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Davos y Fukuyama
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Miriam González

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Davos y Fukuyama

Hay un aspecto interesantísimo del Foro: todas esas personas que están en la cúspide del sistema piensan que necesitan ir cada año al encuentro para reforzar su estatus

Foto: Von der Leyen, en la 50 edición del Foro de Davos. (EFE/Gian Ehrenzeller)
Von der Leyen, en la 50 edición del Foro de Davos. (EFE/Gian Ehrenzeller)

En unos días empezará el Foro de Davos, una semana de discusiones, reuniones, cócteles y cenas entre los políticos y los hombres y mujeres (más hombres que mujeres) de negocios más poderosos del mundo. A Davos se va a ver, pero sobre todo a ser visto. Lo más importante es poder decir, después que has estado allí, un símbolo de estatus.

Hay un aspecto casi antropológico del Foro que es interesantísimo: el que todas esas personas que están en la cúspide del sistema y que, por tanto, lo tienen todo (y a todos) a su alcance sigan pensando que necesitan ir cada año a un encuentro de estas características para reforzar su estatus. El ansia de reconocimiento social y el FOMO, 'Fear Of Missing Out' (miedo a quedarse fuera), nos afectan a todos, incluidos a aquellos que por su enorme poder nos parecen inmunes a las inseguridades.

Foto: El logo del WEF. (Reuters)

Desde que las cosas empeoraron drásticamente en el 2008, el Foro ha constatado los males que acechan al mundo. Pero a pesar de la enorme concentración de poder y, por tanto, capacidad de actuación de sus participantes, nunca han articulado fórmulas novedosas para solucionar esos problemas. En esta ocasión se centrarán con toda seguridad en la inflación y en su terrible efecto en los más desfavorecidos y también en las clases medias. Pero no propondrán un menú sorprendente de medidas económicas distributivas, entre otras cosas, porque eso les afectaría gravemente a su propio bolsillo. El Foro de Davos es un símbolo del orden liberal global, pero su razón de ser no es el intercambio de ideas novedosas, sino el hacer una desinhibida exhibición de poder por parte de la pequeñísima minoría que controla la política y la economía mundial.

Este año el Foro coincide con la publicación del libro de Francis Fukuyama 'El Liberalismo y sus Descontentos'. Asistí a su prepublicación en la Universidad de Stanford hace unos días, simplemente porque es el director allí del programa de relaciones internacionales en el que he estado dando clases. Fukuyama entiende el liberalismo de manera amplia como el orden liberal occidental: el sistema político que surge en la Europa del siglo XVII y que limita los poderes de los gobiernos a través del estado de derecho y las instituciones que protegen los derechos de los individuos. Subraya, con mucho acierto, que la mayoría de los ciudadanos occidentales damos por sentado que esas protecciones y garantías de nuestros derechos van a existir siempre. Pero lo cierto es que ese orden liberal está cada vez más amenazado y no es seguro que vaya a sobrevivir.

Abuso del concepto liberal

Según Fukuyama, la razón por la que el orden liberal sufre una pérdida de adeptos es por los abusos del concepto liberal, tanto desde el flanco derecho como desde el izquierdo. Por la derecha, el 'neo-liberalismo', la corriente de capitalismo sin límites que, a través de desreglamentaciones excesivas y privatizaciones desmedidas, provocó la crisis financiera del 2008 acrecentando las desigualdades sociales. Y por la izquierda, las políticas identitarias, que ponen el énfasis en la autonomía personal hasta tal extremo que acaban negando uno de los valores fundamentales del liberalismo, la tolerancia, como ocurre por ejemplo con la cultura de las ‘cancelaciones’.

En cuestión de liberalismo, en España partimos con desventaja, porque uno de nuestros problemas de base es el enorme poder de los políticos y la falta de mecanismos efectivos de control. Las políticas identitarias no tienen tanta fuerza como en Estados Unidos o el Reino Unido, pero están presentes en el independentismo. Y el neoliberalismo no está solo en Vox, sino incluso en la mal llamada 'corriente liberal' del PP, que solo ve el liberalismo como una ideología económica de bajadas de impuestos y no como una ideología política cuyo valor fundamental es la limitación del poder de los gobiernos a través de garantías que pongan el control en manos de los individuos. Según Fukuyama, la amenaza al orden liberal desde la derecha es inmediata y política, mientras que desde la izquierda es cultural y más lenta.

El análisis de Francis Fukuyama es certero y oportuno. Pero puede que haya una explicación mucho más sencilla para el creciente descontento con el orden liberal occidental: el hecho de que, una década y media después del 2008, ese orden siga sin dar una respuesta efectiva a los millones de personas que han visto cómo su capacidad adquisitiva y seguridad económica han disminuido drásticamente por causas ajenas a ellos. Y a las que además se les viene ahora encima otra década de enormes dificultades. Personas que ven que, aunque para ellos las cosas siguen yendo a peor, los que están al mando del orden liberal siguen sin hacerse responsables de lo que ha pasado y continúan sin alterar sus prioridades. Personas que no reclaman un análisis conceptual, sino una solución. No hace falta ser una de esas personas para entender el descontento que provoca el que los de arriba actúen como si no hubiera pasado nada y sigan congratulándose a sí mismos en foros como el de Davos.

En unos días empezará el Foro de Davos, una semana de discusiones, reuniones, cócteles y cenas entre los políticos y los hombres y mujeres (más hombres que mujeres) de negocios más poderosos del mundo. A Davos se va a ver, pero sobre todo a ser visto. Lo más importante es poder decir, después que has estado allí, un símbolo de estatus.

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