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¿Juego de tronos o juego de zascas?
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Manuel Cruz

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¿Juego de tronos o juego de zascas?

La reducción del debate político a un inacabable intercambio de frases rotundas, además de significar un enorme empobrecimiento de la vida pública, implica un cierto engaño a la ciudadanía

Foto: El periodista Arcadi Espada. (EFE)
El periodista Arcadi Espada. (EFE)

No deja de llamar la atención que buena parte de quienes tanto se han preocupado por si Pedro Sánchez había puesto o no las comillas donde debía en un determinado texto suyo (ahora no recuerdo si en su tesis doctoral o en un libro posterior basado en ella) se hayan escandalizado por las palabras que Arcadi Espada dedicó a Gabriel Rufián, a partir de la intervención de este último en la comparecencia de José María Aznar en el Congreso, sin reparar en que las mismas iban, ellas sí, entrecomilladas.

Al entrecomillarlas, Espada venía a indicar que las referidas no eran propiamente sus palabras en el sentido de que expresaran su pensamiento sino las que a su juicio, atendiendo al tono que había terminado adoptando el cruce de intervenciones entre el expresidente y el diputado, el primero debía haber utilizado para ponerse a la altura del segundo. Se podrá debatir, por supuesto, acerca de si las palabras recomendadas al presidente del PP por el colaborador de 'El Mundo' eran las acertadas o no, incluso podrán agradar más, menos o nada, pero no parece que tenga sentido sostener a partir de ellas que estén expresando unas determinadas convicciones (por ejemplo, homófobas), porque no era esto lo que Espada estaba expresando. Si acaso, y puestos a hilar tan fino, debería haber sido José María Aznar quien se molestara por la suposición de que él podía haber dicho tales cosas en su turno de réplica para taparle la boca a su interrogador.

Da la sensación de que quien parece haber entendido esto perfectamente ha sido el propio Gabriel Rufián, quien, por lo que he podido leer, no ha tenido el menor inconveniente en seguirle el juego al periodista catalán y en un tuit ha respondido al envite de este (ya saben: “Rufián, mariconazo, ¿cómo prefieres comérmela: de un golpe o por tiempos?”) con un escueto “de un golpe”. Reconozco que esa sensación se me confirmó cuando tuve noticia del cruce de comentarios que, días después, se dedicaron ambos en un programa de televisión matinal. Al parecer, Espada apostilló a la escueta respuesta que le había dedicado Rufián algo así como “siendo usted un golpista, no me extraña que me responda que de un golpe”. Aunque cuando todo quedó a mi juicio meridianamente claro fue cuando el republicano reconoció su derrota dialéctica y dio por concluida la disputa con un “esa es buena, Arcadi”.

Tiremos del cabo de esta última frase, porque da de sí. Lo de menos es que el empleo por parte de Rufián del vocativo 'Arcadi' (cuando este le estaba tratando, casi ceremoniosamente, de usted) haga suponer que muy probablemente la relación personal entre ambos sea mucho menos conflictiva y áspera de lo que sugieren las manifestaciones que en público se dedican el uno al otro. Lo más importante es el juicio de valor del diputado independentista (el “esa es buena”), que revela, no sé si a su pesar, el terreno en el que siempre había planteado las cosas, esto es, el de la pura y simple esgrima verbal.

Tal vez la cuestión resulte algo menos banal de lo que alguno, a primera vista, podría pensar. Probablemente no sea este caso el único de la vida política en el que aquello que a los espectadores se les muestra como un duro enfrentamiento entre posiciones ideológicas enfrentadas e irreductibles apenas encubre otra cosa para sus protagonistas que un pirotécnico choque de frases ingeniosas, aceradas o incluso insidiosas cuya real función es la de satisfacer las ansias de linchamiento simbólico del adversario por parte de los seguidores (a fin de cuentas, así se les denomina en las redes sociales) de cada cual.

Es un juego de zascas (por utilizar el término al uso) en el que lo que se dilucida es la agudeza, la rapidez mental o la lengua viperina de los contrincantes

Más vale, desde luego, que los linchamientos sean simbólicos a que sean reales, pero no deberíamos dejar de señalar la posibilidad de que la reducción del debate político a un permanente e inacabable intercambio de frases rotundas (y a ser posible impertinentes), susceptibles de ser convertidas en tuits, además de significar un enorme empobrecimiento de la vida pública, implique un cierto engaño a la ciudadanía, a la que se le hace creer no solo que aquello que está dando lugar al enfrentamiento es realmente importante sino que los protagonistas se ponen en juego en la discusión. Pero, por lo que estamos viendo, no parece que sea así.

No se ponen en juego, sino que se lo toman como un juego. Un juego en el que, por añadidura, lo que se dilucida no es nada que pueda terminar afectando, para bien o para mal, a los ciudadanos. Ni siquiera se parece, ni lejanamente, a un juego de tronos: es, como mucho, un juego de zascas (por utilizar el término al uso) en el que lo que se dilucida es la agudeza, la rapidez mental o la lengua viperina de los contrincantes. Nada que objetar a quienes gusten de tales entretenimientos, ni siquiera a quienes gusten de hacerlo en la plaza pública, pero cabe reclamar que, por lo menos cuando se trate de representantes políticos, no pretendan hacer pasar esa particular querencia por defensa enfervorizada de una noble causa. La que sea, por cierto.

No deja de llamar la atención que buena parte de quienes tanto se han preocupado por si Pedro Sánchez había puesto o no las comillas donde debía en un determinado texto suyo (ahora no recuerdo si en su tesis doctoral o en un libro posterior basado en ella) se hayan escandalizado por las palabras que Arcadi Espada dedicó a Gabriel Rufián, a partir de la intervención de este último en la comparecencia de José María Aznar en el Congreso, sin reparar en que las mismas iban, ellas sí, entrecomilladas.

Gabriel Rufián José María Aznar