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Un Arzalluz a la catalana
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Manuel Cruz

Filósofo de Guardia

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Un Arzalluz a la catalana

Se diría que la intención de Mas es obtener un estatuto de poderoso en la sombra para controlar como un subalterno al presidente de la Generalitat

Foto: Último discurso de Mas como presidente de la Generalitat ante el 'consell' de CDC. (Mas)
Último discurso de Mas como presidente de la Generalitat ante el 'consell' de CDC. (Mas)

A las pocas horas de conocerse la noticia del acuerdo entre Junts Pel Sí y la CUP, ya circulaban por internet 'memes' en los que aparecía Carles Puigdemont representado como el muñeco de un ventrílocuo que tenía, cómo no, el rostro de Artur Mas. Sin duda son precipitadas este tipo de infravaloraciones de un nuevo personaje que irrumpe en la vida pública. La historia (también la más próxima) está repleta de consideraciones peyorativas hacia el recién llegado que luego sus autores no tuvieron más remedio que rectificar (probablemente Ricardo de la Cierva y su "¡Qué error, qué inmenso error!", referido a Suárez, se encuentren a la cabeza del 'ranking' de este tipo de patinazos).

Pero hay que decir que tales interpretaciones han sido propiciadas por la propia versión que los protagonistas del acuerdo difundieron en su comunicado del pasado sábado. Hacer una ostentación casi obscena de que era personalmente Artur Mas quien decidía el que debía ser su sucesor favorecía la imagen de este último como títere, marioneta o, en todo caso, instrumento destinado a ser teledirigido por su antecesor. Tal vez, como decía, no termine siendo así, pero lo que parece claro es que es lo que le agradaría al ya 'expresident'.

Su fantasía parece ser la de alcanzar el estatuto de un Arzalluz a la catalana, constituyéndose en el auténtico poder que controle al president de la Generalitat

De hecho, en la misma intervención en la que Mas hizo público el nombre de su sucesor, ya se apresuró a anunciar que volvería, y toda la corte de corifeos y aduladores que en los últimos días habían empezado a ver en peligro su confortable estatus recuperaron el incondicional tono precedente y se apresuraron a dedicar al gran timonel unos elogios bochornosos acerca de su estatura moral y otras lindezas por el estilo. Lástima que, a las pocas horas, los medios de comunicación le fueran haciendo saber a la ciudadanía que tan heroica y generosa versión no se correspondía con la realidad, sino que había sido su propio partido el que había muñido a sus espaldas la operación del acuerdo con la CUP.

En todo caso, la versión oficial es que Mas no se marcha de la política, sino que cambia de tareas, aplicándose a partir de ahora a la de la refundación de CDC, una versión que también informa del lugar que el protagonista quiere ocupar en esta fase del 'procés'. Si tuviéramos que definir dicho lugar de manera simple y gráfica, diríamos que su fantasía parece ser la de alcanzar el estatuto de un Arzalluz a la catalana, constituyéndose en el auténtico poder que controle, como a un subalterno, al 'president' de la Generalitat y sus políticas.

Que fantasee dicho estatuto de manera provisional o definitiva es pronto para determinarlo: a fin de cuentas, acaba de aterrizar en el nuevo estatuto de (presunto) poderoso en la sombra, aunque es dudoso, a la vista de su idiosincrasia, que haya renunciado por completo a las candilejas del escenario público. En todo caso, es llamativo que alguno de los mismos intelectuales de cámara que la semana pasada se rasgaban teatralmente las vestiduras por el tratamiento a que la CUP estaba sometiendo a la más alta institución catalana con sus volubles propuestas (presidencia global, rotatoria, etc.) ahora, para ensalzar la tarea histórica que le aguarda a Mas, hayan pasado a desdeñar lo que este abandona y se refieran a la propia Generalitat como "intervenida", "poco más que una Diputación provincial", "Gobierno sin recursos", "órgano autonómico", etc., y anuncien que lo importante es que el ahora saliente será el primer presidente de la futura república catalana.

Quizá no merezca la pena enredarse en discutir tan interesadas valoraciones (a fin de cuentas, a muchos de sus autores les va el sueldo en este asunto). Mejor será detenerse en lo que, por contraste, ellas pretenden realzar. Porque, en definitiva, ¿por qué debe acometer Mas la tarea de refundar su partido? La respuesta tópica es que porque CDC es un partido carcomido por una corrupción que ha devenido un espectáculo insoportable para la ciudadanía catalana. Pero limitarse a esto equivaldría a olvidar una dimensión sustancial de la crisis de la formación pujolista. Junto a los múltiples casos de corrupción (empezando por los del fundador y su familia), se impone tomar en consideración lo ocurrido en Cataluña los años en los que Artur Mas ha estado al frente de la Generalitat.

Lo preocupante no es la querencia de Mas por la prestidigitación sino que haya público que le aplauda la actuación, incluso cuando el truco queda a la vista

Me disculparán la verticalidad de la argumentación, pero la paradoja del autoencargo que se hace el 'expresident' resulta ciertamente llamativa: se va a aplicar a reflotar el partido aquel que más ha contribuido a hundirlo. Tanto es así que uno de los motivos fundamentales por los que finalmente ha renunciado a seguir presentándose como candidato ha sido precisamente el dato, recogido por todas las encuestas, de que en caso de que se hubieran repetido las elecciones, el deterioro de CDC hubiera caído todavía más, alcanzando niveles nunca antes conocidos.

Conviene no perder de vista esta perspectiva más general, para no quedar atrapados en el ruido y la confusión que este hombre tiene por costumbre generar a su alrededor con esos trucos de prestidigitador de los que tanto gusta presumir. Antes de irse, ha dejado algunas perlas que, si tuvieran algo de síntoma, habría que juzgar como preocupantes. Pienso en su frase "hemos corregido en los despachos lo que las urnas no nos habían dado", en la que se manifiesta un más que dudoso respeto a la voluntad popular; en la satisfacción con la que asumía como cosa exclusivamente suya la propuesta de sucesor, sin generarle el menor escrúpulo democrático, o, en fin, en el desparpajo con el que sostenía enfáticamente aquello que, con idéntico énfasis, había estado negando hasta 48 horas antes. Lo preocupante no es la querencia de Mas por la prestidigitación: lo preocupante es que haya público que le aplauda la actuación, incluso cuando el truco queda a la vista.

A las pocas horas de conocerse la noticia del acuerdo entre Junts Pel Sí y la CUP, ya circulaban por internet 'memes' en los que aparecía Carles Puigdemont representado como el muñeco de un ventrílocuo que tenía, cómo no, el rostro de Artur Mas. Sin duda son precipitadas este tipo de infravaloraciones de un nuevo personaje que irrumpe en la vida pública. La historia (también la más próxima) está repleta de consideraciones peyorativas hacia el recién llegado que luego sus autores no tuvieron más remedio que rectificar (probablemente Ricardo de la Cierva y su "¡Qué error, qué inmenso error!", referido a Suárez, se encuentren a la cabeza del 'ranking' de este tipo de patinazos).

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