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Contra el 'hooliganismo' en política
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Manuel Cruz

Filósofo de Guardia

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Contra el 'hooliganismo' en política

Cuando los políticos y otros sectores de la ciudadanía toman como modelo de conducta la de los aficionados al fútbol sucede que se renuncia al ejercicio de la inteligencia, a la argumentación racional

Foto: Una sala VAR durante el mundial de fútbol de Rusia. (EFE)
Una sala VAR durante el mundial de fútbol de Rusia. (EFE)

En tiempos de desatada emotividad en el ámbito de la política como los que estamos viviendo en estos días, apelar a la razón parece una batalla perdida, pero tal vez, antes de darnos por definitivamente derrotados, valdrá la pena advertir de algunos de los riesgos, nada menores, que comporta abandonarse al registro sentimental, e incluso ensayar una modesta propuesta. Se me permitirá que, a este propósito, en vez de recurrir a la socorrida autoridad de Kant u otros pensadores de parecida envergadura, me sirva de una reflexión, en apariencia más sencilla, que en su momento solía repetir Manuel Vázquez Montalbán.

Gustaba de afirmar el desaparecido escritor barcelonés que él era irracional en el fútbol para poder ser racional en todo lo demás. Lo decía y se quedaba tan ancho, como anchos parecen haberse quedado algunos líderes políticos de nuestra derecha, que esta semana han sacado a pasear los adjetivos más gruesos (¡'felón'!) que sus asesores han sido capaces de encontrar en el diccionario. Es cierto que la frase del padre literario de Carvalho ofrecía una inicial apariencia de verdad pero, a poco que se reflexionara sobre ella, de inmediato mostraba su peligrosa inconsistencia. Seré breve en la reflexión para no perder de vista lo que me interesa plantear.

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Por un lado, la frase es inconsistente entre otras razones porque contiene una tesis decididamente elitista en la medida en que solo se puede aplicar sin problemas a gente culta y educada, como lo era el propio MVM, cuyo mayor exceso en un campo de fútbol en un momento de airado descontrol probablemente solo le alcanzaba para meterse con la madre del árbitro o con don Santiago Bernabéu. Pero no faltan los que, menos refinados, empiezan por ahí (aunque también cabe que lo hagan por los gritos racistas, machistas o xenófobos, por cierto), continúan tirando una llave inglesa a la cabeza del juez de línea, pasan a destrozar el mobiliario urbano a la salida del estadio a poco que le hayan ido mal las cosas a su equipo y terminan apaleando, cuando no apuñalando, a un aficionado del equipo rival como se lo tropiecen por la calle.

De inmediato entenderán por qué, además, adjetivaba como "peligrosa" la inconsistencia de la afirmación de Vázquez Montalbán. Porque si esta escalada de desmanes y barbaridades se puede producir en el fútbol ("lo más importante entre las cosas menos importantes", de acuerdo con el conocido aserto de Jorge Valdano), ¿qué no ocurrirá cuando se levanta la veda de la irracionalidad en otros ámbitos de mayor trascendencia colectiva, como es el de la política?

La pregunta es, desde luego, retórica porque hace tiempo que estamos teniendo sobrada ocasión de comprobar entre nosotros, concretamente a raíz del 'procés', lo que ocurre en tales casos. Cuando los políticos, los periodistas e incluso aquellos sectores de la ciudadanía más comprometidos con alguna opción partidaria toman como modelo y pauta de conducta la de los aficionados al fútbol sucede lo que estamos teniendo la oportunidad de comprobar de manera creciente, a saber, que se renuncia al ejercicio de la inteligencia, a la argumentación racional, y se da rienda suelta a la emotividad más desatada señalada al principio, con el consiguiente riesgo, nada imaginario, de enfrentamiento civil.

¿Qué no ocurrirá cuando se levanta la veda de la irracionalidad en otros ámbitos de mayor trascendencia colectiva, como es el de la política?

Es cierto, por continuar con el paralelismo, que el mundo del fútbol no ha dejado nunca de intentar la introducción de formas de racionalidad que atemperaran la querencia hacia lo pasional, tan propia de los aficionados a este deporte. En principio, y al margen de lo que pueda ocurrir en los despachos (lo que también da lugar a sus propios conflictos, pero ese es un asunto que nos llevaría lejos y en otra dirección distinta a lo que se pretende plantear aquí), la práctica del mismo se rige por unas reglas preestablecidas y articuladas en un reglamento conocido y que, en el caso de experimentar variaciones, no se aplican sin hacerlas públicas previamente y con todo tipo de garantías.

Sin embargo, hasta ahora, todo lo anterior no había permitido acabar con los conflictos, derivados fundamentalmente de la interpretación que los aficionados hacían del uso de dichas reglas. "Resultado injusto" era el sintagma que resumía a la perfección el persistente problema. La analogía con la política podría continuar sin esfuerzo y la encontraríamos ejemplificada tanto en la declaración de aquella política emergente nada más acceder al anhelado cargo: "Desobedeceremos las leyes que nos parezcan [sic] injustas", como en las declaraciones de líderes de la derecha esta misma semana cuestionando las reglas del juego y proclamando que la manifestación del próximo domingo en Madrid iba a representar una "moción de censura en la calle".

El carácter incontrovertible de los hechos ha acabado con una parte significativa de los conflictos más habituales de los terrenos de juego

Por sorprendente que pueda parecer en relación con lo que se señalaba al principio, ha sido precisamente el mundo del fútbol el que nos ha señalado el camino adecuado para escapar de tales atolladeros. La aplicación del VAR ha reducido de forma sustancial los problemas que se producían tanto sobre los terrenos de juego como en las gradas. Además de desaparecer los llamados goles-fantasma, también se han reducido sustancialmente las exageradas manifestaciones de dolor por parte de los futbolistas tras una entrada del rival o los piscinazos de muchos nada más pisar el área, picardías todas ellas destinadas a provocar la tarjeta al adversario o a echar a la afición sobre el colegiado para condicionar sus decisiones. Por decirlo en breve: el carácter incontrovertible de los hechos ha acabado con una parte significativa de los conflictos más habituales que tenían lugar en los terrenos de juego.

Pues bien, el equivalente a la apelación a los hechos en el fútbol bien podría venir representado en la política por el acuerdo en el diagnóstico acerca de la realidad de los problemas. No debería resultar tan complicado llevarlo a cabo. Probablemente no sea cuestión de relator sino, simplemente, de voluntad política. De hecho, pudo hacerse en el pasado, y la consecuencia fueron cosas tales como los pactos de la Moncloa en la Transición. Pero también en el presente y sin abandonar el caso catalán disponemos de un ejemplo acerca de la viabilidad de la tarea: el inacabable y tedioso debate sobre las balanzas fiscales en España, muy del gusto de los independentistas, finalizó cuando Ángel de la Fuente hizo público su informe sobre las mismas. Por supuesto que acordar un diagnóstico no equivale a resolver los problemas ni excluye la pluralidad de perspectivas con las que abordarlos, pero en todo caso nos coloca en la senda de resolverlos, cosa de todo punto imposible si ni sobre esa elemental base coincidimos.

Probablemente, estos políticos teman que un atento examen de las imágenes demuestre que siempre estuvieron en fuera de juego

Sin embargo, una tal pretensión sobre los hechos por más posible y necesaria que constatemos que es, parece haber devenido entre nosotros en estos días un horizonte poco menos inalcanzable, por no decir utópico. La cosa tiene poco de casual. Tenemos derecho a sospechar que, de la misma forma que existen unos sedicentes románticos del fútbol que sostienen que la introducción de la tecnología del VAR acaba con su supuesta magia, los hay en la política que, irresponsables, prefieren que los suyos se comporten, en vez de como ciudadanos razonables y sensatos, como auténticos 'hooligans', con los enormes peligros para la convivencia que ello supone. Probablemente estos políticos teman que un atento examen de las imágenes demuestre que siempre estuvieron en fuera de juego. No creo que haga falta que entre en detalles. Todos ustedes tienen buena memoria, y no será necesario que les recuerde qué hacían y qué dejaban de hacer ayer los que hoy tienen sus vestiduras hechas unos zorros de tanto rasgárselas.

En tiempos de desatada emotividad en el ámbito de la política como los que estamos viviendo en estos días, apelar a la razón parece una batalla perdida, pero tal vez, antes de darnos por definitivamente derrotados, valdrá la pena advertir de algunos de los riesgos, nada menores, que comporta abandonarse al registro sentimental, e incluso ensayar una modesta propuesta. Se me permitirá que, a este propósito, en vez de recurrir a la socorrida autoridad de Kant u otros pensadores de parecida envergadura, me sirva de una reflexión, en apariencia más sencilla, que en su momento solía repetir Manuel Vázquez Montalbán.

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