Filósofo de Guardia
Por
'Madrid', fábrica de independentistas
Son muchos los que en Cataluña repiten que la responsabilidad del crecimiento independentista la tiene 'Madrid'. Cuando habla Rajoy (Cospedal, Bono...) crece el número de independentistas, reiteran
Por sorprendente que pueda parecer la cosa vista desde fuera, todavía son muchos los que por estas latitudes desde las que escribo continúan repitiendo la salmodia de que la responsabilidad del crecimiento del independentismo catalán la tiene Madrid. Cada vez que habla Rajoy (o Cospedal, o Bono, o Aznar, o incluso Pedro Sánchez o el mismísimo Pablo Iglesias, para qué andar con sutilezas a estas alturas) crece espectacularmente el número de independentistas, no dejan de reiterar. La verdad es que, como observaba Francisco Morente en un artículo reciente (Tristes tópicos, El País, 28/03/2015), lo continúan diciendo incluso cuando, como en los últimos tiempos, dicho número decrece, pero ellos siguen con el guión como si nada, impasible el ademán, fieles al principio de no permitir que la realidad les arruine lo que están convencidos de que es un magnífico eslogan.
Aunque hay que puntualizar que una pequeña parte de razón no les falta, pero no en el sentido que ellos querrían. En efecto, cuando desde Madrid no se hace ni se dice nada, las contradicciones parecen estallar en el seno del bloque secesionista, como quedó claro tras las sucesivas conferencias de Mas y Junqueras y se intentó ocultar deprisa y corriendo con el prematurísimo anuncio de elecciones autonómicas anticipadas. Hay, pues, una parte de verdad en la salmodia, pero que, bien mirada, no constituye novedad política alguna: desde siempre los nacionalismos han necesitado de un robusto enemigo exterior sobre el que poder proyectar todos sus males.
De ahí que, por displicente y desganada que pueda resultar la reacción del gobierno central ante el anuncio de una iniciativa del bloque soberanista, sea recibida por éste como auténtica agua de mayo, en la medida en que parece proporcionar renovada munición para perseverar en el argumento reactivo. Así, la respuesta, de puro aliño, que proporcionaba hace algunos días Mariano Rajoy al ser preguntado por la última hoja de ruta firmada por CDC y ERC fue automáticamente transformada por el portavoz del govern de la Generalitat, Francesc Homs, en el elemento clave que, según él, convertía las elecciones autonómicas del próximo 27-S en plebiscitarias.
El nexo por el que aquella respuesta del presidente del gobierno (a la que, desde el punto de vista del lenguaje corporal, solo le faltaba un bostezo) transformaba automáticamente el carácter de la convocatoria nunca quedó explicado por el mencionado portavoz, es de suponer que porque a este hombre se le aplica aquel principio de Marcel Proust que suele repetir Miguel Ángel Aguilar según el cual hay convicciones que crean evidencias.
Pero el escaso interés de Homs por la lógica y la argumentación coherente no debería constituirse en criterio. Repárese, en primer lugar, en que el reproche de convertir cualquier reacción del adversario en supuesta agresión que justifica el cierre de filas se plantea por parte del soberanismo de tal forma que no admite salida alguna. A Rajoy -o a quien sea que se le decida atribuir la representación de ese fantasmagórico ente denominado Madrid- se le ha reprochado tanto una cosa como su contraria. Si permanecía indolente -lo que, de acuerdo con el dibujante Peridis, parece ser su querencia natural- era porque despreciaba a Cataluña, y si hacía algo, porque -hiciera lo que hiciera, excepto dar por completo la razón a los soberanistas- con toda seguridad estaba agrediendo a los catalanes.
Tal vez de mayor importancia resulte un segundo aspecto del argumento. La prueba más concluyente de que éste no se tiene en pie desde el punto de vista racional se encuentra en el hecho de que no se admite su reversibilidad. Porque, en estricta aplicación del mismo planteamiento, alguien podría señalar que, cada vez que abren la boca Artur Mas, Oriol Junqueras o Carme Forcadell (por no mencionar de nuevo al propio Homs), aumenta en Cataluña de manera exponencial el número de personas dispuestas a votar a Ciutadans. ¿Aceptarían los aludidos que, en consecuencia, lo más adecuado sería cesar en sus propuestas por la evidente reacción en contra que provocan y el crecimiento del apoyo a sus adversarios a que dan lugar?
Nadie en su sano juicio atiende los consejos del adversario, que no tiene la menor obligación de velar por el bien de aquel al que está enfrentado
Sin duda, no. Además, el argumento, en caso de ser extrapolado a otros ámbitos, llevaría a conclusiones disparatadas. Wyoming debería cesar en sus sarcasmos acerca del caso Gürtel porque estaría provocando que los votantes del PP se reafirmaran en sus posiciones, el diario Ara tendría que coquetear con los que ellos mismos llaman "unionistas" para no contribuir a su radicalización, el monárquico ABC consideraría la posibilidad de tender la mano a los republicanos no fuera a ser que volvieran a insistir en cuestionar la forma del Estado, y así sucesivamente.
En realidad, como dejan en evidencia tan absurdas hipótesis, nos encontramos ante las consecuencias de haberse tomado demasiado en serio lo que no pasa de ser un mero recurso retórico, el de fingir que uno le advierte al contrincante acerca de los errores que está cometiendo, e incluso le recomienda aquello que le conviene hacer para obtener el éxito. Pero nadie en su sano juicio atiende los consejos del adversario, que no tiene la menor obligación de velar por el bien de aquel al que está enfrentado. El hecho de que entre nosotros tantas personas anden repitiendo con naturalidad un argumento de tamaña inconsistencia delata hasta qué punto a la sociedad catalana la propaganda le ha calado hasta los huesos.
Por sorprendente que pueda parecer la cosa vista desde fuera, todavía son muchos los que por estas latitudes desde las que escribo continúan repitiendo la salmodia de que la responsabilidad del crecimiento del independentismo catalán la tiene Madrid. Cada vez que habla Rajoy (o Cospedal, o Bono, o Aznar, o incluso Pedro Sánchez o el mismísimo Pablo Iglesias, para qué andar con sutilezas a estas alturas) crece espectacularmente el número de independentistas, no dejan de reiterar. La verdad es que, como observaba Francisco Morente en un artículo reciente (Tristes tópicos, El País, 28/03/2015), lo continúan diciendo incluso cuando, como en los últimos tiempos, dicho número decrece, pero ellos siguen con el guión como si nada, impasible el ademán, fieles al principio de no permitir que la realidad les arruine lo que están convencidos de que es un magnífico eslogan.