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No basta con hablar de corrido (en la despedida de Artur Mas)
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Manuel Cruz

Filósofo de Guardia

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No basta con hablar de corrido (en la despedida de Artur Mas)

No voy a negar ni que Mas poseyera las virtudes que se le suelen atribuir, ni a cuestionar que dichas virtudes sean tales

Foto: Artur Mas. (Reuters)
Artur Mas. (Reuters)

Que el sucesor sea peor que el antecesor no convierte a este último en bueno, sino únicamente en menos malo. La constatación resulta casi inevitable en la despedida de Artur Mas. Si este hombre pasa a la historia por algo, será por los enormes daños causados no solo a su partido, sino también al catalanismo político y a la propia Cataluña. Él mismo no parecía ser capaz de encontrar mayores méritos a su carrera cuando, al ser preguntado por el balance que hacía de su trayectoria en la rueda de prensa del pasado martes, puso el énfasis en sus victorias electorales, pero no en lo que había hecho con ellas.

Xavier Vidal Folch sintetizaba bien este miércoles, en 'El País', las virtudes y las limitaciones de Mas y, de paso, constataba la enorme distancia que, a pesar de estas últimas, le separaba no solo de esos prófugos amantes de "maniobras circenses" (en la mente de todos), sino también de sus "monaguillos de ridículas investiduras telemáticas". Pero constituiría un severo error —o, mejor dicho, una perseverancia en el error— aprovechar la presente oportunidad para lanzar el enésimo lamento tipo "lo que va de ayer a hoy", subrayando únicamente lo que la situación política general del país ha empeorado con el tiempo y con los relevos en sus élites, ya que eso implicaría dejar sin pensar por qué razón ese ayer, tan añorado por algunos, ha dado lugar a este hoy, tan denostado por esos mismos.

Foto: El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont (d) y su predecesor, Artur Mas.

Porque en cierto modo los rasgos del 'expresident' —incluso aquellos que en principio solían merecer una consideración positiva— prefiguraban el modelo de político que no ha hecho otra cosa que consolidarse posteriormente. De Mas solía destacarse, en efecto, su condición de buen parlamentario, poseedor de un estilo sobrio y eficaz que le permitía extraer rendimiento político a un argumentario no siempre bien articulado. Si se prefiere formular idéntico elogio con otros términos: se acostumbraba a subrayar el hecho de que fuera un buen comunicador.

No voy a negar que Mas poseyera las virtudes que se le suelen atribuir ni a cuestionar que dichas virtudes sean tales. Me limitaré a apuntar algo mucho más modesto, y es que con ellas no basta. Conviene recordarlo en unos tiempos en que se diría que la capacidad de comunicar se ha convertido en el alfa y omega para algunos políticos, como si quien consiguiera adornarse con semejante capacidad ya tuviera el pleno de las cualidades que necesita cualquiera que aspirara a gobernar. Pero si bastara con ello, para Mariano Rajoy, eficaz parlamentario ('old style', pero eficaz), el gobierno de la nación debería ser un camino de rosas. Y la no menos eficaz parlamentaria Soraya Sáez de Santamaría —con ese balanceo de pistolero a punto de desenfundar que suele utilizar en las sesiones de control al Gobierno de los miércoles— estaría destinada, sin sombra alguna de preocupación que debiera inquietarle, a suceder al actual presidente.

De Mas solía destacarse, en efecto, su condición de buen parlamentario, poseedor de un estilo sobrio y eficaz que le permitía extraer rendimiento político

Similar razonamiento, claro está, habría que aplicar a quienes aspiran a asaltar el poder con las solas armas de la telegenia y la facilidad de palabra (que a menudo ellos mismos confunden con el mero hablar de corrido). Es cierto que el hecho de que algunos se vieran catapultados a un notable protagonismo político merced a la eficacísima colaboración de determinadas cadenas de televisión les hizo pensar que con poder contar con unos cuantos poderosos medios de comunicación afines era más que suficiente. Tan convencidos estaban de ello que no faltaban los que, dentro de ese mismo sector, no se recataban lo más mínimo en comentar en privado que si hubieran podido completar sus espacios de influencia con un programa de radio que les hubiera permitido difundir sus mensajes en 'prime time' matinal ("nos faltó un Iñaki Gabilondo", solían decir), todo les hubiera ido mucho mejor.

Esta manera de entender la política termina por pasar factura, y si no fuera por que la misma al final la pagan los ciudadanos, sería digno de celebrar

Esta manera de entender la política termina por pasar factura, y si no fuera por que la misma al final la pagan los ciudadanos, resultaría cosa digna de celebrar. Porque el fracaso de este tipo de políticos debería constituir una buena noticia para la política, si ello significara que, por encima o más allá de la mercadotecnia, se está dando respuesta a lo que nuestras sociedades reclaman de manera persistente, esto es, personas capaces de gestionar de manera adecuada y satisfactoria los problemas heredados y los nuevos que no cesan de plantearse, así como, sobre todo, de dibujar horizontes de futuro posibles y deseables hacia los que tender. Lo otro, a saber, el espectáculo de ingenio y de presunta brillantez o, por decirlo con un lenguaje más al uso, la producción sistemática de zascas susceptibles de ser reproducidos a continuación en las redes sociales o en los digitales más amarillos, tal vez constituya entretenimiento para algunos (y del peor, para mi gusto), pero no es política en el sentido más propio y fuerte de la palabra.

A menudo me acuerdo de aquel veterano dirigente conservador que en la Transición le dedicaba a un entonces joven político emergente esta refinada maldad: "X comunica bien, pero lástima que no comunique nada". Claro que, puestos a consolarse y por acabar como empecé (o sea, con Artur Mas), a veces más vale no comunicar nada que comunicar según qué propuestas suicidas.

Que el sucesor sea peor que el antecesor no convierte a este último en bueno, sino únicamente en menos malo. La constatación resulta casi inevitable en la despedida de Artur Mas. Si este hombre pasa a la historia por algo, será por los enormes daños causados no solo a su partido, sino también al catalanismo político y a la propia Cataluña. Él mismo no parecía ser capaz de encontrar mayores méritos a su carrera cuando, al ser preguntado por el balance que hacía de su trayectoria en la rueda de prensa del pasado martes, puso el énfasis en sus victorias electorales, pero no en lo que había hecho con ellas.

Artur Mas Mariano Rajoy