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Las instituciones europeas no parecen entender que esto es un escenario de guerra, que hay que ponerse en modo supervivencia, centrarse solo en lo importante y lograr en cuestión de semanas lo que antes tardaban en hacer años

Foto: Antonio Costa y Ursula von der Leyen. (EFE)
Antonio Costa y Ursula von der Leyen. (EFE)
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Lo que hizo Trump el ‘Dia de la Liberación’ es el equivalente a montarse en un avión de guerra y soltar bombas en prácticamente todos los países del mundo. Bombas arancelarias — más o menos destructivas— de efecto retardado, porque ha dado unos días para poder desactivar su fuerza. Pero la bomba de los europeos es particularmente dañina. Incluso si Trump no vuelve a mover ficha, vamos a sentir la reverberación en oleadas: primero, porque el comercio internacional es como el agua, si lo paras por un sitio, fluye por otro; y segundo, porque además de los aranceles, Trump nos ha sumido en una ingente burocracia comercial.

Elucubrar sobre por qué ha hecho esto Trump (porque quiere, porque puede, porque le viene bien y porque le dan lo mismo los efectos colaterales) es interesante, pero aporta poco. E interpretar su acción, según los principios de la cooperación comercial internacional de los últimos ochenta años, es una pérdida de tiempo, porque ese mundo ya no existe. Lo único que importa ahora es saber qué podemos hacer nosotros y hacerlo.

Lo más inmediato es la negociación para intentar que Trump disminuya los aranceles. Esto va a hacer correr ríos de tinta, pero en el fondo es lo más fácil. Hay un argumento —nada desdeñable— a favor de no reaccionar y simplemente internalizar este coste para no mostrar debilidad ni provocar más daños. Pero los gobiernos europeos están optando por intentar suavizar el impacto de la bomba, lo cual es políticamente comprensible. En este escenario, lo primero es crear margen de negociación, amenazando con retaliación arancelaria (si puede ser en bienes de fácil sustitución y, solo si es necesario, también en servicios), intentando que las medidas no sean demasiado autolesivas y que no provoquen una reacción todavía más desmedida contra Europa. Parece complejo, pero realmente esto es donde hay que perder menos tiempo. En la Dirección General de Comercio de la Comisión Europea tenemos a algunos de los mejores expertos comerciales del mundo. Diseñar un paquete de medidas que creen margen de negociación, quedándonos por detrás de lo que ha hecho China y sin provocar excesivamente a Trump, es algo que esa Dirección General puede y sabe hacer bien.

Si esa primera negociación son los árboles, por detrás está el bosque: Trump y sus acólitos, que son mucho más fuertes que nosotros, quieren destruir a la Unión Europea y para nosotros es vital defenderla. Estamos en clara desventaja y nuestro interés primordial es ganar tiempo. Primero para ver si Trump se debilita políticamente en su país. Y segundo —y mucho más importante— para reconfigurarnos en Europa y ganar fuerza. En este momento no podemos provocar una escalada de enfrentamientos dada nuestra posición de debilidad. Hay sectores (parte del sector financiero y gran parte del tecnológico, especialmente la nube) donde Europa es totalmente dependiente de los Estados Unidos. Y eso sin tener en cuenta nuestra dependencia en defensa. Si a Trump mañana le da la ventolera de cerrar nuestro acceso a esos sectores, ‘bye-bye Europe’.

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La Unión Europea tiene que pivotar lo más rápidamente posible a no ser dependiente de los Estados Unidos (de nadie): ni en defensa, ni en tecnología, ni en energía, ni en servicios financieros, ni en nada. Es algo que hay que hacer, sea quien sea quien presida la administración americana. Pero ahora con Trump hay que hacerlo con urgencia, porque Europa no puede depender de la benevolencia de un Presidente que es inestable, nos odia y está rodeado de gente que nos desprecia.

Las prioridades están claras. Son, no necesariamente, por este orden: uno, independizarnos en infraestructura y tecnología de defensa, generando manufactura propia. Dos, poner en marcha la unión de capitales para poder independizarnos al máximo posible en tecnología e inteligencia artificial. Tres, implementar una estrategia común en energía que baje los anticompetitivos costes de Europa. Y cuatro, dinamizar a tope el mercado interior, eliminando todas las barreras posibles.

Foto: El presidente de EEUU, Donald Trump. (EFE/EPA/Al Drago) Opinión
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Es ya más que evidente que esto no se puede lograr con el actual sistema de gobernanza europeo, que es pesado, lento y esclerótico. No podemos permitirnos el lujo de pasarnos meses intentando lograr consensos. Especialmente cuando nos hemos puesto en una situación en la que, con países como Hungría, tenemos al enemigo dentro. Si hay un momento en el que tiene sentido dejar crear Europas de distintas velocidades, ese momento es éste.

Pero eso no basta: hay que ser pragmáticos y empezar a poner de lado la ortodoxia institucional para lograr la agilidad que no tenemos. La configuración institucional europea es ahora mismo un obstáculo para liderar y ejecutar las prioridades de Europa de forma ágil y efectiva. Sobran los ejemplos: mientras Trump va a orden por día, llevamos ya ocho meses desde que Draghi lanzó su informe y el progreso es mínimo; el día que Trump puso al mundo patas arriba anunciando los aranceles, Von der Leyen estaba en una cumbe rutinaria en… ¡Uzbekistán!; y no estaba sola, sino que también asistió el Presidente del Consejo, Antonio Costa; la vicepresidenta Ribera estaba ese día Washington, pero dando discursos sobre competencia; y suma y sigue.

Las instituciones europeas no parecen entender que esto es un escenario de guerra, que hay que ponerse en modo supervivencia, centrarse solo en lo importante y lograr en cuestión de semanas lo que antes tardaban en hacer años. No más hojas de ruta y libros blancos, sino acciones rápidas y concretas. Europa no puede perder ni un solo minuto más. Si las instituciones no logran dar la talla, quizás haya llegado el momento de pensar en la posibilidad de un ‘Gobierno de Unidad Nacional Europeo’.

Lo que hizo Trump el ‘Dia de la Liberación’ es el equivalente a montarse en un avión de guerra y soltar bombas en prácticamente todos los países del mundo. Bombas arancelarias — más o menos destructivas— de efecto retardado, porque ha dado unos días para poder desactivar su fuerza. Pero la bomba de los europeos es particularmente dañina. Incluso si Trump no vuelve a mover ficha, vamos a sentir la reverberación en oleadas: primero, porque el comercio internacional es como el agua, si lo paras por un sitio, fluye por otro; y segundo, porque además de los aranceles, Trump nos ha sumido en una ingente burocracia comercial.

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