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En versión liberal
Por
Draghi se ha quedado corto
La situación es extremadamente preocupante y es existencial: si seguimos haciendo lo que estamos haciendo ahora, el empeoramiento de Europa es inevitable
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El informe de Draghi sobre la falta de competitividad de Europa es un intento de garantizar la supervivencia de la Unión Europea. Muchos han destacado la enorme crudeza con la que Draghi ha presentado los problemas de la Unión. La realidad es que su tono ha sido muchísimo menos crudo (¡y también infinitamente más educado!) que el que se utiliza en los altos círculos empresariales y políticos europeos. La situación es extremadamente preocupante y es existencial: si seguimos haciendo lo que estamos haciendo ahora, el empeoramiento de Europa es inevitable.
La cadencia de ese empeoramiento está determinada por Alemania, el único país grande de la Unión que, con la sombra de su solvencia, garantiza la viabilidad económica de los demás. El modelo económico alemán se apoya en tres cosas y todas ellas han colapsado: energía barata de Rusia, mercados de exportación abiertos en China y un mercado interior activo en la Unión Europea. Pensar que los alemanes van a seguir aceptando financiar la Unión mientras su propio modelo económico se desmorona es de una inocencia supina.
La Unión Europea solo puede sobrevivir si a los alemanes les compensa seguir siendo parte de ella. Inicialmente, la Unión le sirvió a Alemania de plataforma para rehabilitarse internacionalmente, crecer y solventar su sentimiento de culpabilidad tras las guerras mundiales. Cuando la economía empezó a fallar tras la crisis del 2008, les siguió compensando ser parte de la Unión, porque el mercado europeo seguía siendo fundamental para sus manufacturas. Pero ¿les va a seguir compensando en el futuro próximo? Cuando Alemania tiene que hacer una megatransición económica (a la que ya llegan muy tarde) desde las manufacturas a la tecnología e inteligencia artificial, ¿dónde está la línea que determina si para Alemania la Unión Europea es un activo o es un lastre?
El día que Draghi sacó su informe, el ministro de Economía alemán tardó solo tres horas en decir ‘NEIN!’ a la recomendación de Draghi de que en Europa se invirtieran 800.000 millones de euros anuales adicionales (parte de los cuales serían con deuda europea). Subrayó que el problema no es la falta de subvenciones, sino el exceso de burocracia y la economía planificada. Lo que dijo el ministro alemán lo podrían haber dicho cualquier emprendedor europeo, cualquiera que trabaje en una industria farmacéutica europea, en el sector financiero, en el sector tecnológico (el poco que existe), etc. y también cualquier agricultor europeo.
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El informe de Draghi habla del exceso de burocracia y la sobrerreglamentación. Pero los alemanes tienen razón en que Draghi se ha quedado muy, pero que muy corto en toda esta parte de su análisis. Y eso descompensa completamente su informe. El norte debe comprometerse a seguir apoyando la Unión de forma que se puedan conseguir 800.000 millones adicionales de inversión por año, sí. Pero en paralelo (no después, sino en paralelo) hay que hacer una drástica reducción de barreras al crecimiento, la innovación y la inversión privada en Europa. Y ello implica necesariamente un cambio radical en la gobernanza de la Unión.
Mucha reglamentación europea ha servido para armonizar (al menos parcialmente) el mercado interior. Pero cuando te pasas de un punto crítico, que es lo que ha estado ocurriendo en Europa en los últimos años, la reglamentación se convierte en un obstáculo a la innovación, el crecimiento y la prosperidad. Hay culturas políticas (como la nuestra en España) que tienden a ver la reglamentación omnipresente como un instrumento de protección para los ciudadanos. Pero no hay nada que desproteja más al ciudadano europeo y español (especialmente al más vulnerable) que el que la Unión Europea no crezca y que la construcción europea empiece a tambalearse. Reglamentar para proteger un bien común es algo buenísimo. Reglamentar para obtener más competencias, hacer una demostración de poder, o por inercia, es algo terrible.
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La preocupación por la hiperactividad reglamentaria de Bruselas es casi unánime: la sobrerreglamentación, tanto en sectores básicos como la agricultura, hasta sectores sofisticados como los servicios financieros o la inteligencia artificial, está operando contra los intereses de Europa. Pero es difícil controlar esa hiperactividad reglamentaria sin cambios en la gobernanza, porque para la Unión Europea dejar de sobrerreglamentar es algo casi contranatura. La Unión se ha construido a través de acuerdos políticos, pero su expresión es jurídica y reglamentaria. Cada vez que se nombra a un comisario, su éxito o fracaso se juzga por el número de reglamentaciones que logra sacar adelante. Un comisario poderoso es un comisario que reglamenta mucho. Y eso sin hablar del Parlamento, que es una locura: cada europarlamentario tiene muchísimo más poder reglamentario que los parlamentarios nacionales.
Imagino que Draghi no ha querido tocar de lleno en todo esto porque darle la vuelta a esa dinámica en lo que concierne al Parlamento implicaría modificar los tratados (en especial el Tratado de Lisboa, que aumentó considerablemente las competencias del Parlamento). Pero al menos tenía que haber entrado sin trapos calientes en la revisión de las estructuras y mandato de la Comisión, orientándola al crecimiento económico y los resultados, y no al número de reglamentaciones. Como bien han dicho los alemanes, esa reorientación es algo absolutamente imprescindible para darle la vuelta al declive de la productividad de Europa.
Europa es un continente que lo tiene todo: talento, educación, recursos, una sociedad vibrante, valores democráticos y estado de bienestar. Sería imperdonable que dejásemos que todo ese potencial se pierda por pura inercia reglamentaria. Tanto a nivel europeo como a nivel nacional hay que reaccionar al informe de Draghi con decisión. Pero en lo que respecta a la gobernanza, al menos de la Comisión, hay que ir bastante más allá de lo que propone Draghi.
El informe de Draghi sobre la falta de competitividad de Europa es un intento de garantizar la supervivencia de la Unión Europea. Muchos han destacado la enorme crudeza con la que Draghi ha presentado los problemas de la Unión. La realidad es que su tono ha sido muchísimo menos crudo (¡y también infinitamente más educado!) que el que se utiliza en los altos círculos empresariales y políticos europeos. La situación es extremadamente preocupante y es existencial: si seguimos haciendo lo que estamos haciendo ahora, el empeoramiento de Europa es inevitable.