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Votar la existencia de Dios (o cómo endosar a las bases los problemas de conciencia)
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Manuel Cruz

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Votar la existencia de Dios (o cómo endosar a las bases los problemas de conciencia)

Los mensajes en redes gravitan sobre palabras-fetiche, que ya vienen coloreadas con una determinada tonalidad valorativa, de tal manera que su mero empleo decanta la argumentación

Foto: Pablo Iglesias e Irene Montero en la rueda de prensa en la que comunicaron que ponían sus cargos a disposición de las bases. (EFE)
Pablo Iglesias e Irene Montero en la rueda de prensa en la que comunicaron que ponían sus cargos a disposición de las bases. (EFE)

Lo peor de las redes sociales, con Twitter a la cabeza, no es que nos mientan, sino que parecen colmarnos de verdad. El asunto se hace particularmente evidente cuando surge cualquier polémica o estalla el menor escándalo. En esos casos, queda patente que el tipo de mensajes, sintéticos y apocopados (excluyo los insultantes), que tales redes suelen transmitir satisface, en su rotundidad, a cada una de las partes implicadas, que, encantadas con su propia argumentación, desisten de seguir pensando. Pierden así la magnífica oportunidad, tanto de someter a revisión alguna de las convicciones que tomaban por incuestionables, como de profundizar en la crítica al adversario.

En relación al tema que ha venido ocupando el mayor espacio en los medios de comunicación de diverso formato en los últimos días (al tiempo que daba lugar al mayor número de memes que se recuerda por estas latitudes), el del ya famoso chalé de Pablo Iglesias e Irene Montero, las síntesis argumentativas de unos y de otros resultan, a estas alturas, sobradamente conocidas. De un lado, se ha repetido, no solo somos el no va más de la transparencia, sino que nuestra conducta es toda una lección de democracia y de decencia política de la que algunos (o, mejor dicho, el resto del mundo) debería aprender. Del otro, se ha replicado, cada cual hace con su dinero lo que quiera (siempre que sea legal), pero lo que en este caso ha fallado de manera ostensible ha sido la coherencia entre declaraciones y comportamientos.

Cuando se introduce el término "transparencia" se suele dar por descontado que ella es, en sí misma, indiscutiblemente buena

Probablemente la eficacia de tales mensajes tenga que ver con el hecho de que gravitan sobre palabras-fetiche, que ya vienen de fábrica coloreadas con una determinada tonalidad valorativa, de tal manera que su mero empleo decanta el signo de la argumentación sin necesidad de aportar ninguna otra consideración complementaria. A los efectos que estamos señalando, esto es, el de obviar la necesidad de la justificación de lo que se haya afirmado, resulta irrelevante que la concreta carga valorativa de tales palabras sea positiva o negativa. Cuando, pongamos por caso, se introduce el término "transparencia", se suele dar por descontado que ella es, en sí misma, indiscutiblemente buena, aunque tengamos múltiples ejemplos de que en ocasiones lo que se presenta como transparencia sea más obscenidad que otra cosa. O —valoración de signo opuesto— está claro que la mera referencia a la especulación lleva incorporada su condena, aunque no se termine de especificar nunca ni qué se entiende por especulación (¿el propietario de un apartamento turístico es un especulador?, ¿más o menos que si lo vendiera e ingresara el importe de la venta en una cuenta con una rentabilidad similar a la que le proporciona alquilarlo?) ni, en caso de haberla de más de un tipo, cuál de ellas resulta condenable.

Es cierto que en ocasiones estas palabras-fetiche se ven reforzadas por afirmaciones de parecido tenor, esto es, que tampoco parecen requerir ulterior justificación. Es lo que ha ocurrido en este caso, cuando se reforzaba la denuncia de la especulación que llevan a cabo otros, con la afirmación de que, a diferencia de ellos, los líderes de Podemos adquirían el chalet en la Sierra "para vivir". Obviaban de esta manera un elemento sobre el que tal vez convendría detenerse a pensar un momento. Porque la cuestión relevante no es que adquieran una propiedad para vivir, sino de qué manera hacen público que quieren vivir al llevar a cabo precisamente esta compra.

placeholder Vista aérea de la nueva propiedad adquirida por Pablo Iglesias e Irene Montero.
Vista aérea de la nueva propiedad adquirida por Pablo Iglesias e Irene Montero.

Como es obvio, si no hubieran sido ellos (y ellas) mismos (y mismas) quienes tanto insistieron en que lo personal es político, los comentarios anteriores se encontrarían por completo fuera de lugar, y estos nuevos propietarios podrían argumentar que la suya es una decisión que pertenece al ámbito estrictamente privado. Pero cuando se ha hecho bandera de la exhibición de un determinado modelo de vida como garantía de la fiabilidad de una propuesta política, el cambio de modelo pasa a resultar una cuestión susceptible —por no decir merecedora— de ser debatida en la plaza pública. Y el caso es que, en efecto, da la sensación de que se ha pasado de un igualitarismo por abajo a (la promesa de) un igualitarismo por arriba. Del pobrismo inicial de esta formación, que consideraba privilegio todo lo que sobrepasara mínimamente los estándares, tanto de salario como de forma de vida, de los sectores más populares, se ha derivado hacia un planteamiento, manifestado en los pasados días en un comunicado de la organización, que, aunque mantenía la retórica de sus viejos discursos, implicaba una nada desdeñable mutación del discurso: "Sabemos que muchas familias españolas, incluso con dos sueldos, no pueden permitirse una hipoteca así, y por eso entendemos que es tan importante defender salarios dignos para todos y todas", podía leerse allí.

Da la sensación de que se ha pasado de un igualitarismo por abajo a (la promesa de) un igualitarismo por arriba

Intentando formular más resumidamente el sentido de la mutación, es como si hubieran pasado a decir: "Continuamos siendo igualitarios, pero ahora lo somos, no ya porque vivamos como la mayoría, sino porque queremos que la mayoría viva como nosotros". Y por si a alguien le quedaba alguna duda, el mismo comunicado continuaba: "La realidad es que nuestros sueldos, que son públicos y que son decididos por la Asamblea Ciudadana de Podemos, nos han permitido emprender este proyecto". La realidad también es que el tono de estas últimas afirmaciones hacía presagiar que el comunicado se iba a cerrar con un castizo y achulado "¿pasa algo?".

A los ojos de buena parte de los votantes de Podemos y, por extensión, de la ciudadanía se diría que sí pasa algo, y de notable importancia por cierto. El revuelo organizado alrededor de la noticia de la compra del chalé lo acredita con poco margen de error. De ahí que finalmente los protagonistas de esta historia hayan decidido formular a las bases una pregunta, pero no referida a su decisión inmobiliaria, que no parecen dispuestos a revisar, sino respecto a su idoneidad para permanecer en sus cargos. Externalizan de esta manera la responsabilidad de su decisión, haciendo recaer lo que alguien podría considerar el reproche moral acerca de su comportamiento sobre las espaldas de quienes participen en la consulta.

En fin. Tanto tiempo riéndonos de que durante la Segunda República se sometiera a votación entre los socios del Ateneo de Madrid la existencia de Dios y ahora resulta que lo más acrisolado de nuestra izquierda traslada a las bases del partido sus problemas de conciencia.

Lo peor de las redes sociales, con Twitter a la cabeza, no es que nos mientan, sino que parecen colmarnos de verdad. El asunto se hace particularmente evidente cuando surge cualquier polémica o estalla el menor escándalo. En esos casos, queda patente que el tipo de mensajes, sintéticos y apocopados (excluyo los insultantes), que tales redes suelen transmitir satisface, en su rotundidad, a cada una de las partes implicadas, que, encantadas con su propia argumentación, desisten de seguir pensando. Pierden así la magnífica oportunidad, tanto de someter a revisión alguna de las convicciones que tomaban por incuestionables, como de profundizar en la crítica al adversario.

Irene Montero