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Europa no es una vaca lechera
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Miriam González

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Europa no es una vaca lechera

Prevalece la idea de que la guerra de Ucrania marcará un antes y un después en las políticas de defensa, pero no hay consciencia pública del esfuerzo económico que va a suponer

Foto: Banderas ucranianas, frente al Parlamento Europeo. (EFE/Stephanie Lecocq)
Banderas ucranianas, frente al Parlamento Europeo. (EFE/Stephanie Lecocq)
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Los europeos estamos tan acostumbrados a no tener que pensar en cómo mantener, gestionar y pagar nuestra seguridad, que ni siquiera las bombas a 25 km de nuestra frontera nos logran sacar de nuestro ensimismamiento. Prevalece la idea de que la guerra de Ucrania marcará un antes y un después en las políticas de defensa, exteriores y energía de la Unión. Pero todavía no hay consciencia pública del esfuerzo económico que va a suponer pasar de no querer reconocer las amenazas a hacerlas frente. Hacer ese cambio requiere empezar a ver el presupuesto europeo como algo a lo que contribuir para financiar las prioridades estratégicas colectivas y no como una vaca lechera a la que ordeñamos recurrentemente para financiar las prioridades políticas nacionales.

Los gobiernos europeos tienen que sincerarse sobre nuestra capacidad de defensa y dejar de abultar las cifras presentando como ‘defensa’ cosas que no lo son. El último análisis de defensa británico (el tercer país que más gasta en defensa) concluía que sus tanques no durarían ni una semana en un conflicto como el de Ucrania. Los españoles tenemos que saber cuánto durarían los tanques de España y cuánto los de toda la Unión Europea. ¿Nos podemos defender de un ataque, ya no nuclear o de ciberseguridad, sino tradicional, como el de Ucrania? ¿Para qué tipo de conflicto estamos preparados y durante cuánto tiempo? Si no se nos explica con crudeza en qué situación estamos, nos va a costar muchísimo aceptar el sacrificio presupuestario que se nos viene encima. Y esa explicación es especialmente pertinente con respecto al estado de nuestra Inteligencia militar, porque todos hemos visto cómo los planes de guerra de Putin no fueron descubiertos por los servicios de Inteligencia europeos, sino por los americanos, que predijeron el ataque casi a la hora exacta, mientras los europeos simplemente dependían de la información estadounidense.

Foto: Rueda de prensa tras el Consejo Europeo en Versalles. (Reuters/Sarah Meysonnier)
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El único mecanismo colectivo que tiene ahora mismo la Unión Europea para actuar directamente contra Rusia es la política de comercio, que es por lo que casi toda la acción se centra ahora en las sanciones comerciales. Pero los gobernantes europeos tienen que ser honestos: toda sanción, por pequeña que sea, crea un daño en el país o bloque que la impone. Y aunque las sanciones a los oligarcas y gobernantes rusos tienen un impacto inicial considerable, a medida que pasan las semanas y los oligarcas van reposicionándose, ese efecto se va diluyendo. ¿Por qué? Pues porque el valor de las sanciones a medio y largo plazo depende del esfuerzo y celo que se ponga en controlar su aplicación. Y la aplicación de sanciones comerciales de una forma rigurosa y homogénea es una asignatura pendiente en toda la Unión Europa. Mientras los americanos imponen multas por violación de sanciones de hasta 8.800 millones de dólares, la mayoría de las infracciones en Europa se quedan en nada. No hay un mecanismo europeo de control central sobre cómo se implementan en la práctica esas sanciones. Y la mayoría de países europeos, incluido España, ni siquiera tienen un regulador específico para la aplicación y control de sanciones. Si no reforzamos esos sistemas, habrá innumerables agujeros por los que se puede colar la actividad comercial de los oligarcas.

La honestidad de los gobernantes se necesita también en cuestión de seguridad energética. No se trata solo, como parece que nos quieren hacer ver, de tomar medidas para ayudar a las familias a afrontar el aumento del coste energético, o de desligar el coste del gas y la electricidad, o incluso de intervenir los precios. Los paliativos son necesarios para asumir el efecto más inmediato del conflicto, pero la sociedad necesita mucha más información veraz sobre la viabilidad de modos alternativos de suministro, entendiendo qué tiempo y recursos se necesitan para activarlos. Si necesitamos crear una nueva infraestructura para poder recibir gas natural licuado del continente americano, ¿de cuánto dinero estamos hablando y de qué plazo? Y si la única solución realista, como parece, es aumentar el componente de energía nuclear, ¿qué desembolso hay que hacer, cuándo y cómo empezar a concienciar a la población al respecto?

Foto: Bomberos franceses extinguen el fuego de un campo de trigo en Ramillies, Francia. (Reuters/Pascal Rossignol)

Hay algo que es evidente: con unas previsiones de crecimiento económico europeo de un 4% en 2022 y tan solo del 2,8% en 2023, hay otras prioridades que vamos a tener que dejar aparcadas. Prioridades importantes, que habrá que retrasar, porque el dinero europeo no es ilimitado. Esa es la realidad. Europa tiene un índice de natalidad menor que el de mortalidad, así que cada vez hay menos margen para retrasar todas esas difíciles decisiones y pasarle el bulto a la generación siguiente. Y hacer frente a esa realidad implica un cambio de actitud con respecto al presupuesto europeo, especialmente en países como España. Hay que desterrar esa idea tan arraigada en nuestro país de que el dinero europeo es dinero caído del cielo, una fuente inagotable de recursos para financiar lo que no nos podemos pagar por nuestra cuenta. Cada vez que malgastamos ese dinero europeo, que lo dedicamos a infraestructuras que no necesitamos, a grandes empresas que deberían ser rentables por sí mismas, o a prioridades políticas clientelares del Gobierno o la comunidad autónoma de turno, estamos quitando recursos de prioridades colectivas esenciales, como es nuestra capacidad europea de seguridad y defensa.

Europa no es una vaca lechera de recursos a la que ordeñar, que es como a veces parece que se ve desde España. Europa es algo a lo que contribuir, algo que proteger. Europa es ‘una forma de vida’ basada en valores humanos fundamentales y apuntalada por libertades económicas. Una forma de vida por la que merece la pena luchar, como nos están demostrando los ucranianos día tras día.

Los europeos estamos tan acostumbrados a no tener que pensar en cómo mantener, gestionar y pagar nuestra seguridad, que ni siquiera las bombas a 25 km de nuestra frontera nos logran sacar de nuestro ensimismamiento. Prevalece la idea de que la guerra de Ucrania marcará un antes y un después en las políticas de defensa, exteriores y energía de la Unión. Pero todavía no hay consciencia pública del esfuerzo económico que va a suponer pasar de no querer reconocer las amenazas a hacerlas frente. Hacer ese cambio requiere empezar a ver el presupuesto europeo como algo a lo que contribuir para financiar las prioridades estratégicas colectivas y no como una vaca lechera a la que ordeñamos recurrentemente para financiar las prioridades políticas nacionales.

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