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Manuel Cruz

Filósofo de Guardia

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Frustración, que no desencanto

Ahora que Mariano Rajoy ha hecho mutis por el foro, se hace todavía más evidente que sus gobiernos representaron una auténtica bendición para el 'procés'

Foto: El presidente de la Generalitat, Quim Torra (d), junto al vicepresidente del Govern y titular de Economía y Hacienda, Pere Aragonès (i). (EFE)
El presidente de la Generalitat, Quim Torra (d), junto al vicepresidente del Govern y titular de Economía y Hacienda, Pere Aragonès (i). (EFE)

Mucho se ha escrito en las últimas semanas sobre el radical cambio de atmósfera política que se ha producido en España a raíz del triunfo de la moción de censura a Mariano Rajoy presentada por Pedro Sánchez, así como a partir del primer mensaje, en forma de nuevo Gobierno, lanzado a la ciudadanía por el flamante presidente socialista. En cambio, se ha escrito poco, por no decir casi nada, acerca de cómo el cambio anterior ha afectado a la imagen del 'procés', del 'president' Torra y de sus recién nombrados 'consellers'.

El relativo silencio no tiene que ver solo con la mayor trascendencia de lo que ocurre en el epicentro del Estado en relación con lo que ocurre en uno de sus territorios (que, a fin de cuentas, no deja de ser, al menos por el momento, una comunidad autónoma). Porque esa menor trascendencia quedaba compensada hasta ahora por la envergadura del desafío planteado a España por parte del Govern de la Generalitat desde 2012 y, muy especialmente, en el segundo semestre del pasado año. El actual silencio parece tener que ver con el ostentoso agotamiento del mensaje que hasta el presente venía lanzando el independentismo.

Foto: El presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo. (EFE)

Ahora que Mariano Rajoy ha hecho mutis por el foro —con una peculiar mezcla de elegancia personal y de desdén político hacia su propio partido (su renuncia al escaño, tras negarse a dimitir como presidente del Gobierno, se parece más a un "ahí os quedáis" que a una generosa voluntad de no interferir en el futuro del PP)— se hace todavía más evidente que sus gobiernos representaron una auténtica bendición para el 'procés'. El primero, el de la mayoría absoluta en el Congreso, mucho más que el segundo, que, en su fragilidad, dejaba claro que el continuo España-Estado-Gobierno-PP que desde el principio los independentistas se habían esforzado en dibujar para consumo interno constituía un artificio narrativo absolutamente imaginario. Pero si todavía, durante los dos años de la actual legislatura, esos mismo independentistas intentaron perseverar en dicho planteamiento, solo que sustituyendo PP por 'bloque del 155', la salida de Mariano Rajoy parece haber desbaratado por completo tal relato.

Aunque, en realidad, tal vez lo propio fuera afirmar que el cambio de Gobierno ha dejado en evidencia, de manera incontrovertible, no solo algo que el independentismo se empeñaba en soslayar —que en democracia las mayorías de gobierno (incluida la absoluta del PP) son reversibles— sino también el fracaso de los planteamientos secesionistas en cuanto tales. Para cualquier observador de la situación catalana mínimamente atento resultaba claro, tras la aplicación del 155 y el procesamiento de los líderes del 'procés', que la aventura independentista había llegado a su fin. Y para quien no se lo vea, bastará con recordar —dado que, ciertamente, todo se olvida a gran velocidad— que, mucho antes de que Clara Ponsatí reconociera que el independentismo siempre jugó de farol, fueron legión los 'exconsellers' y altos cargos que declararon ante las autoridades judiciales que en ningún momento fue en serio todo lo que se hizo a lo largo de los meses de septiembre y octubre del pasado año.

Cataluña ha dejado de hablar de independencia para, en su lugar, hacerlo de república, sin que ello implique la menor clarificación del panorama

En efecto, por más dedicación que uno le eche a averiguar en qué punto concreto de la travesía hacia Ítaca nos encontramos, no hay forma humana de saberlo. De hecho, en Cataluña se ha dejado de hablar de independencia para, en su lugar, hacerlo de república, sin que ello implique la menor clarificación del panorama. Porque respecto a dicha república tampoco hay manera de dilucidar si es algo ya existente (a fin de cuentas, se proclamó, aunque luego se dejara en suspenso: ¿será que la suspensión la ha levantado desde Berlín el mismo que la declaró y no hemos terminado de enterarnos por aquí?) o está pendiente de construcción. Probablemente para cubrir tamaño vacío argumentativo, el independentismo ha virado hacia un resistencialismo épico, que no parece tener ya otra reivindicación que, para los más tibios, el acercamiento de los políticos presos y, para los más exigentes, su inmediata liberación (con el irrebatible argumento de que son buena gente).

Pero el resistencialismo épico y su complemento obligado, la agitación permanente, ya no dan más de sí. La pelota está en el lado catalán y el futuro del bloque independentista va a depender de su capacidad para saber jugarla. Lo que está claro es que la estrategia de la patada a seguir (en definitiva: tensar al máximo la situación, en la confianza de que ya habría ocasión de negociar más adelante), estrategia que tan buenos dividendos proporcionó a aquel en los albores del 'procés', ha quedado completamente agotada. A la dirigencia independentista le toca redefinir objetivos y estrategia, procurando, eso sí, que la redefinición no se note demasiado o, en todo caso, no sea percibida por sus fieles como renuncia.

Foto: Fernando Grande-Marlaska, ministro del Interior, el pasado 14 de junio en Ávila. (EFE)

Convendría que aquellos a quienes les corresponda negociar con tales dirigentes fueran conscientes de la situación y no incurrieran en el error de obstinarse en infligir una derrota en toda regla al adversario. No solo porque la sabiduría popular nos tenía advertidos de antiguo sobre que, en general, "a enemigo que huye, puente de plata", sino, mucho más importante sin duda, porque pretender tal derrota implicaría en este caso desconocer la particular naturaleza del adversario político. Que si por algo se caracteriza es precisamente por el hecho —nada banal ni común— de que tal vez se pueda llegar a sentir frustrado, pero en modo alguno se desencanta, como la irreductible fidelidad de su voto, inasequible a las flagrantes mentiras de sus líderes y al incumplimiento de todas sus promesas, certifica sin margen de error. De ahí la importancia de no distraerse en estos momentos con lo accidental, esto es, con los mensajes que el independentismo dirige exclusivamente a los suyos, y de atender a lo realmente esencial, que es donde de veras se juega la posibilidad de encontrar salidas al bloqueo político actual.

No son estas últimas afirmaciones genéricas o mera expresión de buenos deseos. Para que se me entienda: el Govern catalán también ha llevado a cabo gestos, aunque a más de uno desde fuera le puedan parecer insuficientes o incluso vergonzantes. Pero, aplicando la distinción de hace un momento, lo esencial es que, frente a su empecinamiento inicial, Torra terminara nombrando como 'consellers' a políticos no imputados, o que haya aceptado finalmente acordar la financiación con el resto de comunidades autónomas. Lo accidental es que continúe colgada en el balcón del Palau de la Generalitat una pancarta de solidaridad con los políticos presos y huidos, o que se haya anunciado la reapertura de delegaciones del Gobierno catalán en el extranjero rebautizadas con el pomposo rótulo de 'embajadas'.

Aunque, si lo prefieren, también pueden plantear esto mismo desde otro ángulo. Este, en concreto: con toda seguridad, el que exige como requisito para empezar a hablar que, antes de iniciarse propiamente el diálogo, el interlocutor pida perdón por sus pecados pasados está acreditando con semejante exigencia que no tiene el menor interés en que de la conversación salga acuerdo alguno.

Mucho se ha escrito en las últimas semanas sobre el radical cambio de atmósfera política que se ha producido en España a raíz del triunfo de la moción de censura a Mariano Rajoy presentada por Pedro Sánchez, así como a partir del primer mensaje, en forma de nuevo Gobierno, lanzado a la ciudadanía por el flamante presidente socialista. En cambio, se ha escrito poco, por no decir casi nada, acerca de cómo el cambio anterior ha afectado a la imagen del 'procés', del 'president' Torra y de sus recién nombrados 'consellers'.

Pedro Sánchez Quim Torra