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Manuel Cruz

Filósofo de Guardia

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Si estos son los mejores...

El intento de aprovecharse de los medios por parte de la política constituye un auténtico abrazo del oso, que tiende a resolverse, inexorablemente, en la rampante banalización de lo político

Foto: Ilustración: Javier Aguilar.
Ilustración: Javier Aguilar.

Un analista político se puede equivocar tanto o más que un político: eso está claro. Aunque más claro está aún que si se equivoca en mayor medida que el propio político, pasa a ser entonces rigurosamente innecesario. A no ser, desde luego, que la función que cumpla no sea tanto la de analista propiamente dicho como la de portavoz oficioso de alguna formación o gobierno, en cuyo caso su número de errores será rigurosamente idéntico al de los políticos en nombre de los que habla.

En realidad, la contaminación entre política y medios de comunicación circula en las dos direcciones. Por un lado, sin ir demasiado lejos, en el pasado reciente tuvimos oportunidad de comprobar la rápida conversión de un habitual de las tertulias políticas televisivas en líder político emergente, por no hablar de la compulsión a visitar 'platós' de todo tipo de programas (sin excluir prácticamente ninguno)que, sobre todo en campaña electoral, parece atacar a nuestros representantes. O incluso, más allá, cabría hacer referencia a la manía que parece haberles entrado a algunos por convertir incluso los espacios consagrados a tareas más respetables, como es el caso de los parlamentos, en 'escenarios naturales' para unas intervenciones diseñadas por el correspondiente gabinete de comunicación con el objeto de ser emitidas en televisión.

¿Cómo entender, si no, el empeño de unos cuantos en embutirse a la menor oportunidad camisetas con leyendas reivindicativas de las más variadas causas justo el día de pleno parlamentario (por no hablar de quienes no desperdician la oportunidad de sacar pancartas o banderas en el preciso momento en el que toma la palabra desde la tribuna el adversario político, yya no digamos de quienes amamantan a sus hijos en el hemiciclo con el argumento de que de esta forma reivindican la conciliación laboral)? Si tuviéramos que hacer una valoración deurgencia del saldo que ofrece esta contaminación, tenderíamos a decir que el intento de aprovecharse de los medios de comunicación por parte de la política constituye un auténtico abrazo del oso, que, tras la enorme y rápida repercusión en la difusión de los mensajes y en el conocimiento de las personas que parece ofrecer, tiende a resolverse, inexorablemente, en la rampante banalización de lo político (cuando lo que de veras necesitamos es su profunda dignificación).

La 'clase política' parece estar siendo sometida a una severa impugnación, sin que la diferencia entre viejos y nuevos resulte particularmente significativa

Pero, por otro, también parece producirse, especialmente de un tiempo a esta parte, una contaminación de signo inverso, esto es, desde la esfera de los medios de comunicación hacia la de la política. No me refiero, aunque podría hacerlo (y no faltarían los ejemplos), a todos esos casos de habituales de tales medios que han saltado de las páginas de opinión o de los programas de debate radiofónicos o televisivos a las listas electorales, aprovechando su permanente presencia en el espacio público y la consiguiente popularidad de la que disfrutan. Pienso más bien en lo que podríamos llamar la función política (en un determinado sentido, que intentaré especificar a continuación) que de manera creciente tienden a cumplir las aportaciones de dichos analistas.

En efecto, cada vez resulta más frecuente que los ciudadanos busquen en las opiniones de determinados analistas los indicadores más fiables de la situación política que están viviendo, por delante de las declaraciones de los propios políticos. Me he encontrado ya con muchas personas, interesadas por los avatares de la cosa pública y, por tanto, espectadores habituales de los programas de debate político, que me repiten el mismo comentario: cuando los participantes en tales programas son políticos de los llamados 'profesionales', se desentienden de continuar viéndolo. De la misma manera que son legión los que, sistemáticamente, eluden leer las eventuales colaboraciones periodísticas de aquellos líderes que, de vez en cuando, consideran estratégicamente oportuno dejar caer su firma en algún diario con ocasión de algún acontecimiento de especial importancia. Tal es la fatiga que parece provocar el lenguaje ortopédico, robótico, la acumulación de lugares comunes y evasivas que acostumbra a encontrarse entre los que se supone que son los representantes de la cosa pública.

Frente a esto, el artículo de tal colaborador, conocido simpatizante de X, o la columna de aquella otra, afín a las ideas de Y, a menudo constituyen, con una frecuencia que va en aumento, la referencia privilegiada para que muchos ciudadanos interpreten el signo de la deriva que están siguiendo los acontecimientos políticos, muy por encima de las explicaciones que puedan proporcionar los propios responsables públicos. Más aún: no faltan ocasiones en las que aquellos textos son recibidos por esos mismos lectores como el anuncio de la inminente inflexión de la línea política de un partido o incluso como el cambio de rumbo de un gobierno.

El saldo que deja esta segunda contaminación es, si cabe, aún más negativo para los políticos que el que dejaba la primera. Es eso que antaño se denominaba la 'clase política'en su conjunto lo que parece estar siendo sometido a una severa impugnación. Sin que, a este respecto, la diferencia entre viejos y nuevos, antiguos y modernos, tradicionales y renovadores, resulte particularmente significativa. De hecho, la rapidez con la que miembros del segundo grupo pasan a ser considerados por la ciudadanía como perfectamente intercambiables con los del primero resulta ciertamente revelador.

Si pienso en los representantes políticos de este país no puedo por menos que decirme: Dios mío, si estos son los mejores, ¡cómo debemos ser el resto!

Y es que, en efecto, si alguien, aburrido de los rostros más conocidos, se dedicara a continuación a contemplar el desfile de los que irrumpen alardeando de ser nuevos, hasta el extremo incluso de llegar a ser considerados en algún caso concreto como 'gran esperanza blanca' (sea de la derecha, sea de la izquierda, lamento tener que decirlo),difícilmente podrá dejar de concluir que tenemos un severo problema con la selección y reclutamiento de nuestrasélites (en el sentido de Wright Mills). Y no parece que la tópica alternativa, repetida por tantos progresistas, según la cual los movimientos sociales estaban llamados a constituir la cantera de la nueva política se haya revelado muy fecunda y que de dicha cantera se hayan podido extraer materiales particularmente valiosos.

Tal vez sea una asociación un poco loca, pero, escribiendo lo anterior, me venía a la cabeza la expresión con la que hace un tiempo un presidente autonómico (hoy felizmente pasado a la reserva) anunciaba la naturaleza de su futuro gabinete: "gobierno de los mejores". Si amplío el foco y pienso, más en general, en el conjunto de los representantes políticos de este país no puedopor menos que decirme a mí mismo: Dios mío, si estos son los mejores, ¡cómo debemos ser el resto!

Un analista político se puede equivocar tanto o más que un político: eso está claro. Aunque más claro está aún que si se equivoca en mayor medida que el propio político, pasa a ser entonces rigurosamente innecesario. A no ser, desde luego, que la función que cumpla no sea tanto la de analista propiamente dicho como la de portavoz oficioso de alguna formación o gobierno, en cuyo caso su número de errores será rigurosamente idéntico al de los políticos en nombre de los que habla.

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