa, es la tendencia ‘vas hecha un árbol de Navidad’, pero esta vez a lo bestia.

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