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Manuel Cruz

Filósofo de Guardia

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Consultar para no decidir(se)

A pesar de haber entrado de manera inequívoca en período de descuento, Artur Mas sigue hablando como si tuviera por delante todo el tiempo del mundo

Foto: Arur Mas, en uno de los recientes actos de la Diada. (Efe)
Arur Mas, en uno de los recientes actos de la Diada. (Efe)

A pesar de haber entrado de manera inequívoca en período de descuento, Artur Mas sigue hablando como si tuviera por delante todo el tiempo del mundo. Últimamente le ha dado por reiterar el argumento de que todo cuanto está haciendo viene motivado porque quiere saber lo que piensan los catalanes y que, debido a dicha razón, una vez fallida la iniciativa de la consulta, es altamente probable que convoque elecciones anticipadas. Alguien podría pensar, un tanto ingenuamente, que esa ansia suya por saber constituye un propósito de todo punto loable, frente al que no debería haber grandes objeciones que plantear.

El problema consiste, entre otras cosas, en que no es la primera vez que el actual president de la Generalitat catalana proporciona idéntica respuesta para justificar un adelanto electoral (y hay que decir que su promedio de adelantos, si se confirma el próximo, empieza a resultar a estas alturas francamente inquietante). Todavía anteayer, para justificar la razón por la que había anticipado la convocatoria de elecciones el 25 de de noviembre de 2012, volvía a plantearle a Josep Cuní el argumento que lleva casi dos años repitiendo. Lo hizo -le explicaba al periodista catalán- porque quería cuantificar con precisión el respaldo electoral con que contaba la masiva manifestación de la Diada de ese año. A pesar de haber obtenido dicho dato, el único asunto del que se ha hablado durante la legislatura que anda por sus últimos estertores ha sido la consulta y, una vez que ha quedado claro que ésta no tendrá lugar, se trata ahora de organizar la manera de que Mas obtenga por fin la información que lleva tanto tiempo persiguiendo.

Dejando al margen que el presidente del gobierno de la Generalitat dispone de sobrados instrumentos demoscópicos para pulsar la opinión de la ciudadanía catalana respecto a muy variados asuntos, llama la atención que, si la satisfacción de su curiosidad ha venido constituyendo el genuino propósito de sus iniciativas electorales, cuando ha tenido la oportunidad de formular lo que considera las genuinas preguntas pendientes de responder (las que se tenían que haber planteado en la consulta del 9 de noviembre y que, según parece, fueron redactadas por el propio Artur Mas personalmente en la soledad de su despacho presidencial) haya optado por un diseño de las mismas abstruso e ininteligible (cantinflesco, según los más crueles) en el que los hipotéticos votantes tendrían que solicitar asesoramiento técnico para conocer la ubicación exacta de su preferencia política.

Habría que empezar a abordar seriamente la cuestión de si en realidad el problema más grave al que se enfrenta Cataluña en este momento no es tanto que su principal autoridad consiga por fin conocer la opinión de los ciudadanos como, por el contrario, que estos se enteren de una vez por todas de lo que piensa el presidente de su gobierno. Porque, si empezamos por sus políticas al frente de la Generalitat, el brusco cambio de alianzas entre las dos legislaturas no puede ser más llamativo. Dicho de manera telegráfica: empezó presentándose, del brazo del PP, como business friendly para, en su segunda legislatura, asumir sin pestañear (ni proporcionar explicación alguna) el entero programa de ERC. Todo ello sin olvidar que en su recientísima (del pasado martes) respuesta parlamentaria a Oriol Junqueras le insinuó la posibilidad de abandonarle como socio para optar por otros apoyos, en clara referencia al PSC.

La cosa no mejora si, dejando de lado la política de alianzas (que, argumentarían los más benévolos, siempre pueden responder a elementos tácticos de fuerza mayor: ya se sabe que la política hace extraños y volubles compañeros de cama), nos detenemos, aunque sea muy brevemente, en los momentos en los que Artur Mas ha manifestado sus opiniones respecto a los asuntos que ahora monopolizan la agenda política catalana. Porque en este otro capítulo no puede decirse que sea la claridad de ideas la que brille con luz propia. Hasta el punto de que, si alguien buscara alguna constante que se mantuviera a este respecto la única que, paradójicamente, encontraría sería la indefinición, cuando no la ambigüedad.

Para certificarlo no hará falta remontarse demasiado atrás en el tiempo, por ejemplo a 2002, cuando declaraba que el concepto de independencia lo veía "anticuado y un poco oxidado". Bastará con recordar lo más próximo. Y si en la pasada campaña electoral rehuyó en todo momento utilizar la palabra “independencia”, evitando con denuedo definir si el “Estado propio” al que manifestaba aspirar era como el de Massachusetts o como el de Dinamarca, más tarde, ya obtenida la victoria, no fue más resolutivo. Así, cuando hizo públicas la pregunta y la fecha para la consulta, al ser preguntado por sus propias preferencias respondió acogiéndose a escolásticas distinciones sobre lo que votaría como persona y como presidente de la Generalitat. Y así sucesivamente. En realidad, la relación de vaivenes y cambios de opinión (casi siempre precedidos del anuncio “yo siempre he dicho lo mismo”) podría prolongarse hasta el presente momento sin la menor dificultad. Y aunque a partir de su retórica parlamentaria, más o menos inflamada, de estos últimos días se pueda pensar que el tiempo del funambulismo ha llegado definitivamente a su fin, si se analizan con detenimiento las palabras exactas utilizadas por Mas se constatará su empeño de no cerrar del todo la puerta de las ambigüedades.

Que dicho empeño es vano por completo está fuera de toda duda: ha sido precisamente la incapacidad de Mas para definir los propios objetivos lo que le ha llevado al callejón sin salida en que ahora se encuentra. Pero también en esta ocasión, como en tantas otras ha ocurrido en el pasado, convendría que los detalles de los árboles, por llamativos que fueran, no nos distrajeran de la perspectiva de conjunto del bosque. Debería constituir motivo de severa preocupación para todos que responsables políticos y formaciones que le ocultan a laciudadanía su posición en tan trascendentales asuntos sean los que en este momento, envueltos en la bandera de la democracia, llevan las riendas del procés en Cataluña. Entiéndaseme bien: no es su sinceridad democrática lo que más me preocupa. Lo que me preocupa de veras es su más que dudoso sentido de la responsabilidad histórica y su sobradamente contrastada incompetencia política.

A pesar de haber entrado de manera inequívoca en período de descuento, Artur Mas sigue hablando como si tuviera por delante todo el tiempo del mundo. Últimamente le ha dado por reiterar el argumento de que todo cuanto está haciendo viene motivado porque quiere saber lo que piensan los catalanes y que, debido a dicha razón, una vez fallida la iniciativa de la consulta, es altamente probable que convoque elecciones anticipadas. Alguien podría pensar, un tanto ingenuamente, que esa ansia suya por saber constituye un propósito de todo punto loable, frente al que no debería haber grandes objeciones que plantear.

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