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¿'Mani' o misa de 12? (Sobre la última religión disponible)
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Manuel Cruz

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¿'Mani' o misa de 12? (Sobre la última religión disponible)

Alguno debería empezar a pensar en reformular su jaleada tesis de que el independentismo es la última utopía y plantearse si en realidad es el último credo religioso disponible

Foto: Cientos de manifestantes se concentran en la explanada del Parque del Cincuentenario de Bruselas. (EFE)
Cientos de manifestantes se concentran en la explanada del Parque del Cincuentenario de Bruselas. (EFE)

Tuvo Jordi Évole el detalle malévolo de recordarle a Marta Rovira sus inflamadas palabras en mítines correspondientes a las diversas convocatorias electorales recientes celebradas en Cataluña (tanto las ordinarias como las anómalas). Todas las votaciones, según la líder de ERC, eran trascendentales, en todas se jugaba su futuro el pueblo catalán, en todas se dilucidaba la supervivencia de la nación, todas, en fin, eran la oportunidad para que los ciudadanos tomaran la decisión más importante de sus vidas. El recordatorio del director de 'Salvados' era pertinente, e incluso admitiría la ampliación: ¿cuántas jornadas históricas llevamos a estas alturas del 'procés'?, ¿cuántas manifestaciones multitudinarias, de esas que se cuentan por centenares de miles y que sistemáticamente son definidas por los medios públicos y privados afines como alegres, civilizadas y pacíficas, hemos vivido desde el 2012?, ¿cuántas campañas con lazos, pegatinas o lo que se le haya ocurrido diseñar al publicitario de turno hemos presenciado ya? Los catalanes hemos perdido la cuenta. Pero tal vez la masiva manifestación de Bruselas del pasado 7 de diciembre (una peregrinación en todo regla) dé la medida exacta de la naturaleza que han terminado por adquirir las movilizaciones independentistas en Cataluña, asunto al que pretendo referirme en lo que sigue.

Si, como se suele decir, la verdad es la primera víctima de la guerra, habrá que admitir que, en lo tocante a este tipo de efectos, el 'procés' ha sido mucho peor que una guerra. Porque fuimos viendo cómo, en un primer momento, el desarrollo del mismo llevaba aparejado un creciente desinterés hacia los argumentos, desestimados desde bien pronto frente al puro voluntarismo, al tan afirmativo como vacuo 'dret a decidir', 'volem votar', 'la voluntat d´un poble' y similares. Como no podía ser de otra manera, terminó renunciándose a la argumentación misma ("dejémoslo: no nos pondremos de acuerdo", le solicitó Marta Rovira a Évole para zanjar su discusión con Inés Arrimadas sobre quién era nacionalista y quién no). Luego, en una segunda fase, decayeron los hechos, susceptibles de ser negados o retorcidos hasta que destilaran el significado que se iba precisando en cada momento.

placeholder Inés Arrimadas y Marta Rovira con Jordi Évole en 'Salvados'.
Inés Arrimadas y Marta Rovira con Jordi Évole en 'Salvados'.

A este respecto, el carrusel de falsedades objetivas y disparates interpretativos al que se ha lanzado el independentismo en las últimas semanas deja con los ojos como platos al observador más curtido. Citemos solo algunos de los reiterados públicamente en mayor medida por los portavoces independentistas: la economía catalana va viento en popa, hasta el punto de que Cataluña es líder en atracción de inversiones extranjeras (mérito que habría que atribuir especialmente a la gestión de Raül Romeva y su Diplocat); no es cierto que el paro haya aumentado en esta comunidad más que en el resto de España; TV3 es un modelo de pluralidad informativa de idéntico modo que el govern de la Generalitat es ejemplar en su gestión; el número de turistas que nos han visitado se ha reducido, en efecto, pero menos que en Madrid o Andalucía; no existe sombra de fractura social alguna; y así sucesivamente.

¿Quiere decirse con ello que no ha ocurrido nada en Cataluña que no sea digno de celebración, como, pongamos por caso, que numerosas empresas catalanas hayan trasladado su sede a otros lugares de España, que los ahorradores se hayan lanzado a abrir cuentas-espejo domiciliadas fuera de Cataluña o, en fin, que Barcelona no haya conseguido ser la sede de la Agencia Europea del Medicamento? Todo eso es cierto, reconocen los responsables políticos independentistas, pero para los mencionados casos, como para cualesquiera otros que se les puedan plantear, las explicaciones que proporcionan son tan sencillas como rotundas: lo primero se debe a las presiones del Gobierno central y a sus decretos que facilitan la movilidad empresarial; lo segundo es producto de la campaña del miedo promovida por el PP y lo de la EMA trae causa en las cargas policiales del 1 de octubre, que, por si alguien no se había enterado, dejaron un saldo de ¡mil heridos! (aunque habría que puntualizar que, por asombroso que pueda resultar, solo dos merecieron hospitalización, uno de ellos debido a un infarto) y, por supuesto, en el 155, que es además el responsable, entre otras muchas cosas, del encarcelamiento de algunos políticos catalanes e incluso de las providencias del juez de la audiencia provincial de Huesca sobre las obras de arte de Sijena.

El 'procés' se ha convertido en un fin en sí mismo. Sus partidarios son inmunes a la argumentación de las ideas y a la refutación de hechos

Al llegar a estas alturas, alguien podría pensar que, desvanecidos los argumentos y volatilizados los hechos, ya solo quedan las promesas, y que ellas constituyen el combustible, más o menos residual, del movimiento independentista. Tal vez pudo ser así hasta un cierto momento, cuando todavía se invocaban mutantes hojas de ruta para continuar avanzando hacia el futuro. Pero incluso ese lugar imaginario, el de los proyectos, ha dejado de existir. No hay forma humana de saber lo que propone el independentismo en estos días, pero eso, siendo grave, no es lo peor. Lo peor es que no parece hacerle la menor falta porque el 'procés' (o sea cual sea el nombre con el que se denomine la cosa a partir de ahora) se ha convertido en un auténtico fin en sí mismo, como queda acreditado por el hecho de que, en contra de lo que cabría esperar de ciudadanos que ejercieran como agentes racionales deliberativos, sus partidarios son perfectamente inmunes tanto a la argumentación de las ideas como a la refutación de los hechos.

placeholder Vista general de la manifestación convocada por la ANC y Òmnium en Barcelona para exigir la libertad de Jordi Sánchez, Jordi Cuixart y los miembros del Govern cesados. (EFE)
Vista general de la manifestación convocada por la ANC y Òmnium en Barcelona para exigir la libertad de Jordi Sánchez, Jordi Cuixart y los miembros del Govern cesados. (EFE)

Una conclusión parece desprenderse de aquí. Se equivocaban los que se preguntaban por la hipotética decepción de los ya famosos "independentistas de buena fe". A la vista está que no los hay de buena y de mala fe. Nos podemos ahorrar el adjetivo diferenciador: son todos de fe, y es la fe, una fe desnuda, lo que les congrega alrededor de determinadas iniciativas en el espacio público (manifestaciones, concentraciones silenciosas o ruidosas según convenga, procesiones con antorchas o velas, pancartas con cambiantes leyendas en los balcones, etc.), cuya función es precisamente la creación y el reforzamiento del sentimiento de pertenencia a un grupo, sin que ni siquiera sentido tenga cuestionar ninguna de tales iniciativas. ¿O es que acaso alguna vez se ha abierto un debate público entre los católicos respecto a si una determinada fiesta ha de ser de precepto o no?

Por ello, no basta con señalar que el 'procés' se ha convertido en una auténtica industria. Es cierto, desde luego, que en este momento representa un medio de vida para muchos. Pero más importante que eso es que ha acabado siendo una forma de vida para un número aún mayor de ciudadanos. Aunque tal vez fuera más propio decir que, más que una forma de vida, lo que les ha proporcionado es un sentido a su vida. Alguno (alguna, para ser preciso) debería empezar a pensar en reformular su jaleada tesis según la cual el independentismo es la última utopía disponible y plantearse si lo que en realidad constituye el independentismo es el último credo religioso disponible.

Tuvo Jordi Évole el detalle malévolo de recordarle a Marta Rovira sus inflamadas palabras en mítines correspondientes a las diversas convocatorias electorales recientes celebradas en Cataluña (tanto las ordinarias como las anómalas). Todas las votaciones, según la líder de ERC, eran trascendentales, en todas se jugaba su futuro el pueblo catalán, en todas se dilucidaba la supervivencia de la nación, todas, en fin, eran la oportunidad para que los ciudadanos tomaran la decisión más importante de sus vidas. El recordatorio del director de 'Salvados' era pertinente, e incluso admitiría la ampliación: ¿cuántas jornadas históricas llevamos a estas alturas del 'procés'?, ¿cuántas manifestaciones multitudinarias, de esas que se cuentan por centenares de miles y que sistemáticamente son definidas por los medios públicos y privados afines como alegres, civilizadas y pacíficas, hemos vivido desde el 2012?, ¿cuántas campañas con lazos, pegatinas o lo que se le haya ocurrido diseñar al publicitario de turno hemos presenciado ya? Los catalanes hemos perdido la cuenta. Pero tal vez la masiva manifestación de Bruselas del pasado 7 de diciembre (una peregrinación en todo regla) dé la medida exacta de la naturaleza que han terminado por adquirir las movilizaciones independentistas en Cataluña, asunto al que pretendo referirme en lo que sigue.

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