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La emperatriz de la contradicción
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Manuel Cruz

Filósofo de Guardia

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La emperatriz de la contradicción

Es un error conformarse con la interpretación de que con Colau no hay manera de saber a qué atenerse porque puede decir casi cualquier cosa

Foto: Ilustración: Raúl Arias
Ilustración: Raúl Arias

Fue muy benévolo Josep Borrell cuando bautizó a Ada Colau como la emperatriz de la ambigüedad, sobre todo si acordamos entender que ambiguo es aquel que no define claramente sus actitudes u opiniones. Yo tiendo a pensar más bien al contrario: si algo caracteriza a la actual alcaldesa de Barcelona es que defiende con gran énfasis, rotundidad y determinación cuanto hace y dice. Lo que ocurre es que se comporta de esta manera tanto para defender una cosa como su contraria, giro de ciento ochenta grados que lleva a cabo con enorme frecuencia. Es decir, que tal vez si hubiera que coronarla como algo sería a mi juicio más bien como emperatriz de la contradicción.

La lista de volantazos que ha llevado a cabo Colau sin justificación pública alguna, como si fuera capaz de estar firmemente convencida de algo y de su negación con pocas horas de diferencia, daría para varios artículos, lo cual es significativo en alguien que va por la mitad de su primer mandato. Pero, para no remontarnos demasiado atrás y referirnos únicamente al escaso tiempo transcurrido desde el pasado verano, cabría recordar su rechazo firmísimo a los bolardos en las calles de Barcelona tras los atentados de agosto y su defensa no menos firme de los mismos al cabo de poco, su exigencia de explicaciones al Govern de la Generalitat por haber engañado a los catalanes ("¡Cataluña se merece explicaciones!", clamaba el otro día desde un programa de televisión) y su negativa cerrada a dar cuenta de los términos del pacto secreto que ella personalmente cerró con Puigdemont cara al referendum del 1 de octubre, o su rechazo a este último porque "no era el que necesitaba el pueblo de Cataluña" y su participación en el mismo (aunque, eso sí, cuidándose mucho de publicitar que había votado en blanco).

Ada Colau rompe con el PSC por el 155.

No propongo reformular la brillante definición de Borrell por un mero prurito de precisión semántica. Lo hago porque creo que tanta contradicción resulta reveladora. Reveladora no de inseguridad o duda, ni siquiera de confusión teórica y política (aunque de esto último no le falte: necesitó un día entero para poder responder a la pregunta de si Cataluña era o no en estos momentos una república independiente), sino de otra cosa, sobre la que conviene reparar. Porque cometería un severo error de análisis quien, limitándose a constatar la volatilidad de sus palabras, se conformara con la interpretación de que con Colau no hay manera de saber a qué atenerse porque puede decir casi cualquier cosa en cualquier momento. Esa es la apariencia, sin duda, pero no el fondo del asunto. Para entender adecuadamente el signo de sus intervenciones, para intentar esclarecer a dónde, de verdad, apuntan, hay que fijarse no en lo que dicen (lo visible) sino en lo que pretenden (lo oculto).

Foto: Las alcaldesas de Madrid, Manuela Carmena (d), y Barcelona, Ada Colau (i), se saludan a su llegada al evento "Ciudades democráticas". (EFE)

Cuando uno empieza a analizar las cosas desde esta perspectiva, van mostrando su sentido unas decisiones que, de otro modo, parecerían poco menos que absurdas. En efecto, ¿alguien en su sano juicio puede considerar que fue una decisión buena para Barcelona la ruptura del acuerdo con el PSC, máxime en vísperas de que se resolviera cuál, de entre las ciudades candidatas, era la que finalmente iba a albergar la Agencia Europea del Medicamento? ¿Es mínimamente coherente que se rompa un pacto en el que de manera expresa se habían dejado fuera las cuestiones relacionadas con "el debate sobre el futuro político y nacional de Cataluña" y se había establecido que, en todo lo que afectara a estas cuestiones "cada formación actuará y se expresará […] en coherencia con su programa político", argumentando precisamente que el PSC había apoyado la aplicación del 155?

También, al analizar dicha decisión, la lista de inconsistencias y contradicciones que contiene podría alargarse, pero, como acabo de indicar, resultaría por completo innecesario hacerlo. Quien buscara algún orden de racionalidad en el ámbito de lo que se manifiesta en público estaría buscando en el lugar equivocado. La razón de la ruptura se encuentra en la pretensión que la alcaldesa intenta esconder (y que, por tanto, calla), aunque deja poco margen para la duda: son las elecciones del próximo 21-D. Estamos, por tanto, ante un caso de ocultación pero no de ambigüedad. La ciudad de Barcelona ha sido puesta inequívocamente al servicio de los particulares intereses políticos de Ada Colau (tan particulares son que su formación es más conocida como "el partido de Ada Colau" que por cualquier otro nombre).

La ciudad de Barcelona ha sido puesta al servicio de los particulares intereses políticos de Ada Colau

Bien mirado, el asunto no debería venirnos de nuevas. Hace un tiempo publiqué en la edición catalana de 'El País' un artículo ("Adanismo no viene de Ada", 1 de septiembre de 2016) en el que señalaba que el proyecto de ciudad que pudiera tener Ada Colau constituía el secreto mejor guardado. Cito dicho texto para hacerme la autocrítica a este respecto, y aceptar que me quedé corto. Jaume Collboni, que ha estado trabajando algo más de un año en el equipo de gobierno municipal codo con codo con la alcaldesa, venía a corregirme en unas recientes declaraciones a un diario barcelonés: no es que el tal proyecto sea un secreto celosamente guardado por Colau, es que no dispone de proyecto alguno. Por la simple razón de que la propia alcaldía en cuanto tal tiene para ella el carácter de mera herramienta para propósitos distintos al gobierno de la ciudad o, si se prefiere decir esto mismo de otra forma, constituye una mera estación de paso hacia lo que considera más altos destinos.

Por eso, si alguien me preguntara qué harán los llamados comunes después de las elecciones del 21-D mi respuesta sería clara: lo que más convenga al proyecto político personal de Ada Colau. Una sola cosa parece segura: en lo único en lo que no va a ser contradictoria es en su ambición.

Fue muy benévolo Josep Borrell cuando bautizó a Ada Colau como la emperatriz de la ambigüedad, sobre todo si acordamos entender que ambiguo es aquel que no define claramente sus actitudes u opiniones. Yo tiendo a pensar más bien al contrario: si algo caracteriza a la actual alcaldesa de Barcelona es que defiende con gran énfasis, rotundidad y determinación cuanto hace y dice. Lo que ocurre es que se comporta de esta manera tanto para defender una cosa como su contraria, giro de ciento ochenta grados que lleva a cabo con enorme frecuencia. Es decir, que tal vez si hubiera que coronarla como algo sería a mi juicio más bien como emperatriz de la contradicción.

Ada Colau