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Manuel Cruz

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No exagere, majestad

Una actitud extendida en la opinión pública en Cataluña es la de calificar como excesiva toda iniciativa de Madrid que ponga en cuestión las decisiones del Govern en cualquier nivel

Foto: Felipe VI se dirige a todos los españoles tras los acontecimientos en Cataluña. (Reuters)
Felipe VI se dirige a todos los españoles tras los acontecimientos en Cataluña. (Reuters)

"No exagere, señoría" es la frase, que ya se ha hecho célebre, con la que los agentes de los Mossos d´Esquadra respondieron a la titular del Juzgado de Instrucción número 2 de Amposta, partido judicial al que pertenece Alcanar (Tarragona), cuando esta les trasladó su sospecha de que las bombonas de la casa okupada que hicieron explosión dos días antes de la acción terrorista en las Ramblas de Barcelona del pasado mes de agosto podían estar preparadas para un atentado. He recordado la frase constatando las reacciones de algunas personas del entorno independentista tras el discurso de la otra noche del Rey.

No se trata, valdrá la pena advertirlo de inmediato, de comparar situaciones (en este caso, la inminencia de un atentado terrorista y la inminencia de una DUI), sino de homologar reacciones. Se diría que una actitud sumamente extendida en la opinión pública en Cataluña es la de calificar como excesiva toda iniciativa procedente de Madrid que simplemente ponga en cuestión las decisiones y comportamientos del gobierno de Cataluña en cualquier nivel.

Foto: Jornada del referéndum (EFE)

Así, por referirme solo a las últimas semanas, de las cargas policiales a los registros de imprentas, de las medidas de control de las finanzas a los procesamientos de altos cargos, y así todo lo que quieran, a menudo son descalificados no tanto por su improcedencia o su injusticia como por su presunta exageración. Es como si muchos en Cataluña, escandalizados por la reacción que provocan sus actos, exclamaran constantemente al tener noticia de las consecuencias a que han dado lugar: ¡pero si no hay para tanto!

Se engañaría quien identificara esta actitud con sangre fría o con una impasibilidad casi oriental. No. El fondo del asunto tiene que ver con una disposición inducida de manera pertinaz durante años en Cataluña, prácticamente hasta el inicio del 'procés', y que ha desembocado en la ausencia de crítica política propiamente dicha en el espacio público en general y la completa falta de autocrítica por parte de los gobernantes catalanes en particular. El convencimiento generalizado de que el contenido de la política que correspondía llevar a cabo a los partidos se sustanciaba en las diferentes formas de relacionarse con Madrid que cada uno de ellos representaba, como si la política interna careciera de mayor importancia, terminaba propiciando un convencimiento de segundo orden que ha terminado por revelarse nefasto. Este segundo convencimiento vendría a ser, formulado también de manera telegráfica, el de que nada malo o erróneo puede ocurrir como consecuencia de nuestros actos y, en el caso de que tal cosa ocurra realmente, semejante derivación solo puede ser culpa de Madrid.

Declaración institucional del Rey

De ahí que, por sorprendente que pueda resultar desde fuera, todavía hay por aquí algunos para los que el hecho de que la declaración de independencia esté a la vuelta de la esquina no constituye motivo suficiente de preocupación, y no han faltado quienes han formulado como primer (y en muchos casos único) comentario al discurso real la ausencia de la palabra diálogo en su intervención. Se percibirá que la resultante implícita del reproche es que habría que atribuir en alguna medida a Felipe VI la responsabilidad por el clima de alarma que se pudiera haber desencadenado desde ese momento. Han rehuido de esta manera tales críticos entrar en el fondo del asunto.

Foto: Felipe VI. (Ilustración: Raúl Arias) Opinión

Y es que, más allá de las interpretaciones que se puedan hacer en el sentido de que el Rey hubiera avalado o no con sus palabras que el gobierno de Mariano Rajoy adoptara determinadas medidas legales (el 155 fundamentalmente), lo importante de su intervención -como por cierto el propio Jefe del Estado se encargó de resaltar incluso con su lenguaje corporal- estaba en un lugar diferente, concretamente en el hecho de que denunciara que se habían traspasado por parte del Govern de la Generalitat todas las líneas rojas de deslealtad institucional. Obviamente, ante una crítica de tal magnitud y contundencia resulta difícil seguir manteniendo el argumento de la exageración centralista, y ha obligado al independentismo a echar mano de un argumento de refuerzo, ya utilizado profusamente en anteriores ocasiones.

El argumento de refuerzo es el que intenta defenderse de las críticas por recurso a un agravio padecido. En efecto, la lógica que parece subyacer al discurso independentista en relación con la interpretación de sus propios actos es que estos, sean cuales sean, no pueden ser condenados porque constituyen una reacción frente a algo. Confunden los independentistas de esta forma, si se me permite la simplificación, disponer de alguna razón para actuar de una determinada manera con tener razón sin más.

Foto: El presidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont, durante su respuesta al mensaje institucional del Rey. (Reuters) Opinión
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La diferencia es simple, pensarán ustedes, pero no parece que alcance a ser percibida con la misma claridad por el independentismo. El discurso de este parece funcionar mediante una lógica que podría resumirse así: cualquier cosa que haga el gobierno central y no me agrade (aunque solo sea porque no satisfaga mis expectativas), o que deje de hacer, deseando yo que la hubiera hecho (supongamos: plantearme una propuesta), justifica por mi parte la respuesta que estime oportuna, sin que proceda someter esta última a crítica y menos a condena alguna.

Pero es obvio que el error del otro no hace buena cualquier respuesta. Una respuesta, pongamos por caso, desmesurada no queda justificada por el hecho de que estuviera motivada por un agravio previo. Para que efectivamente lo quede debe mantener alguna forma de proporcionalidad o correspondencia con aquello a lo que pretende replicar. De lo contrario, se corre el peligro de terminar incurriendo en lo que en el lenguaje popular suele describirse a través de la conocida expresión "matar moscas a cañonazos".

Para el independentismo ni se es responsable de nada ni hace falta proporcionar argumentos consistentes para lo que se hace

Estamos, pues, ante una notable muestra de lo que, cediendo por un momento a la tentación del lenguaje filosófico, podríamos denominar inocencia irreductible o impunidad argumentativa, decidan ustedes la formulación que más les agrade. Con palabras más simples: se trata de que, por definición, para el independentismo ni se es responsable de nada ni hace falta proporcionar argumentos consistentes para lo que se hace, a tal extremo ha llegado su desnudo voluntarismo. Pensemos, sin ir más lejos, en algunas de las últimas intervenciones del 'president' Puigdemont, concretamente en las dos que se produjeron el mismo 1 de octubre.

En la primera de ellas, a media mañana del domingo, se limitó a descalificar al Estado español con todo tipo de adjetivos por las desproporcionadas cargas policiales que se habían producido a primera hora, como si su propio govern fuera absolutamente inocente al respecto y no tuviera ninguna relación (directa o a través de sus terminales, la ANC y Omnium Cultural) con el llamamiento a la ciudadanía a desbordar la legalidad y a ocupar la noche anterior las escuelas que iban a ser colegios electorales.

Por lo visto, un agravio legitima cualquier respuesta. Para el 'president' de la Generalitat una carga policial legitima un pucherazo

Pero tal vez más significativa resultó su intervención tras el cierre de los colegios. Compareció rodeado de todo el Govern y, sin proporcionar cifra alguna (es de suponer que debió pensar: ¿a quién le importa un detalle tan nimio como el del resultado exacto de la consulta en un momento de tamaña trascendencia histórica?), se dedicó a reiterar sus críticas a la actuación de la policía para, a renglón seguido, sin mayor argumentación, como si fuera una inferencia obvia (cuando era un non sequitur flagrante), extraer de dichas críticas la conclusión de que el pueblo catalán "se había ganado el derecho a la independencia".

Que el presunto referéndum hubiera incumplido todos los estándares exigibles para ser reconocido como tal en cualquier democracia que se precie era, para Puigdemont, de todo punto irrelevante, una minucia sin la menor importancia. He aquí el ejemplo más claro de lo que veníamos comentando. Por lo visto, un agravio legitima cualquier respuesta, la que el agraviado decida a su antojo. En este caso, el asunto está más que claro: para el 'president' de la Generalitat una carga policial legitima un pucherazo.

"No exagere, señoría" es la frase, que ya se ha hecho célebre, con la que los agentes de los Mossos d´Esquadra respondieron a la titular del Juzgado de Instrucción número 2 de Amposta, partido judicial al que pertenece Alcanar (Tarragona), cuando esta les trasladó su sospecha de que las bombonas de la casa okupada que hicieron explosión dos días antes de la acción terrorista en las Ramblas de Barcelona del pasado mes de agosto podían estar preparadas para un atentado. He recordado la frase constatando las reacciones de algunas personas del entorno independentista tras el discurso de la otra noche del Rey.

Rey Felipe VI