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Entre el alivio y el agobio
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Manuel Cruz

Filósofo de Guardia

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Entre el alivio y el agobio

Hablar de "sed de venganza del Estado" para referirse a las prisiones preventivas o a la detención de Puigdemont no parece lo más propio de la dignidad institucional de Torrent

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De ser ciertas las informaciones que se venían publicando en las últimas semanas, lo lógico sería que tanto la dirección del PDeCAT como la de ERC hubieran recibido con alivio la noticia de la detención de Carles Puigdemont. No solo esas mismas informaciones, sino las dificultades objetivas para conseguir investirle como 'president' de la Generalitat y empezar a gobernar Cataluña acreditaban bien a las claras que el 'expresident' se había convertido en un auténtico obstáculo para reconducir el 'procés' tras el 155 y los procesamientos dictados por el juez Llarena. Como es natural, dicho alivio en ningún caso podría mostrarse tal cual, sino que debería aparecer como un llamamiento a la calma, no sin antes hacer las previsibles declaraciones de indignación.

Ignoro si esa era la intención del 'president' del Parlament en su alocución televisada de este domingo por la noche en 'TV3'. En tal caso, habría que decir que se pasó de frenada. Hablar de "sed de venganza del Estado" para referirse a las prisiones preventivas o a la detención de Puigdemont no parece lo más propio de la dignidad institucional que cabría esperar de alguien que ocupa el cargo de Roger Torrent. Pero apliquemos la hipótesis caritativa de la que hablaba Donald Davidson (optar siempre por la interpretación más favorable) a este caso y celebremos que, por lo menos, no se sumara a la disparatada propuesta de llevar a pleno la candidatura de Carles Puigdemont a la presidencia de la Generalitat, como algún hiperventilado llegó a sugerir.

Sin duda, la detención del 'expresident' puede dar lugar a reacciones indeseables, por violentas, algunas de las cuales ya pudieron empezar a verse la misma tarde del domingo. Si atendemos al número de personas movilizadas (algunos centenares, leo en la prensa) los casi cien heridos de los que informan las cifras oficiales compiten con los mil del uno de octubre que, a fin de cuentas había movilizado a más dos millones de ciudadanos. La desproporción induce a pensar en una intensidad en la violencia nada despreciable, y es de suponer que no precisamente por parte de los cuerpos policiales. Habrá que ver la efectiva capacidad de movilización de esos CDR que, sorprendentemente, hicieron mutis por el foro cuando Rajoy decidió aplicar el 155 y que ahora han reaparecido con inusitada pujanza.

La desproporción induce a pensar en una intensidad en la violencia nada despreciable, y es de suponer que no precisamente desde los cuerpos policiales

Ahora bien, no cabe la ingenuidad ni un optimismo bobo al respecto. La tentación de alimentar el sentimiento de agravio, de intentar sacar rédito de las emociones, será difícil de esquivar por parte de quienes creían haber encontrado ahí un filón inagotable para sus políticas. No es en absoluto descartable la perseverancia en ese registro, por más alejado que se encuentre de la realidad. De alejamiento de la realidad tenemos pruebas más que sobradas. El mismo sábado, sin ir más lejos, tras los encarcelamientos de Turull y el resto de 'exconsellers', hubo quien desde la tribuna del Parlament afirmaba cosas tales como que "la democracia española ha muerto" o que "el Estado se desmorona". Pertenecía al mismo sector que, meses atrás, anunciaba que si procesaban a algún dirigente independentista, toda Europa se iba a alzar indignada por semejante ataque a la democracia.

Pero no es menos cierto que también ha habido indicios (el más claro, las declaraciones de Joan Tardá) de que no faltan quienes, en ese mismo sector, han llegado al convencimiento de que hay que reconsiderar el proyecto por entero, ya que, en la forma en que fue diseñado, ha desembocado en un completo fracaso. Los más cenizos señalarán, siempre sombríos, la imposibilidad práctica de semejante reconsideración, a la vista del grado de excitación entusiasta (la independencia estaba "a tocar", cuando no "implementada") al que esos mismos dirigentes llevaron a los suyos. Pero, a fin de cuentas, es el 'abc' de la comunicación política no presentar la propia derrota como tal, sino como compás de espera, como repliegue táctico para ensanchar las bases o cualquier otra argumentación parecida.

Además, quienes optaran por replantear las cosas jugarían con una ventaja, que es la que, paradójicamente, proporciona una cultura política de honda raigambre victimista, por completo hegemónica en Cataluña. Nada más fácil para un victimista que aceptar la derrota siempre que puede endosarle la responsabilidad de la misma no a sus propios errores sino, en este caso, a la represión política, policial y judicial del Estado, debidamente aderezada por la pasividad, cuando no complicidad, de una Europa que tampoco, según esta quejumbrosa versión, habría estado a la altura de sus propios valores, y así sucesivamente.

¿Recuerdan los jugueteos que se traía Puigdemont con Rajoy cuando este le pedía por escrito que dejara claro si había declarado la independencia?

Tal vez si alguien es capaz de enfriar el partido, en vez de abandonarse a una escalada emotiva de imposible control, se vayan creando la condiciones anímicas en todos para que al final pueda hacerse un balance de lo ocurrido en este tiempo. Cuando ello se dé, la figura de Carles Puigdemont menguará incluso entre quienes depositaron alguna esperanza en él, como ha menguado la de Artur Mas. Y entonces algunos caerán en la cuenta de que, aunque nadie esté libre de cometer errores, la contumacia en los mismos descalifica por completo a un político. El ahora detenido aspiraba a ser la versión 2.0 de quien lo designó, y aspiró a competir con él en astucia. ¿Recuerdan los jugueteos que se traía con Rajoy cuando este le pedía por escrito que dejara claro si había declarado la independencia o no? Si hubiera respondido lo mismo que luego respondieron cuantos desfilaron ante el juez Llarena, imagínense lo que nos hubiéramos ahorrado todos. Pero decidió perseverar en el error, del que solo le ha apeado la policía alemana.

Lo de menos a estas alturas es cómo les ha ido a ambos personajes, si han ido a parar o no definitivamente a la papelera de la historia (la historia ya nos lo notificará). Lo importante es que tenga que ser ahora la propia ciudadanía catalana la que no tenga más remedio que reclamarle a sus políticos que, de una maldita vez, estén a la altura de su responsabilidad.

De ser ciertas las informaciones que se venían publicando en las últimas semanas, lo lógico sería que tanto la dirección del PDeCAT como la de ERC hubieran recibido con alivio la noticia de la detención de Carles Puigdemont. No solo esas mismas informaciones, sino las dificultades objetivas para conseguir investirle como 'president' de la Generalitat y empezar a gobernar Cataluña acreditaban bien a las claras que el 'expresident' se había convertido en un auténtico obstáculo para reconducir el 'procés' tras el 155 y los procesamientos dictados por el juez Llarena. Como es natural, dicho alivio en ningún caso podría mostrarse tal cual, sino que debería aparecer como un llamamiento a la calma, no sin antes hacer las previsibles declaraciones de indignación.

Carles Puigdemont Artur Mas Esquerra Republicana de Catalunya (ERC)