Es noticia
Franco y 'Cine de barrio'
  1. España
  2. Filósofo de Guardia
Manuel Cruz

Filósofo de Guardia

Por

Franco y 'Cine de barrio'

¿Será que una cierta izquierda, ayuna de proyectos cohesionadores propios y capaces de proyectar con ilusión, necesita malos rotundos para poder seguir jugando al antagonismo?

Foto: El Valle de los Caídos, donde se encuentran los restos de Francisco Franco. (EFE)
El Valle de los Caídos, donde se encuentran los restos de Francisco Franco. (EFE)

Estar a favor de la exhumación de los restos de Franco no implica estar a favor de que el franquismo se convierta en el eje de la política española y, menos aún, de que el reproche de franquista pueda ser utilizado por parte de algunos como arma arrojadiza generalizada para la descalificación del adversario político.

Si nos centramos en lo segundo, habría que decir que la generalización del reproche está en sintonía con una actitud que ha estado demasiado presente en una cierta izquierda española desde hace demasiado tiempo. Actitud que, a mi juicio, solo se puede valorar como expresión de un déficit de cultura política de nuestra sociedad. En efecto, andar situando por menos de nada al adversario en la extrema derecha y, por tanto, en la misma zona ideológico-política que el franquismo se ha convertido casi en el deporte nacional a poco que dicho adversario no milite en las filas de la supuesta ortodoxia izquierdista.

Foto: Francisco Franco Martínez Bordiú en una imagen de archivo.(EFE)

Hasta tal punto es así que probablemente a muchos una determinada situación les resultará familiar: cuando alguien no particularmente versado en cuestiones politológicas nos pregunta por la posición política de un tercero, si uno intenta puntualizarla describiendo a este último con etiquetas como "liberal-conservador", "centro-derecha", "monárquico ilustrado" o cualquier otra que intente evitar el trazo grueso, no resulta raro que nuestro interlocutor nos conmine a no andarnos por las ramas y nos resuma nuestra descripción con sus propias palabras, procediendo a la síntesis de ordenanza: "o sea, facha".

Quienes en estos tiempos con tanto entusiasmo corean en sus mítines las canciones de Paco Ibáñez como si hicieran referencia a nuestra realidad más inmediata, o como si prácticamente nada hubiera cambiado desde que las empezaron a cantar, a voz en grito, los jóvenes estudiantes de las postrimerías del franquismo, harían bien en recordar que algunos de los versos más celebrados del fervoroso poema de Gabriel Celaya "España en marcha" proclamaban cosas tales como que "No vivimos del pasado, /ni damos cuerda al recuerdo" o que "¡Allá los muertos! Que entierren como Dios manda a sus muertos".

"Los que más parecen empeñados en repetir en el terreno de lo simbólico batallas ya libradas son los hijos de quienes se esforzaron en la reconciliación"

Tales versos expresaban una actitud que no era solo emotiva sino también política. A este respecto, un par de datos resultan de inexcusable evocación: la que entonces se denominó "Política de Reconciliación Nacional" fue propuesta por el PCE nada menos que en 1956, del mismo modo que un lugar común del conflicto generacional que se manifestaba desde los años sesenta era precisamente el reproche, dirigido por los en aquel momento jóvenes a sus mayores, de no ser capaces de dejar atrás el recuerdo de la Guerra Civil. Las vueltas que da la vida: mientras que la característica más destacada de los entonces fachas (que esos sí lo eran de verdad, por cierto) la constituía su incapacidad para superar el marco mental guerracivilista, hoy los que más parecen empeñados en repetir en el terreno de lo simbólico batallas ya libradas son los hijos de quienes se esforzaron en la reconciliación de los antiguos combatientes de ambos bandos.

¿Será que una cierta izquierda, ayuna de proyectos cohesionadores propios y capaces de proyectar con ilusión hacia el futuro a amplios sectores de la ciudadanía, necesita malos rotundos, de una sola pieza, sin fisuras de bondad, para poder seguir jugando al antagonismo rotundo, maniqueo, inequívoco? Tanto da a estos efectos que la contraposición sea entre gente y casta, pueblo y élites, demócratas y franquistas o cualquier otra: de lo que se trata, por lo visto, es de encontrar un elemento cohesionador exterior que, por añadidura, proporcione una identidad colectiva por encima de toda sospecha o reproche. La paradoja de que en un país en el que no hay un partido franquista (y de que, cuando lo ha habido, ha obtenido muy magros resultados electorales) alguna izquierda sea capaz de encontrar tantísimos franquistas por todas partes probablemente se explique desde ahí.

placeholder Luis Alfonso de Borbón (2º izda) junto a varios participantes en el acto celebrado en el Valle de los Caídos para protestar contra la exhumación de Franco. (EFE)
Luis Alfonso de Borbón (2º izda) junto a varios participantes en el acto celebrado en el Valle de los Caídos para protestar contra la exhumación de Franco. (EFE)

¿Qué se ha hecho, por cierto, del elogio histórico que le hacia la izquierda a Manuel Fraga por haber conseguido incorporar al juego de la democracia a los restos del franquismo? ¿Ha caducado? ¿O es que, en realidad, visto con efectos retroactivos, era un elogio farisaico? ¿O tal vez la nueva hipótesis de alguno de nuestros nuevos progres sea que los conservadores actuales están a la derecha de aquel ilustre ministro de Información y Turismo de la época de Franco? Pensémoslo bien: está durando más este período democrático que lo que duró el franquismo por entero y, sin embargo, seguimos hablando de él como si fuera cosa de ayer mismo, como si todavía estuviéramos viviendo bajo su onda expansiva.

Pero Franco queda lejos (ha emprendido el camino del medio siglo). El mundo que representaba el franquismo resulta tan ajeno a nuestra realidad presente como un 'Cine de barrio'. Por supuesto que lo que se pudiera haber hecho mal o dejado de hacer en la Transición, que a fin de cuentas lo que pretendía era superar, cerrándolas, las heridas del franquismo, debe ser reparado o, si procede, efectivamente llevado a cabo (y aquí el ejemplo de la necesaria actuación en el Valle de los Caídos podría resultar pertinente). Pero no creo que sea eso lo que está en juego en este momento, o al menos lo que algunos han decidido colocar en el centro del debate político actual. Porque la impugnación de la Transición en términos de derrota que debe ser revertida implica a su vez la impugnación del criterio político de fondo que la inspiraba.

Y es que la cosa en última instancia se podría resumir en términos de una disyuntiva, la de si nuestra acción colectiva debe estar guiada por el principio de la convivencia (y, en su caso, la reconciliación) o por el de la confrontación y el enfrentamiento. La Transición, con sus luces y sus sombras, apostó por el primero. Sin duda otros hoy, en España (y ya no digamos en Cataluña particularmente), han decidido apostar con insistencia por el segundo. Solo se me ocurre un comentario para finalizar: así nos fue y así nos va.

Estar a favor de la exhumación de los restos de Franco no implica estar a favor de que el franquismo se convierta en el eje de la política española y, menos aún, de que el reproche de franquista pueda ser utilizado por parte de algunos como arma arrojadiza generalizada para la descalificación del adversario político.

Valle de los Caídos