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Manuel Cruz

Filósofo de Guardia

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Aprender de las palabras

Deberíamos ser capaces de dejar en libertad en la plaza pública a las ideas para que debatan entre ellas, en vez de seguir aceptando su sustitución por mentiras flagrantes

Foto: Retirada de lazos amarillos en Barcelona. (EFE)
Retirada de lazos amarillos en Barcelona. (EFE)

Si Nicolás Sartorius fuera un filósofo y hubiera que definir su ubicación en el panorama de las diferentes corrientes que pueblan el pensamiento contemporáneo probablemente la forma más exacta de hacerlo sería diciendo que nuestro autor constituye un cruce específico de filósofo marxista y de filósofo analítico del lenguaje ordinario. Lo pensé en cuanto empecé a leer su libro 'La manipulación del lenguaje' (Espasa), un brillante, agudo y divertido recorrido por buena parte de los lugares comunes del lenguaje político actual que en pocos días ha visto agotada su primera edición.

Ya sé que la segunda dimensión, la analítica, que imputo a su pensamiento es una pura atribución sin pruebas por mi parte. En el libro no aparecen citados ni el segundo Wittgenstein, ni Austin, ni Searle, ni nadie que se le parezca. Pero déjenme que les añada que ni falta que hace. Porque el autor ha sabido dirigir a las palabras que más utilizamos la misma mirada llena de curiosidad e interés que los mejores analíticos del lenguaje dirigían a las que llamaban su atención.

Foto: Una estelada en Manresa. (Reuters) Opinión

Curiosidad e interés porque entendían estos que el lenguaje que más utilizamos (lo que se suele denominar en la jerga filosófica "lenguaje ordinario") acumula y materializa simbólicamente el saber y la experiencia de los hablantes. Los cuales, si terminan decantándose por determinadas formas de expresión en vez de por otras, por unos términos en vez de por otros, es precisamente porque unas y otros funcionan en la práctica de la comunicación, porque son las y los más verificados y ratificados en su eficacia de manera cotidiana por los propios usuarios.

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Pero si toda esa curiosidad interesada no arrastra a Nicolás Sartorius a aceptar sumisamente el lenguaje que ha terminado por consolidarse, como sí les ocurría a algunos filósofos analíticos, es porque la equilibra con una perspicacia marca de la casa (muy aguda resulta, dicho sea de paso, su constatación de que el color amarillo, que tan profusamente se emplea en Cataluña con fines políticos, coincide con el del Vaticano), con el sano escepticismo que le ha proporcionado su larga experiencia política (en la izquierda, por cierto, y esta ubicación no es un dato menor), con un espíritu crítico a prueba de bomba (o de fáciles complacencias, como prefieran decirlo) y con una fina inteligencia que funciona como el mejor antídoto contra los sofismas de toda esa propaganda que, a fuerza de reiterada, tiende a pasar en nuestros días por sentido común.

Pero lo que importa, en última instancia, no es tanto mostrar la ingente cantidad de manipulaciones a las que se ve sometido a diario nuestro lenguaje, como la lógica profunda a la que aquellas responden. O, si se prefiere, no tanto lo que muestran como lo que esconden, la palabra fiel (quiere decirse: a la altura de lo que nombra) que los manipuladores silencian sustituyéndola por el término engañoso. Es en este punto en el que el libro de Sartorius brilla a más altura, cuando —a ratos divertido (véase el epígrafe "Indemnización en diferido simulada"), a ratos irritado (véase el epígrafe "Vivir por encima de las posibilidades")— recuerda el nombre justo de las cosas que bajo ningún concepto deberíamos dejar que cayera en el olvido. El asunto, pues, va mucho más allá de la consabida denuncia de la contaminación ideológica —pongamos por caso, heteropatriarcal— de determinadas palabras a las que suele seguir la propuesta de cambiar su género al femenino o retoques parecidos. La tarea emprendida por Sartorius es más ambiciosa, entre otras cosas porque es más compleja en la medida en que abarca territorios de lenguaje muy diferentes, referidos a ámbitos diversos de la realidad social.

En Cataluña se ha generalizado el empleo de lo que propondría llamar "sinécdoque manipuladora", de particular eficacia a la hora de movilizar afines

Pero también es más ambiciosa porque, como acabamos de señalar, no se conforma con denunciar el engaño sino que se empeña en desvelar sus diversos mecanismos de funcionamiento. Aquello que antaño se denominaba ideología (y que no era otra cosa, en definitiva, que engaño social organizado) funciona con eficacia precisamente merced a que dichos mecanismos no solo están bien engrasados sino que resultan prácticamente invisibles. No hace ahora al caso enumerarlos todos, aunque valdrá la pena aludir, como muestras significativas, al que podríamos calificar de "falso sinónimo", utilizado para expresiones como "régimen del 78", que sirve al propósito de homogeneizar lo heterogéneo, colocando en pie de igualdad una dictadura y una democracia, o el mecanismo del "eufemismo equívoco", presente en la expresión "entramado societario", utilizada para designar un artefacto de ingeniería financiera que tiene como objetivo ocultar el rastro del flujo económico y del dinero, en ocasiones producto del delito.

Ejemplos de trampas con las palabras no faltan, desde luego, en este libro. Aunque sin la menor dificultad el autor hubiera podido presentar muchos más: a tal punto ha llegado la manipulación del lenguaje que da título a la obra. Algunos de los nuevos ejemplos que se podrían añadir permitirían a la vez ampliar la enumeración de los mecanismos ideológicos más habituales. Así, sugerimos de nuestra propia cosecha, en Cataluña se ha generalizado el empleo de lo que propondría designar como "sinécdoque manipuladora", de particular eficacia a la hora de movilizar a los afines. La utilizaba Artur Mas cuando prometía "poner las urnas" el 9-N de 2014, expresión que daba a entender a la ciudadanía que convocaría un referéndum en toda regla. Las puso, en efecto, pero sin el menor valor legal, como a continuación se apresuró a puntualizar ante los tribunales. O cuando se lanzaba desde el aparato de propaganda del independentismo el eslogan "queremos votar" como si lo que se estuviera reivindicando fuera el normal ejercicio de la democracia siendo así que lo que se pretendía era alterar su real y legal funcionamiento, y así sucesivamente.

placeholder Los lazos amarillos se han convertido en el principal símbolo del independentismo. (EFE)
Los lazos amarillos se han convertido en el principal símbolo del independentismo. (EFE)

Como les decía, el libro está repleto de ejemplos que, en la medida que cumplen la función de acreditar la manipulación anunciada desde el mismo título, dan como resultado una obra ejemplar. Ejemplar en el doble sentido del término "ejemplo": como caso ilustrativo y como modelo, esto último a su vez también en un doble sentido. Modelo negativo, modelo de lo que no se debe hacer, pero también modelo positivo de cómo combatir, a base de crítica, ese empeño organizado de engañar, tan propio de nuestro tiempo. En el combate no solo está en juego la verdad: está en juego también la libertad. Porque aunque no sea el caso que nuestra lucha política de hoy sea por las libertades civiles básicas, como ocurría durante el franquismo (aunque, por supuesto, haya que estar en permanente alerta frente a las amenazas, como las amordazantes sin ir más lejos), siempre quedan pendientes lo que a buen seguro el maestro Lledó denominaría las libertades mentales.

Tal vez respecto a ellas quepa afirmar lo que agudamente señala Sartorius respecto al tardofranquismo, época en la que, escribe en su libro, "se liberalizó todo menos la libertad", y hoy deberíamos ser capaces de dejar en libertad en la plaza pública a las ideas para que pudieran debatir entre ellas, confrontarse y crecer, en vez de seguir aceptando, resignados, su sustitución por todas esas mentiras flagrantes, escándalos prefabricados y difamaciones ensordecedoras que hoy atruenan el espacio común. Quizá, ahora que lo pienso, lo que habría que hacer en este momento que nos ha correspondido vivir se deja resumir en una simple inversión de la conocida sugerencia del filósofo norteamericano Richard Rorty que la dejara transformada en esta otra: "Cuida la verdad y la libertad se cuidará a sí misma". Es a dicho cuidado a lo que se ha consagrado Nicolás Sartorius en este necesario libro.

Si Nicolás Sartorius fuera un filósofo y hubiera que definir su ubicación en el panorama de las diferentes corrientes que pueblan el pensamiento contemporáneo probablemente la forma más exacta de hacerlo sería diciendo que nuestro autor constituye un cruce específico de filósofo marxista y de filósofo analítico del lenguaje ordinario. Lo pensé en cuanto empecé a leer su libro 'La manipulación del lenguaje' (Espasa), un brillante, agudo y divertido recorrido por buena parte de los lugares comunes del lenguaje político actual que en pocos días ha visto agotada su primera edición.

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