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Manuel Cruz

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Enfermos de imagen

Obsequiarle a un Rey la serie 'Juego de Tronos' no tiene el menor sentido, pero quien consiga que el destinatario acepte el regalo tiene asegurada al día siguiente la portada de todos los periódicos

Foto: Ilustración: Javier Aguilar
Ilustración: Javier Aguilar

Obsequiarle a un Rey, hijo de Reyes, la serie "Juego de Tronos" es como regalarle a un tiburón una dentadura postiza: no tiene el menor sentido (más bien entra de lleno en el capítulo del ridículo), pero quien consiga que el destinatario acepte el regalo tiene asegurada al día siguiente la portada de todos los periódicos.

Traigo a colación el episodio, muy lejano en el tiempo para la velocidad a la que transcurren los acontecimientos en la esfera pública hoy en día, por lo que tiene de profundamente representativo de una forma de entender la actividad política que, según todos los indicios, ha adquirido carta de naturaleza entre nosotros.

En realidad, el episodio resume casi a la perfección la lógica a la que algunos de los recientes aspirantes a políticos parecen haberse abandonado por completo y con absoluto entusiasmo. Aunque tal vez fuera algo más preciso decir que se trata de la lógica de la que han hecho bandera, la que constituye su más destacada seña de identidad desde que empezaron a darse a conocer precisamente en los platós de televisión.

La consigna está tan clara que incluso cabría considerarla un secreto a voces: la foto es lo único que importa. Muchísimo más que las concretas propuestas políticas, económicas o sociales, modificadas y/o pospuestas tanto como haga falta (hay tantos ejemplos disponibles que lo más cómodo será no abandonar la anécdota con la que arrancaba el presente artículo: ¿qué se hizo del fervor republicano del que presumía el año pasado, con ocasión de la abdicación del Rey Juan Carlos, el mismo que ahora hace mangas y capirotes para fotografiarse con el nuevo monarca?).

La consigna está tan clara que incluso cabría considerarla un secreto a voces: la foto es lo único que importa. Muchísimo más que las propuestas

Que ello vacíe de contenido el debate político o incluso lo convierta en inexistente, tanto da. Lo que importa es la visibilidad en los medios. Valdrá la pena insistir, antes de continuar con el planteamiento, en que no se trata de un reproche o un juicio de intenciones que se le esté endosando, en contra de su opinión, a los protagonistas, sino de algo que ellos mismos admiten.

En efecto, todo el mundo recordará la argumentación que en los inicios de su andadura pública presentaban tales protagonistas para justificar esta conversión de la vida política en permanente espectáculo televisivo. El objetivo, se nos decía, era aprovechar esa formidable herramienta de comunicación que constituye la televisión para conseguir que su mensaje llegara a gentes a las que, de otra manera, esto es, por los conductos habituales, nunca llegaría.

Ese mismo argumento, fundamentalmente instrumental, servía también para justificar la extraordinaria simplicidad de lo que se comunicaba: la inmensa mayoría de buenos contra una ínfima minoría de malos, gente decente frente a casta corrupta, etc., sin que, al parecer, preocupara lo más mínimo los efectos perversos que tamaña simplificación pudiera provocar (y de los que, sin ir más lejos, muchos militantes de IU y de otras izquierdas podrían dejar dolorida constancia).

Se empieza afirmando que el fin justifica los medios, y se acaba convirtiendo a los medios (y a los media) en un fin en sí mismos, como no dejamos de comprobar casi a diario. La paradoja queda, así, servida: quienes declaraban que querían aprovechar la televisión para hacer llegar su mensaje a la mayor cantidad de gente posible, no le han concedido, como acabamos de señalar, la menor importancia al mensaje mismo, a su propuesta específica. Enfermos de imagen, hasta son capaces, en un gesto de insólita obscenidad narcisista, de colocar su propio rostro en las papeletas electorales. Todo queda cifrado en el mero aparecer, resultando irrelevante a estos efectos, el contenido que se transmita en las apariciones.

Incluso cabría ir más allá y afirmar que en realidad los menos dotados de este sector emergente no tienen nada que envidiar a los miembros de la más acendrada casta y, como muchos de estos últimos, confunden argumentar con hablar sin parar. Persuadidos por sus incondicionales de que comunican bien (a alguna de estas jóvenes promesas le escuché afirmar sin el más mínimo pudor en un reciente programa de televisión, refiriéndose a sí, que tenía facilidad de palabra), no reparan en que, exactamente igual que los peores representantes de la antigua política, a menudo no comunican nada, fuera de la frase rotunda que se traen preparado de casa para que sea titular en la prensa del día siguiente, o del tedioso "y tú más", del que en muy poco tiempo también se han hecho adictos.

Probablemente estemos sea ante la enésima aplicación del rancio y manido tópico según el cual una imagen vale más que mil palabras

Probablemente más que ante una lectura banal de Mc Luhan y de su célebre lema "el medio es el mensaje" ante lo que estemos sea ante la enésima aplicación del rancio y manido tópico según el cual una imagen vale más que mil palabras. De ser las cosas de la manera en la que las estamos describiendo, casi tan importante como los efectos que este radical empobrecimiento del discurso estaría provocando en la política en cuanto tal (el análisis de este aspecto llevado a cabo por José Antonio Torreblanca en su libro Asaltar los cielos resulta particularmente pertinente), sería el daño que estaría padeciendo la palabra misma, sin duda la gran damnificada en este proceso de supuesta regeneración política al verse sustituida por la consigna, el eslogan o, simplemente, la muda sonrisa.

No sabría afirmar si es que el pecado trae consigo su propia penitencia, o que la lógica del espectáculo resulta implacable, feroz, en su necesidad de convertirlo todo en imagen susceptible de ser consumida en una pantalla. En todo caso, si de los políticos que han alcanzado una cierta notoriedad queda en la memoria colectiva, pasado el tiempo, algunas frases vertidas a lo largo de su trayectoria pública, tal vez resulte clarificador ensayar el experimento mental de aventurar qué palabras quedarán en el futuro de quien se autoproclama hoy única alternativa al statu quo. A la vista de cómo evolucionan los acontecimientos, resulta altamente probable que sólo se conserven en el recuerdo de la gente esos sonidos sin sentido alguno que componen la vieja onomatopeya (tic-tac, tic-tac). Y un montón de fotos, claro.

Obsequiarle a un Rey, hijo de Reyes, la serie "Juego de Tronos" es como regalarle a un tiburón una dentadura postiza: no tiene el menor sentido (más bien entra de lleno en el capítulo del ridículo), pero quien consiga que el destinatario acepte el regalo tiene asegurada al día siguiente la portada de todos los periódicos.

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