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Manuel Cruz

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La Vox a ti debida

Porque si la izquierda le ha hecho la campaña a Vox ha sido porque lo ha eximido de la tarea de tener que argumentar sus propuestas. Craso error

Foto: Santiago Abascal. (Reuters)
Santiago Abascal. (Reuters)

Presentaba el pasado sábado José Antonio Zarzalejos aquí mismo una completa radiografía ideológico-política de Vox, señalando sus orígenes y llamando la atención sobre su sustrato de convicciones más profundo. Un sustrato que no tiene que ver fundamentalmente con la simplificación descalificadora que ha presentado un cierto sector de la izquierda española (con el independentismo catalán como segunda voz), sacando en procesión el fantasma del Franco o incluso el propio fascismo, sino con un pensamiento conservador de honda raigambre en este país, en el que la impronta del catolicismo más ultramontano se articula sin dificultad con registros autoritarios más propios de los actuales defensores de la democracia iliberal que del franquismo propiamente dicho.

Por eso, que tanto Pablo Iglesias como la propia Susana Díaz intentaran en su primera comparecencia, tras conocer el desastre electoral de la izquierda en las elecciones andaluzas, mantener la cohesión de los suyos apelando al enemigo común frente al que urgiría unirse no dejaba de ser una manera de desviar la atención de la ciudadanía hacia una tercera fuerza política (Vox, obviamente) con el objeto de ahorrarse la autocrítica. Así, Susana Díaz atribuyó su descalabro en exclusiva a la abstención, como si esta a su vez no tuviera causa alguna, mientras que Pablo Iglesias ni a ese factor hizo mención, limitándose a reprochar a la todavía presidenta que durante la campaña hubiera hablado demasiado de la mencionada Vox para a renglón seguido, en uno de esos alardes de coherencia argumentativa a que nos tiene acostumbrados, declarar una altisonante alarma antifascista. Pero en todo caso, y tal vez sobre todo, las intervenciones de ambos acreditan hasta qué punto prefieren no plantearse los motivos del éxito de los recién llegados.

Susana Díaz atribuyó su descalabro a la abstención, como si esta no tuviera causa alguna, mientras que Pablo Iglesias ni a ese factor hizo mención

Motivos que, a mi juicio, no pasan tanto por el atractivo de sus propuestas programáticas, cuyo sustrato ideológico parece claro, como por el acierto a la hora de detectar esas cuestiones sensibles que preocupan de manera relevante a la ciudadanía y respecto de las cuales un amplio sector de esa misma ciudadanía parece tener la sensación de que las fuerzas políticas más clásicas no solo no ofrecen respuesta satisfactoria, sino que en muchos casos son ellas mismas las causantes. Las cuestiones sensibles en cuya denuncia se ha venido centrando Vox son sustancialmente tres: la perspectiva de género, el independentismo catalán y la inmigración. Son, en cierto modo paradójicamente, las que sus adversarios políticos de la izquierda consideraban que constituyen sus puntos débiles y sobre las que no han hecho otra cosa que llamar la atención, en el convencimiento de que ello les permitía desenmascarar el fondo oscuro de las propuestas de este nuevo partido.

Ahora bien, el hecho de que el resultado de tan insistente denuncia haya sido exactamente el opuesto al buscado, con un éxito que literalmente ha sorprendido a la propia empresa, debería mover a alguna reflexión. Porque si la izquierda le ha hecho la campaña a Vox no ha sido porque haya hablado de esta fuerza política más de lo debido, sino porque en el fondo —y obviamente sin pretenderlo— la ha eximido de la tarea de tener que argumentar sus propuestas. Craso error. El empeño por parte de una cierta izquierda en negar la condición de problema a lo que mucha gente vive como tal implica olvidar ese principio fundamental de la política que tanto gusta de recordar Iñaki Gabilondo, y es que la percepción de la realidad forma parte de la realidad.

Euforia en Vox tras los resultados electorales

Así, está claro que no son pocas las personas que tienen la sensación de que, con demasiada frecuencia y en lo relativo a las cuestiones de género, las incontestables injusticias pasadas padecidas por las mujeres parecen estar legitimando arbitrariedades en el presente, cuando no injusticias de signo inverso. De la misma manera que, llevada la cosa al terreno de los sentimientos, los hay —y por lo visto, bastantes— que se sienten ofendidos cuando sus sentimientos de pertenencia, tan respetables por lo demás como los de otros, son objeto de constante ataque y caricatura (por franquistas, subdesarrollados o cualquier otro menosprecio análogo). Parecidas cosas cabría decir de quienes, en tiempos de incertidumbre y miedo generalizado a casi todo —acentuados por la crisis—, viven con inquietud la llegada de contingentes (en algún caso masivos) de personas extranjeras que, piensan ellos, ponen en peligro su delicada situación actual y el reparto equitativo de las conquistas sociales alcanzadas con tanto esfuerzo.

Se podrá contraargumentar que son percepciones distorsionadas o exageradas, pero en ningún caso se podrá decir que resultan incomprensibles o absurdas. De ahí precisamente que, fuera de nuestras fronteras, hayan podido ser instrumentalizadas con tanta facilidad por personajes como Trump, Bolsonaro, Salvini y compañía. Porque es con ellos, y no con Franco, con los que deberíamos homologar a esos recién llegados en las elecciones andaluzas. Y si pensamos en el primero de los mencionados, valdría la pena señalar el paralelismo con lo que ha pasado entre nosotros. También aquí parecía que personajes presentados en el espacio público poco menos que como fanáticos machos salvapatrias apenas obtendrían una simbólica, aunque levemente inquietante, representación política en las instituciones. Y también entre nosotros, al igual que en su momento ocurrió con Trump, la opinión pública y la publicada han seguido caminos divergentes.

Porque si la izquierda le ha hecho la campaña a Vox, ha sido porque lo ha eximido de la tarea de tener que argumentar sus propuestas. Craso error

Pero no abandonemos todavía el paralelismo. Porque, tras el 'shock' que significó para los votantes demócratas la derrota de Hillary Clinton, hay que reconocer que los sectores progresistas norteamericanos emprendieron una tarea de reflexión autocrítica para intentar explicarse y explicar lo ocurrido. Tal vez buena parte de los argumentos que entonces se barajaron (como el de un cierto elitismo intelectual de un determinado sector de la izquierda) podrían ser trasladados a nuestra situación actual.

En todo caso, una primera constatación resulta ineludible. La cosa va más allá de que, como señalábamos hace un momento, buena parte de los votantes andaluces parecen haber tenido la sensación (muy probablemente sin entrar en el detalle de concretas propuestas programáticas) de que Vox ponía sobre el tapete cuestiones que les preocupaban en vez de descalificarlos por sospechosos al tener tal preocupación, cosa que hacían otras formaciones. Lo cierto es que, como el propio resultado electoral del pasado domingo se ha encargado de certificar, la izquierda no ha hecho los deberes que le correspondían si realmente pretendía neutralizar a los emergentes.

A este respecto, se diría que, al menos una parte de ella, ha estado más preocupada por reforzar a los suyos que por atraer a los otros, por cohesionar a sus bases más que por ampliarlas. Parece estar convencida dicha izquierda de que la mayoría es una suma de minorías, y a estas últimas se dirige en exclusiva, como hizo Pablo Iglesias en su comparecencia tras conocerse el escrutinio, dedicándose a enumerar la relación de grupos y sectores que se verían afectados por la llegada de Vox a las instituciones andaluzas (movimiento feminista, plataforma de afectados por la hipoteca, colectivos LGTBI...). Como si los problemas de los ciudadanos con determinadas opiniones fueran más atendibles que los de otros con opiniones distintas. Como si hubiera problemas de un signo político o de otro. Pero los problemas, cuando son auténticos, no son de derechas ni de izquierdas. Lo que son de derechas o de izquierdas son las soluciones. Es por haber manejado con artera habilidad esta diferencia por lo que Vox va ganando de momento la partida. O la izquierda la va perdiendo, según se mire.

Presentaba el pasado sábado José Antonio Zarzalejos aquí mismo una completa radiografía ideológico-política de Vox, señalando sus orígenes y llamando la atención sobre su sustrato de convicciones más profundo. Un sustrato que no tiene que ver fundamentalmente con la simplificación descalificadora que ha presentado un cierto sector de la izquierda española (con el independentismo catalán como segunda voz), sacando en procesión el fantasma del Franco o incluso el propio fascismo, sino con un pensamiento conservador de honda raigambre en este país, en el que la impronta del catolicismo más ultramontano se articula sin dificultad con registros autoritarios más propios de los actuales defensores de la democracia iliberal que del franquismo propiamente dicho.

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