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La reina y el futuro de la monarquía
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Miriam González

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La reina y el futuro de la monarquía

Lo mejor que pueden hacer todas las monarquías para garantizar su futuro es seguir a pies juntillas el ejemplo de la reina: comprometerse personalmente a apoyar todas las causas sociales y filantrópicas de sus países

Foto: Isabel II, junto con su hijo y actual rey, Carlos III. (Reuters)
Isabel II, junto con su hijo y actual rey, Carlos III. (Reuters)

Asistir a los banquetes reales de los palacios de Buckingham y Windsor implica repasar de antemano el protocolo: comprobar que el vestido cumple con las reglas, recordar cómo dirigirse a cada miembro de la familia real, repasar la letra del himno, ensayar un par de veces cómo hacer la reverencia y preparar los oídos para las estruendosísimas gaitas escocesas que marcan el final de la cena y el paso hacia las salas del café. Pero la primera vez que asistí a uno de esos banquetes como mujer del vice-primer ministro británico durante el Gobierno de coalición, yo solo tenía una preocupación: que me saliese bien la reverencia.

Al ser extranjera y mi marido del Partido Liberal (un partido político de corte progresista), estaba segura de que una mala reverencia se interpretaría como una falta de respeto hacia el país y hacia la monarquía. Durante el Gobierno anterior, habían corrido rumores de que la reina había hecho un comentario en privado sobre las ‘rodillas rígidas’ de la mujer del primer ministro laborista, también progresista y, por tanto, no demasiado proclive hacia las monarquías. Así que cuando llegó nuestro turno de saludar a la reina, cerré abdominales y le hice una reverencia de esas de hincar bien la rodilla, para que no quedase ninguna duda de mi respeto hacia ella. A la reina se le escapó un "¡oh!". Y justo después una sonrisa.

Para mantener su deber de neutralidad, la reina se hizo hermética desde el inicio de su reinado

Lo cierto es que no me hubiese importado hacerle esa reverencia, aunque fuese una persona de a pie y sin ningún título. Porque una mujer que dedica más de 70 años de su vida a cumplir con su deber, constante, infatigable, sin poner límites a su dedicación, sin horarios, sin quejas, sin hacer la más mínima escena, sin un solo gesto de disgusto y sin que se le haya pillado nunca en ningún renuncio, merece la admiración y el respeto de todos, independientemente de que seamos monárquicos o no y también de que ella sea reina o no.

Para mantener su deber de neutralidad, la reina se hizo hermética desde el inicio de su reinado. Pero de lo poco que dijo públicamente durante su larga vida, las palabras que más importancia tuvieron fueron las que pronunció cuando tan solo tenía 21 años: "Declaro que durante toda mi vida, sea larga o corta, estaré dedicada a serviros". La definición perfecta de la vocación de servicio público. Un valor que casi ha desaparecido en nuestra sociedad y que es urgentísimo recuperar, sobre todo, entre los jóvenes.

Efectivamente, y a pesar de la enorme querencia que tienen los británicos por el boato, lo que más valoraban de la reina no era su labor de representación en grandes eventos y visitas oficiales, sino su ingente labor de apoyo a las causas sociales y filantrópicas. Es imposible contabilizar los innumerables actos en los que participó visitando colegios, hospitales, asociaciones locales, organizaciones de caridad o agrupaciones sociales grandes, pequeñas y diminutas. Y por todo el territorio nacional, incluso en los pueblos más remotos. Actos nada glamurosos, que no salían ni en la televisión ni en las revistas, sino tan solo en la prensa y radio locales, pero que constituían el hilo con el que ella tejió una conexión inquebrantable con el pueblo británico.

El nuevo rey británico, Carlos III, ya ha dado signos de querer modernizar la monarquía. Es normal que le preocupe su futuro

A pesar de que entre los miembros de su familia ha habido de todo, la reina les logró transmitir a casi todos ellos su sentido de compromiso social. Los miembros de la familia real británica son patronos o presidentes de nada menos que 3.000 organizaciones filantrópicas y sociales del país. Tal es su dedicación, que el hasta ahora heredero al trono, por ejemplo, ha llegado a participar en casi 520 actos por año. O la princesa Ana, que nunca llegará al trono, en casi 390, es decir, casi el doble de lo que hacen los reyes en otros países. El marido de la reina creó e impulsó durante casi 60 años los Duke of Edinburgh’s Awards, un programa nacional disponible gratuitamente para todos los jóvenes británicos. Cientos de miles de ellos participan cada año en todo tipo de proyectos sociales y caritativos gracias a ese programa. El que el Reino Unido sea uno de los países más comprometidos con la filantropía no es casual: la vocación de servicio público no es algo innato, sino que se aprende.

El nuevo rey británico, Carlos III, ya ha dado signos de querer modernizar la monarquía. Es normal que le preocupe su futuro, pues a medida que avanza el siglo cada vez va a ser más difícil encajar una institución que se basa en que hay una sangre que es superior a otra. Pero lo mejor que pueden hacer todas las monarquías para garantizar su futuro es seguir a pies juntillas el ejemplo de la reina: comprometerse personalmente a apoyar todas las causas sociales y filantrópicas de sus países; dedicar la mayor parte de su agenda a esas causas, por poco glamurosas y lucidas que sean, y hacer de ese compromiso social el centro de su reinado. Sin descanso, sin ruidos, con humildad e incondicionalmente, como hizo la reina.

Asistir a los banquetes reales de los palacios de Buckingham y Windsor implica repasar de antemano el protocolo: comprobar que el vestido cumple con las reglas, recordar cómo dirigirse a cada miembro de la familia real, repasar la letra del himno, ensayar un par de veces cómo hacer la reverencia y preparar los oídos para las estruendosísimas gaitas escocesas que marcan el final de la cena y el paso hacia las salas del café. Pero la primera vez que asistí a uno de esos banquetes como mujer del vice-primer ministro británico durante el Gobierno de coalición, yo solo tenía una preocupación: que me saliese bien la reverencia.

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