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Manuel Cruz

Filósofo de Guardia

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Verdades al servicio de una mentira

Que han irrumpido en la escena política unos nuevos protagonistas, como Podemos, está fuera de toda duda, pero ¿su condición de tales garantiza que entiendan aquello que protagonizan?

Foto: El líder de Podemos, Pablo Iglesias, en su escaño del Congreso de los Diputados. (EFE)
El líder de Podemos, Pablo Iglesias, en su escaño del Congreso de los Diputados. (EFE)

Hace algunos años, un diario de Madrid publicó, como si de una revelación exclusiva se tratara, la transcripción de unas grabaciones de un alto cargo que dejaban en muy mala posición al gobierno al que pertenecía. La revelación parecía escandalosa hasta que algún lector cayó en la cuenta de que esa misma transcripción ya había sido publicada ¡por el mismo diario! tiempo atrás. Preguntado su director por esta circunstancia, proporcionó una respuesta ciertamente llamativa: "Es que me parecían muy importantes". Una respuesta solo comparable a la de Camilo José Cela cuando volvió a leer en un curso de verano –y cobrando una tarifa ciertamente sustanciosa– el mismo discurso que había leído en Estocolmo con motivo de la recepción del Premio Nobel de Literatura: "Es que sigo pensando lo mismo", fueron sus palabras entonces.

No les voy a ocultar mi sensación conforme iban transcurriendo las largas horas que duró la moción de censura celebrada esta semana en el Congreso de los Diputados: el rostro de Pablo Iglesias iba mutando hasta adquirir un extraordinario parecido con el de Antonio Hernández Mancha. Era un efecto óptico, sin duda, derivado del proceso de 'hernandezmanchización' que iba experimentando el candidato conforme pasaba de un largo monólogo, aplaudido con el entusiasmo de ordenanza por sus correligionarios, a la confrontación con las preguntas de los representantes del resto de grupos parlamentarios. Fue entonces cuando, a mi juicio y por utilizar una imagen gráfica, el candidato empezó a chapotear en su propio discurso.

Iglesias iba mutando hasta adquirir cierto parecido con Hernández Mancha. Era un efecto derivado del proceso de 'hernandezmanchización' del candidato

Habrá que empezar diciendo que en modo alguno se trata de cuestionar lo merecido que tiene el gobierno del PP no solo las críticas que le plantearon tanto el candidato como la portavoz que le precedió en el uso de la palabra, sino también las que añadieron de su cosecha otros portavoces. Pero justificar el hecho de haber presentado una moción de censura con el argumento de que la corrupción ha alcanzado unos niveles insoportables y relatar a continuación un listado de casos que se remonta hasta 2009, no puede por menos que generar perplejidad, cuando se trataba de echar a un gobierno que lleva pocos meses ejerciendo de tal. De la misma manera, ofrecerse como candidato a presidente de gobierno y responder, cuando se le reprochaba la inexistencia de un programa de gobierno en sentido propio, describiendo los logros de las capitales en las que ocupan las alcaldías, como si el programa que se presenta para unas municipales y el que se presenta para unas generales fueran idénticos, también genera sorpresa.

La cosa no acaba aquí. Replicar a cualquier reproche que se le formulaba al candidato con un "curioso: le aplaude el PP" o argumentos similares se puede afirmar, sin temor a ser acusado de caricaturización, que es más propio de un tertuliano que de alguien que aspira a ser presidente del gobierno. Vale la pena subrayar que la réplica del candidato implicaba dar por descontado que lo único que importa es quien aplaude, no, por así decirlo, lo aplaudido, asunto este último que parecía traerle sin cuidado. Y a propósito de argumentación: utilizar la expresión "parasitar" como si en sí misma contuviera una descripción (además de una demoledora valoración), esto es, dando por supuesto lo que habría que demostrar, no deja de ser una variante de logomaquia.

Podríamos proseguir, sin mayores esfuerzos, y cada observación mostraría otro flanco débil del candidato. Así, reivindicar un supuesto 'auténtico' patriotismo con el único argumento de que los adversarios que también lo reivindican para sí no lo son de verdad (puesto que tienen una cuenta corriente en un banco suizo con abundantes cantidades de dinero) no deja de ser una forma de esquivar a qué viene la recuperación de un término de evocaciones tan siniestras. Ya sé que en ocasiones los que ahora lo reclaman como si constituyera una aportación teórica han propuesto hablar del "patriotismo de los servicios sociales", pero es de suponer que eso significará algo más (u otra cosa) que la sugerencia de que, a partir de ahora, en el frontispicio de los ambulatorios de la Seguridad Social se coloque la conocida leyenda 'Todo por la patria'. No se trata de una cuestión banal, especialmente si se tiene en cuenta que en más de un momento el candidato planteó la identificación, sin duda estupefaciente, entre patriota y demócrata.

placeholder Iglesias (c), apludido por los diputados de su grupo parlamentario. (EFE)
Iglesias (c), apludido por los diputados de su grupo parlamentario. (EFE)

Aunque tal vez merezca la pena prestar alguna atención a otro supuesto, algo menos explicitado. Afirmar, como se hizo en la intervención que precedió a la del candidato, que con esta moción de censura "se abría paso la democracia" obliga a una reflexión un poquito seria sobre lo que hemos estado haciendo exactamente estos últimos cuarenta años. El apoyo entusiasta de ERC a la moción de censura induce a pensar que tanto esta fuerza política como aquella otra de la que es líder el candidato comparten idéntica valoración de lo que tenemos.

El actual reino de España, según dicha valoración, conectaría directamente con nuestras monarquías decimonónicas, y de ellas habría heredado todos los defectos (del turnismo a la corrupción, pasando por el clientelismo y todo un catálogo de calamidades) sin que la Constitución hoy en vigor hubiera introducido modificaciones suficientemente significativas. ¿Se estaba sosteniendo con ello que vivimos en un régimen autoritario, como afirmaba hace pocos días en un acto multitudinario en Barcelona Pep Guardiola?, ¿que nuestra democracia si a alguna es homologable es a la turca, según ha declarado Puigdemont?, ¿o simplemente habría que definirla como una democracia de baja calidad, como gusta de repetir Artur Mas? Menciono estos paralelismos porque la ausencia del menor comentario por parte del candidato al autogobierno del que gozan las comunidades autónomas parecía indicar que estaba asumiendo acríticamente y al completo los planteamientos de los independentistas catalanes al respecto, con la desdeñosa alusión al tópico del "café para todos" en lugar destacado.

De momento, lamento tener que decir que no alcanzo a vislumbrar los motivos para encarar lo que se nos viene encima con optimismo

No creo que haya en las reservas planteadas asomo alguno de exageración por mi parte. El lenguaje de la portavoz de Podemos evocaba intencionadamente el del antifranquismo, con referencias no solo al dictador sino también a Carrero Blanco, como si ambos fueran de alguna manera referentes que merecieran estar presentes en el actual debate político. Por no hablar de las evocaciones 'epicoides' de esta misma portavoz a Gabriel Celaya, visto que las inspiradas por Lluis Llach, vigentes hasta ayer mismo en actos públicos de esta formación política, parece que ya no resultan particularmente oportunas tras las desafortunadas manifestaciones recientes del cantautor.

No se trata, convendrá subrayarlo, de censurar el hecho de que algunos de estos jóvenes hablen como si fueran viejos progres. Se trata de si esta manera de hablar da cuenta (o no) de la realidad que estamos viviendo. Que han irrumpido en la escena política unos nuevos protagonistas está fuera de toda duda, pero ¿acaso su condición de tales garantiza sin más que entiendan bien aquello que protagonizan? Es obvio que no porque si bastara con eso, ¿cómo dirimir, entre dos contemporáneos con visiones enfrentadas, quién entiende mejor lo que le pasa?

En todo caso, lo que queda claro es que, en vez de ofrecer respuestas satisfactorias a las preguntas que se le plantearon, el candidato, autoproclamado representante de una nueva era ("representamos el futuro", es una de sus frases favoritas), optó por corretear todo el tiempo –del mucho del que dispuso– por el espacio que separa la impostura del postureo (con desprecio a la totalidad de los representantes de la ciudadanía incluido: "España es mejor que sus políticos", llegó a afirmar en un alarde de demagogia). De momento y de seguir así las cosas, lamento tener que decir que no alcanzo a vislumbrar los motivos para encarar lo que se nos viene encima con optimismo.

Hace algunos años, un diario de Madrid publicó, como si de una revelación exclusiva se tratara, la transcripción de unas grabaciones de un alto cargo que dejaban en muy mala posición al gobierno al que pertenecía. La revelación parecía escandalosa hasta que algún lector cayó en la cuenta de que esa misma transcripción ya había sido publicada ¡por el mismo diario! tiempo atrás. Preguntado su director por esta circunstancia, proporcionó una respuesta ciertamente llamativa: "Es que me parecían muy importantes". Una respuesta solo comparable a la de Camilo José Cela cuando volvió a leer en un curso de verano –y cobrando una tarifa ciertamente sustanciosa– el mismo discurso que había leído en Estocolmo con motivo de la recepción del Premio Nobel de Literatura: "Es que sigo pensando lo mismo", fueron sus palabras entonces.

Antonio Hernández Mancha