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Protestan los agricultores, pero deberíamos protestar todos
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Miriam González

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Protestan los agricultores, pero deberíamos protestar todos

Los excesos reglamentarios y burocráticos de Bruselas han sacado a los agricultores a la calle, pero es un mal que afecta a todos los sectores económicos europeos

Foto: Los agricultores concentrados en Santander antes de retirarse definitivamente. (EFE/Román G. Aguilera)
Los agricultores concentrados en Santander antes de retirarse definitivamente. (EFE/Román G. Aguilera)
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Es normal sentir solidaridad con los agricultores. Los que tenemos agricultores en la familia llevamos décadas viéndolos actuar al dictado de los caprichos de la Unión Europea: quita viñas, planta viñas, vuélvelas a quitar, planta girasoles, quítalos, ahora da igual lo que plantes pero déjalo pudrirse en la tierra… Muchas de esas medidas han tenido un efecto devastador en la dignidad de una población que ya de por sí tiene difícil salir adelante.

La arbitrariedad de la política agrícola ha quedado clara estas semanas: dejar tierras en barbecho no podía ser tan importante si con tan solo tres semanas de protestas Bruselas ha aceptado derogar ese requisito durante al menos un año. Y lo mismo ocurre con el cuaderno digital, que por cierto sería una medida buenísima no para los agricultores sino para los políticos: si cada comisario, cada ministro y cada presidente de gobierno tuviera un cuaderno digital, los ciudadanos podríamos ver por fin con total transparencia lo que hacen realmente en su día a día.

La política agrícola europea es un ejemplo de política eminentemente intervencionista. Empezó premiando la producción y luego la gestión del suelo europeo. En la práctica, no obstante, ha convertido a muchos agricultores en meros gestores de subvenciones: el que más cobra no es el que más produce, ni el que mejor produce, o el que mejor gestiona el suelo, es el que mejor conoce los complicadísimos vericuetos del sistema. Pero al margen de todas esas frustraciones, hay una realidad ineludible: sin subvenciones y proteccionismo comercial el campo europeo no podría sobrevivir.

Independientemente de los costes laborales y reglamentarios, los costes de producción agrícola europeos son por naturaleza mucho más altos que los de otras partes del mundo. Ni tenemos la extensión ni los nutrientes del terreno que tienen otros continentes. Y eso sin hablar de la creciente sequía. Si a la agricultura europea no la subvencionáramos y protegiéramos comercialmente, simplemente colapsaría.

Foto: Protestas de ganaderos y agricultores en Zaragoza. (Europa Press/Ramón Comet)

Por eso hay que tener muchísimo cuidado cuando se hacen acusaciones populistas del tipo "nuestros agricultores sufren la competencia desleal de otros países". No cabe duda de que si hay requisitos sanitarios y fitosanitarios para productos que vienen de fuera, hay que aplicarlos. Pero es igualmente cierto que la agricultura europea se ha subvencionado durante más de medio siglo con cuantías enormes (desde nada menos que un 68% de todo el presupuesto europeo en los años 80, a un todavía considerable 25% en la actualidad).

Para muchos otros países esas subvenciones son "competencia desleal" en el sector agrícola por parte de Europa. Si todas esas subvenciones son legales es porque la Unión se ha cuidado de defenderlas con uñas y dientes en todos los ámbitos comerciales. En prácticamente todos los acuerdos de la UE, multilaterales, birregionales y bilaterales, la primera consigna que siempre hemos recibido los negociadores comerciales ha sido: "a la agricultura ni tocarla", lo cual ha requerido concesiones en otros sectores.

Si a la agricultura europea no la subvencionáramos y protegiéramos comercialmente, simplemente colapsaría

Algunos, como el diario The Economist, están caricaturizando las manifestaciones de agricultores de forma simplista como la defensa por parte de Europa de un modelo económico del pasado, en contraposición con el modelo económico de la tecnología, como si Europa tuviese que decidir entre la nostalgia y el futuro. Pero en Europa el futuro de la agricultura y la tecnología están indisolublemente unidos.

Para que a la agricultura se la pueda seguir subvencionando y protegiendo, a los europeos nos tiene que ir bien en el resto de los sectores económicos: manufactura, servicios y tecnología. Y para que en el resto de los sectores nos vaya bien, Bruselas tiene que entender las protestas de los agricultores como algo que va mucho más allá de la agricultura.

Los excesos reglamentarios y burocráticos de Bruselas (que en países como en el nuestro también ocurren a nivel nacional) han sacado a los agricultores a la calle, pero es un mal que afecta a todos los sectores económicos europeos. La burocracia reglamentaria que frustra a los agricultores es la misma que hace que no logremos ni siquiera despegar en tecnología.

Foto: Un agricultor en una protesta en Toledo. (Europa Press/Diego Radamés)

El problema radica en que las instituciones comunitarias ya no se ven a sí mismas como facilitadoras de la actividad económica. Parte de su función es evitar abusos, por supuesto. Pero más allá de los abusos, las instituciones se han convertido en meras domadoras de los agentes económicos. El instrumento que utilizan para domesticar y controlar a esos agentes económicos es la reglamentación y la burocracia, que ya hasta han tomado vida propia.

Son tan excesivas que, como estamos viendo en la agricultura, ni siquiera se pueden compensar a golpe de subvenciones por muy cuantiosas que estas sean. El mensaje de los agricultores debería resonar como un trueno por toda Europa: las instituciones europeas, y en particular la Comisión, no pueden convertirse en una carga para la actividad económica.

Los agricultores están diciendo basta a la burocracia y las reglamentaciones arbitrarias y excesivas. Pero si queremos empezar a ser competitivos en tecnología y servicios financieros, avanzar en competitividad en el resto de los sectores de servicios y manufactura, y poder mantener nuestro sector agrícola, tenemos que decir basta todos. Europa necesita mucha menos reglamentación y burocracia y muchísima más determinación en la eliminación de barreras. Si la Unión Europea quiere sobrevivir, las instituciones europeas tienen que dejar de ser meros reguladores y empezar a actuar como motores de crecimiento.

Es normal sentir solidaridad con los agricultores. Los que tenemos agricultores en la familia llevamos décadas viéndolos actuar al dictado de los caprichos de la Unión Europea: quita viñas, planta viñas, vuélvelas a quitar, planta girasoles, quítalos, ahora da igual lo que plantes pero déjalo pudrirse en la tierra… Muchas de esas medidas han tenido un efecto devastador en la dignidad de una población que ya de por sí tiene difícil salir adelante.

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