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Miriam González

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La solución no es Draghi

Una persona neutral podría ser presidente del Gobierno con el apoyo de uno o varios partidos, pero, para poder serlo, debe tener un mandato electoral explícito

Foto: El ex primer ministro italiano Mario Draghi. (Reuters/Remo Casilli)
El ex primer ministro italiano Mario Draghi. (Reuters/Remo Casilli)
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Las opciones de gobierno tras el fragmentadísimo resultado electoral son tan complejas e insatisfactorias que la élite empresarial y financiera ha empezado a poner sobre la mesa la opción de tirar por la calle del medio y buscar un Draghi. Un mirlo blanco, o una mirla blanca, neutral y de reconocida competencia sobre quien todos se pongan de acuerdo, como hicieron en Italia. Pero en España la opción Draghi ni puede ni debe ocurrir.

Personalmente, admiro a Draghi. Pero encontrar a una persona como él (que haya logrado hacer carrera tecnocrática a altísimo nivel y con proyección internacional de forma relativamente neutral) es casi misión imposible en un sistema tan cerrado como el nuestro. En España, la neutralidad es una quimera, porque el bipartidismo lo ha invadido prácticamente todo y para tener una carrera tecnocrática estelar se necesita casi siempre el robusto apadrinamiento de uno de los dos grandes partidos políticos. No hay más que echar un vistazo a los altos cargos españoles en la Administración, la Unión Europea o en organismos internacionales. Casi todos caen del lado de un bloque o del otro.

Foto: El primer ministro italiano, Mario Draghi. (Reuters)

Imaginemos por un momento que salvamos ese primer escollo y encontramos a la persona adecuada. Habría que conseguir su aceptación por las fuerzas políticas. Y ahí viene la segunda dificultad: no tenemos un Mattarella, una figura como el presidente de la República Italiana que, con su credibilidad democrática (crucial) y aceptación por todas las partes, medie con inteligencia, determinación y un montón de mano izquierda para que todos se pongan de acuerdo. Independientemente de que uno sea monárquico o republicano (ambas opciones tienen pros y contras), la realidad es que en España tenemos una monarquía que por errores propios y ajenos está cogida con alfileres y, por tanto, tiene poco o nulo espacio de maniobra para forjar acuerdos. Para muestra, un botón: cuando en 2019 hubo la posibilidad de un Gobierno reformista entre el PSOE y Ciudadanos, que seguramente hubiese cambiado el futuro del país, nuestra jefatura del Estado no logró forzar ese acuerdo. Si eso (que encalló por desencuentros personales, pero que era algo relativamente sencillo, porque eran solo dos partidos y habían hecho un acuerdo anterior) no lo pudo hacer entonces la jefatura del Estado, ¿qué esperanza hay ahora de que pueda mediar en un acuerdo mucho más sui generis, con más partes y muchísima más dificultad?

No tenemos un Mattarella que medie con inteligencia, determinación y mano izquierda para que todos se pongan de acuerdo

Pero aunque fuese posible ponerles a todos de acuerdo, la fórmula Draghi es algo que choca de lleno con los principios más básicos de la democracia. En España, a los presidentes del Gobierno no les nombra la élite política, financiera o empresarial por la puerta de atrás, les vota el pueblo. El poder soberano recae sobre el pueblo español (así, con p minúscula, artículo 1.2 de la Constitución). Y el pueblo español ha votado con la premisa explícita de que los líderes de los partidos eran los que se postulaban como candidatos a presidentes (y no una persona neutral que no sabían ni quién era cuando votaron). Una persona neutral podría ser presidente del Gobierno con el apoyo de uno o varios partidos, pero para poder serlo debe tener un mandato electoral explícito.

Foto: El nuevo primer ministro italiano, Mario Draghi. (Reuters) Opinión
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La cuestión no es baladí, porque el daño colateral que puede provocar la mera insinuación de la fórmula Draghi es enorme. Si estamos dispuestos a aceptar contorsionismos con la Constitución para explorar una fórmula Draghi (que puede que sea técnicamente compatible con la Constitución, pero no con su espíritu), luego no nos podremos quejar cuando otros hagan contorsionismos con la Constitución buscando fórmulas independentistas que aunque vulneren el espíritu de la Constitución sean técnicamente compatibles con ella. La Constitución no es una goma elástica que se estira a conveniencia de cada uno (ni a conveniencia de las élites, ni a conveniencia de los independentistas).

Más que proponer fórmulas como la de Draghi, la élite haría bien en hacer lo que estamos haciendo todos: un examen de conciencia para ver en qué hemos fallado para haber puesto nuestro país en la difícil tesitura en que está ahora. Durante muchísimos años, la mayor parte de la élite empresarial y financiera se ha dedicado no a promover las reformas que saben que necesita España, sino a hacerle el coro al poder. Se lo hicieron a Sánchez durante sus primeros años hasta que se les puso de frente. Y se lo estaban empezando a hacer a Feijóo incluso antes de ganar las elecciones. Ojalá la complicada situación actual sirva al menos para que todos, incluida la élite, dejemos de rendir pleitesía al poder. Y para que nos impliquemos de forma más seria en las reformas económicas y políticas que necesita el país.

Las opciones de gobierno tras el fragmentadísimo resultado electoral son tan complejas e insatisfactorias que la élite empresarial y financiera ha empezado a poner sobre la mesa la opción de tirar por la calle del medio y buscar un Draghi. Un mirlo blanco, o una mirla blanca, neutral y de reconocida competencia sobre quien todos se pongan de acuerdo, como hicieron en Italia. Pero en España la opción Draghi ni puede ni debe ocurrir.

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