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Filósofo de Guardia
Por
De tonto útil a tonto inútil
Podría ocurrir que el aspirante a rebelde pasara de la condición de tonto útil para la que fue designado a la condición, desastrosa para la ciudadanía, de tonto inútil
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A Quim Torra le ha nombrado Carles Puigdemont jefe de campaña de las próximas elecciones autonómicas. Para que no hubiera el menor malentendido y nadie se pudiera llamar a engaño al respecto, lo manifestó públicamente en la alocución televisada del pasado jueves, en la que, por si alguien se distraía un momento y no prestaba sostenida atención a sus palabras, dejó claras en diversos pasajes unas cuantas cosas que definían con poco margen para el error el signo del nombramiento.
En primer lugar, se refirió a sí mismo como 'president legitim', en segundo, definió la situación que se abría a partir de ese momento como provisional y, por si hacía falta remachar el clavo, se permitió humillar a su elegido señalando las tareas que le correspondían a este y las que se reservaba para sí (aunque hay que reconocer que al menos tuvo el detalle de no informar por televisión de lo que supimos al día siguiente por los diarios, y es que le había prohibido utilizar el que fuera su despacho en el Palau de la Generalitat).
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En ese sentido, no resulta difícil anticipar el cariz que adoptará una presidencia que se adivina tan fugaz como agitada. Ya se pueden ir preparando los ciudadanos catalanes a ver repetida la estrategia, ensayada con un cierto éxito 'publicístico' por parte de su antecesor en el cargo, de presentar propuestas inaceptables desde el punto de vista legal con el exclusivo objeto de provocar la intervención del Gobierno central.
La pieza a ganar está clara: disponer del consabido argumento victimista (que utilizaron hasta la extenuación en las pasadas elecciones autonómicas los políticos independentistas), adornándose, de paso y para tranquilizar a la CUP, con una aureola social que les supone un coste cero. Pero la pieza incluye otra ventaja añadida: sirve para continuar reiterando el mensaje de que el autogobierno que permite la legislación vigente constituye una herramienta inútil por completo y que la única perspectiva en la que resultaría pensable empezar a resolver los problemas que tienen planteados los catalanes es la de la independencia.
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Precisamente por ello mismo, también deberían irse preparando los ciudadanos catalanes a que, junto a esta estéril (por fallida) producción legislativa, el Govern del Sr. Torra se aplique a un notable activismo verbal y simbólico destinado a mantener en lo más alto el ánimo del sector independentista. Dicho activismo, por cierto, es prácticamente seguro que dará lugar al efecto colateral (que no me atrevería a calificar de indeseado, aunque sí de perverso) de mantener irritado al sector de la sociedad catalana que no comparte el fervor independentista, pero, a la vista de la contumacia con la que el Sr. Torra ha despreciado a dicho sector de catalanes, parece claro que la irritación de estos nunca le ha importado en exceso.
¿Significa lo anterior que queda descartada por completo la posibilidad de que el recién investido 'president', una vez instalado en el poder, decida volar por su cuenta y no quedar relegado a esa condición de mera correa de transmisión que pretende asignarle Puigdemont? Por supuesto que esa posibilidad siempre cabe. Pero al respecto conviene introducir un matiz, antes de precipitarse a considerar que la materialización de aquella constituiría una buena noticia. Sin duda hay ocasiones en las que el rechazo a asumir el papel de tonto útil (en el sentido político de la expresión, obviamente) puede dar lugar a efectos positivos. Pero para que ello ocurra resulta imprescindible que se cumpla un requisito fundamental, a saber, el de que quien se rebela contra dicha condición disponga de criterio propio y tenga la inteligencia adecuada: en caso contrario, más le vale al sujeto en cuestión permanecer en una posición subalterna que no deje en evidencia sus limitaciones.
Por el momento, hay que reconocerlo, el 'president' entrante no parece interesado en sacar los pies del tiesto. Resultaba incluso un punto bochornoso escuchar que sus primeras palabras en el discurso de investidura fueran para afirmar que él no era en realidad el auténtico 'president', el 'president' legítimo, sino un mandado, alguien que estaba allí para cumplir el encargo de la presunta superioridad que lo había ungido como el sucesor.
Por supuesto que eran palabras poco menos que obligadas, habida cuenta de que no tenía todavía garantizados los votos necesarios para ser investido, y no hay que descartar, como tantas veces ha ocurrido en el pasado, que en el futuro sea precisamente el ejercicio del poder el que le haga cambiar de actitud. ¿O acaso no fue eso lo que le ocurrió a su antecesor, Carles Puigdemont, quien, tras jurar y perjurar que estaba de paso en el cargo, terminó por cogerle el gusto al mismo y ahora le vemos transformado en líder presuntamente carismático con pretensiones cesaristas?
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En todo caso, lo que de hecho importa no es cómo se sienta cada cual (un mandado, un líder carismático o cualquier otra opción), sino que ese cual cumpla el requisito de autonomía de criterio e inteligencia antes aludido. Porque, de no cumplirlo, podría ocurrir que el aspirante a rebelde pasara de la condición de tonto útil para la que fue designado a la condición, desastrosa para la ciudadanía, de tonto inútil (siempre en sentido político, claro está). Pero hay que llevar el argumento hasta el final. Porque, puestos a decirlo todo, el desastre recién mencionado no es el único que amenaza a la ciudadanía. Tampoco habría que olvidar otra amenaza, tan o más preocupante que la anterior: la de estar en manos del tonto útil de un tonto inútil. Ustedes ya me entienden.
A Quim Torra le ha nombrado Carles Puigdemont jefe de campaña de las próximas elecciones autonómicas. Para que no hubiera el menor malentendido y nadie se pudiera llamar a engaño al respecto, lo manifestó públicamente en la alocución televisada del pasado jueves, en la que, por si alguien se distraía un momento y no prestaba sostenida atención a sus palabras, dejó claras en diversos pasajes unas cuantas cosas que definían con poco margen para el error el signo del nombramiento.