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Miriam González

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España no va al compás

El requisito más importante para que España pueda engancharse con éxito a la Revolución Tecnológica es abrir los partidos políticos a la diversidad de opinión

Foto: Sánchez y Feijóo coinciden por primera vez en el Senado. (EFE/Fernando Alvarado)
Sánchez y Feijóo coinciden por primera vez en el Senado. (EFE/Fernando Alvarado)

Los cambios de turno entre socialistas y conservadores nos suelen pillar en España con el pie cambiado. Cuando a nivel internacional los conservadores están al alza, aquí sube el PSOE. Y cuando bajan, aquí sube el PP. Ahora que los conservadores están fuera del poder en Estados Unidos, Canadá, Alemania, Australia, Italia, están luchando contra corriente en el Reino Unido y casi han desaparecido en Francia, volvemos a cambiar el compás, pues en España ya se vislumbra la victoria de Feijóo.

Pero nuestro problema con respecto a esos países no es tanto el ir a destiempo como el que hemos dejado de bailar el mismo baile. Mientras ellos se están lanzando como locos a ensayar coreografías nuevas en TikTok, nosotros seguimos anclados, erre que erre, en el pasodoble. Ese inmovilismo explica la sensación tan nítida que existe ahora en España de que nuestro país está cayendo. Pero en realidad no es que nosotros estemos cayendo, es que los demás están dando un acelerón.

Foto: Juan Espadas, en Sevilla flanqueado por Ángeles Férriz y María Márquez. (EFE / Julio Muñoz)

La próxima vez que oigan hablar a un político español, cierren los ojos y piensen en cuándo fue la primera vez que oyeron ese discurso. Les suena, ¿verdad? ¡Cómo no les va a sonar si los políticos españoles llevan prácticamente 30 años diciendo más o menos lo mismo!. Los de izquierdas, hablando del gasto público. Y los de derechas, de que hay que bajar los impuestos.

Cualquier persona mínimamente sensata sabe que ambos bandos tienen razón. Después de una pandemia, en plena guerra de Ucrania y con el crecimiento sin estar donde tiene que estar, hay que seguir haciendo gasto público, es evidente. Como también es evidente que hay que reducir los impuestos, porque hay muchas familias que si no van a caer en la indigencia a causa de la galopante inflación. Pero tanto el gasto público como las bajadas de impuestos son medidas paliativas, nada más. Necesitamos iniciativas transformadoras, no solo paliativas. Y no puede ser que sigamos con las mismas recetas de hace tres décadas a pesar del cambio tan impresionante que está experimentando el mundo.

Hay momentos en política en que todo se mantiene estable y gobernar no requiere hacer gran cosa. Pero hay otros momentos de cambio absoluto, como ocurre ahora, en que si no ponemos en marcha políticas valientes estaremos lastrando el futuro de las próximas generaciones. Los que crecimos en la Transición vimos cómo la generación de nuestros padres todavía seguía pagando las consecuencias de que España no se hubiese enganchado a tiempo a la Revolución Industrial el siglo anterior. Desafortunadamente, España no tenía infraestructuras que posibilitaran esa revolución. Ahora, como subraya en casi todos sus discursos el presidente de Telefónica, José María Álvarez-Pallete, tenemos la suerte de tener una infraestructura digital que nos permite engancharnos en el grupo de avanzada de la Revolución Tecnológica. Pero no tenemos las decisiones políticas (¡o los políticos!) que acompañen esa infraestructura.

Foto: Obras de rehabilitación en una comunidad de vecinos en la calle Fuencarral de Madrid. (EFE/Fernando Villar)

La Revolución Tecnológica se centra en el conocimiento, pone el foco en los universitarios, desagrega el poder, premia la agilidad, exacerba las desigualdades y tiende a concentrar el valor en las grandes metrópolis. Ser parte del grupo de países que se benefician de esa revolución implica poner en la mesa del debate político preguntas como: ¿qué hay que hacer para aumentar exponencialmente la calidad de la universidad española y hacer la enseñanza universitaria mucho más flexible?, ¿cómo agilizar radicalmente la Administración y las estructuras de gobierno a pesar de tener un Estado autonómico?, ¿cómo expandir la talla de nuestro mercado cuando tenemos divisiones hasta por comunidades autónomas?, ¿cómo deshacernos de las trabas administrativas y reglamentarias que nos frenan y que, encima, ya no cumplen con ningún objetivo?, ¿hay que desterrar las políticas de 'café para todos' y aplicar un criterio mucho más selectivo en el gasto público para compensar más contundentemente las desigualdades?, ¿hay que reconsiderar el equilibrio entre las medidas fiscales sobre el trabajo y el capital?, ¿cómo repensar los mecanismos de nuestro sistema territorial para que la hiperconcentración de valor en Madrid extienda sus beneficios más allá de esa comunidad autónoma?

Ese tipo de debates de medio y largo plazo no figuran en la agenda de nuestros partidos políticos. En vez de centrarse en la prosperidad de las próximas tres generaciones, lo que a los políticos españoles ocupa su tiempo son cosas mucho más inmediatas: cómo beneficiar a la comunidad autónoma de su signo político, al empresario de su cuerda, al catedrático universitario afín a ellos, al funcionario de su partido o al exministro de turno.

Foto: Foto: iStock.

La política de largo plazo requiere diversidad de puntos de vista y personas que cuestionen el 'statu quo'. Y para eso se necesitan partidos abiertos que logren atraer a un grupo amplio de personas que aporten diversidad de experiencias y de opinión. Pero el sistema político español consiste en estructuras políticas cerradas a cal y canto. Partidos herméticos y endogámicos, dominados por el clientelismo, en los que nadie se atreve a disentir en lo más mínimo, porque todos necesitan la aprobación del líder para poderse cobrar, antes o después, sus prebendas.

El requisito más importante para engancharnos con éxito a la Revolución Tecnológica no es digital, ni técnico, ni económico, ni monetario: es abrir los partidos políticos a la diversidad de opinión.

Los cambios de turno entre socialistas y conservadores nos suelen pillar en España con el pie cambiado. Cuando a nivel internacional los conservadores están al alza, aquí sube el PSOE. Y cuando bajan, aquí sube el PP. Ahora que los conservadores están fuera del poder en Estados Unidos, Canadá, Alemania, Australia, Italia, están luchando contra corriente en el Reino Unido y casi han desaparecido en Francia, volvemos a cambiar el compás, pues en España ya se vislumbra la victoria de Feijóo.

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