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En la campaña europea no se habla de Europa
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Miriam González

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En la campaña europea no se habla de Europa

La razón por la que los dirigentes europeos no expresan públicamente el alcance real de sus preocupaciones es que temen alimentar a la extrema derecha, cuya expansión en Europa produce escalofríos por las reminiscencias históricas

Foto: Foto de archivo de la sede del Parlamento Europeo en Estrasburgo. (EFE/Patrick Seeger)
Foto de archivo de la sede del Parlamento Europeo en Estrasburgo. (EFE/Patrick Seeger)
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En la campaña de las europeas no se está hablando de los gravísimos problemas de Europa. En España eso no es novedad, porque vemos a la Unión Europea como algo romántico, que funciona casi por inspiración divina. Pero en los países que lideran y pagan por la Unión es algo nuevo.

A puerta cerrada, la preocupación por Europa es tema de conversación habitual en los círculos internacionales. El año pasado nuestra productividad, lejos de avanzar, cayó. Empresas que antes dominaban en sus sectores (como Volkswagen y Nokia) están anunciando drásticos recortes de plantilla. Se acepta ya como inevitable que nuestros hijos y nietos vayan a ver toda su vida (su trabajo, sus comunicaciones, su ocio, sus transportes, su defensa, la gestión de sus finanzas, su salud, etc.) dominada por tecnologías que ni son europeas ni las van a gestionar europeos. Y la esperanza de que la economía alemana sea la solución a nuestros problemas se esfuma por momentos: Alemania está bordeando la recesión y hay quien piensa que hasta puede perder la industria automovilística antes de la próxima década.

A esos problemas internos hay que añadirles las amenazas externas. Si Trump (que va por delante de Biden en todos los estados clave) gana y, como se prevé, pone en duda la cobertura americana de la defensa europea, es posible (y quizás hasta probable) que haya incursiones rusas en territorio europeo. Si añadimos presiones migratorias y refugiados de conflictos de regiones vecinas, el escenario no puede ser más complejo.

La razón por la que los dirigentes europeos no expresan públicamente el alcance real de esas preocupaciones es que temen alimentar a la extrema derecha, cuya expansión en Europa produce escalofríos por las reminiscencias históricas. La campaña de las europeas, efectivamente, se ha enmarcado en toda la UE como una lucha contra esas fuerzas ultraderechistas. Pero la emergencia de la extrema derecha es el síntoma, no el problema. Como bien sabemos en España, la población solo se mueve hacia los extremos cuando las cosas fallan en el centro. El problema de base de Europa no es el extremismo, es que lo que hemos estado haciendo durante las últimas seis décadas ya no funciona. Pero no tenemos la energía política ni los instrumentos para hacer algo distinto. Y sobre todo no tenemos la agilidad para hacerlo a tiempo.

El problema de base de Europa no es el extremismo, es que lo que hemos hecho en las últimas seis décadas ya no funciona

En el sector privado también hay reticencia a hablar de la preocupación por Europa en público, por miedo al consiguiente cuestionamiento de las perspectivas de futuro de sectores o empresas. Las que pueden buscan abrir mercados fuera. Los bancos y las telecos piden auxilio por vía del proteccionismo reglamentario. Otras piden una política industrial europea, que es lo mismo que pedir ayudas de Estado y fondos públicos. Pero tras tres años de fondos de Nueva Generación es ya más que evidente que los fondos no sirven por sí mismos para transformar las economías europeas en economías de tecnología. Porque no es solo cuestión de fondos, sino de que el sistema acompañe. Y el sistema europeo está esclerotizado por la reglamentación, la fragmentación y la burocracia.

Si hay algo en lo que ya coincide prácticamente todo el mundo es que la respuesta a estas grandísimas dificultades no puede venir ni del Parlamento (que lleva ya años convertido en un estorbo) ni de la Comisión Europea. El que Von der Leyen haya tenido que recurrir a dos personas de fuera de la Comisión –Mario Draghi y Enrico Letta- para ver cómo reactivar la competitividad europea, es un bofetón a mano abierta a su equipo y en el fondo también a sí misma.

Letta ya ha sacado su informe y tiene ideas interesantes, especialmente con respecto a la integración del mercado europeo de capitales y la creación de un ‘código europeo’ para eliminar las fricciones nacionales en la creación de empresas. Pero su plan es disperso y, aunque muchas de sus ideas podrían funcionar a más largo plazo, necesitamos medidas mucho más urgentes.

Foto: Yolanda Díaz, entre Ernest Urtasun y Estrella Galan, en la asamblea fundacional de Sumar.  (Europa Press/Ricardo Rubio)

La esperanza está ahora puesta en Draghi, que parece tener un enfoque práctico, pues está consultando de cerca con empresas para identificar barreras concretas a la innovación y emprendimiento. Tiene en su haber su enorme credibilidad, conocer muy bien a la UE y un buen equipo. Pero aunque uno sea (como yo) fan de Draghi, es un poco paradójico que el futuro de la competitividad tecnológica de Europa esté en manos de un keynesiano de 76 años cuyo mandato, de momento, es solo hacer un informe.

A nivel político, el único que parece dispuesto a seguir dando a batalla por la competitividad de Europa (a pesar de todos sus problemas domésticos y ocasionales movimientos erráticos) es Macron. Se rumorea que está barajando una moratoria reglamentaria europea. Ojalá pida también un mandato específico y ambicioso de eliminación de barreras como prioridad máxima y urgente de la siguiente Comisión. Europa no puede seguir siendo sinónimo de reglamentación. La prioridad absoluta de la Comisión tiene que ser eliminar fragmentación destruyendo barreras. No solo estudiarlas, sino destruirlas. Y no dentro de unos años, sino ahora.

Se preguntarán ustedes, ¿y qué es lo que proponen los líderes de los partidos políticos españoles para hacer frente a esta alarmante situación de Europa? Pues eso mismo me pregunto yo.

En la campaña de las europeas no se está hablando de los gravísimos problemas de Europa. En España eso no es novedad, porque vemos a la Unión Europea como algo romántico, que funciona casi por inspiración divina. Pero en los países que lideran y pagan por la Unión es algo nuevo.

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