Filósofo de Guardia
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¡Alerta antifascista! ¿Alerta antifascista?
Probablemente Vox vio interrumpido su fulgurante ascenso en las encuestas en el momento en el que empezó a hacer propuestas que calcaban las del actual inquilino de la Casa Blanca
A bote pronto, uno diría que lo peor de Donald Trump es que hace buena a cualquier opción que no sea él. Lo mejor, como contrapartida, es que convierte en malo todo cuanto se le acerca. Me explico. Empezando por lo último, parece claro que ser incluido en la lista de políticos que en estos momentos viene encabezada por el nombre del presidente de los USA (ya saben: "Trump, Salvini, Bolsonaro, Le Pen, Orbán….") descalifica por completo, a los ojos de un amplio sector de la ciudadanía, a la fuerza política a la que el incluido pertenezca. Por poner un ejemplo bien cercano, probablemente Vox vio interrumpido su fulgurante ascenso en las encuestas en el momento en el que empezó a hacer propuestas que calcaban mecánicamente las del actual inquilino de la Casa Blanca, con las de la legalización del uso de las armas o la del muro en Ceuta y Melilla (pagado por Marruecos, para que no falte ningún detalle en la copia) como propuestas-estrella.
Pero, decíamos, la mera alusión crítica a Trump también tiene el efecto —sobre el que me gustaría centrarme en lo que sigue— de poner a salvo de toda sospecha a quien la haga, como si bastara con el menor reproche al mandatario norteamericano para que el que lo formula pasara a ser considerado uno de los nuestros. Con el preocupante remate tautológico de que ese 'los nuestros' designa… a todos los que no son Trump, sin ningún otro denominador común. En ese sentido, la figura de este cumpliría la función, tan del gusto de algunos en su momento, de significante vacío, susceptible de ser rellenado con casi cualquier contenido. Repárese, al respecto, que buena parte de los discursos de una cierta izquierda ha pasado a endosar a Trump todos los males y todas las injusticias que hasta hace poco esa misma izquierda endosaba, genéricamente, al neoliberalismo.
Ahora, en efecto, Trump (o, en su versión local, VOX) ha devenido el nuevo referente aglutinador de la izquierda, como si fuera cosa de aquel la deriva que ha adoptado el capitalismo en los últimos tiempos, con los altos niveles de explotación y precariedad laboral, por no hablar del retroceso en derechos, el rechazo cruel en más de un caso hacia la inmigración, la indiferencia hacia el cambio climático que está afectando a los sectores más vulnerables en ciertas regiones del planeta… o tantos otros males que afligen no solo a los desfavorecidos sino a toda la población mundial en su conjunto. Pues bien, habrá que recordar que, como aquel que dice hasta hace cuatro días, todos esos males, e incluso algún otro que se nos haya podido olvidar (por ejemplo, todo lo relacionado con injusticias y recortes en el Estado del Bienestar) se lo apuntábamos en su cuenta a personajes, no ya autoritarios como Trump y compañía, sino simplemente conservadores como Merkel, Macri o, entre nosotros, el mismísimo Mariano Rajoy.
No es inocuo o exento de consecuencias el protagonismo alcanzado cuando consiguen que la política de un país entero gravite a su alrededor
Ya sé que los partidos políticos, atrapados en la lógica de la inmediatez, tienden a abordar este mismo tipo de asuntos desde otra perspectiva, lo que suele significar prácticamente siempre que se preocupan casi en exclusiva en dilucidar sus dimensiones más electorales, como la de quién va a rebufo de quién, si la derecha a rebufo de la extrema derecha o a la inversa. Lo que es como preguntarse si esta última lo que en el fondo lleva a cabo es una campaña de agitación ideológica que luego únicamente puede materializar la primera (o, lo que viene a ser lo mismo, si se dedica a agitar el árbol para que más tarde otros recojan las nueces, como solía decir un especialista en dicha práctica) o, por el contrario, estos nacional-populismos autoritarios pueden terminar haciendo que la política de un país gravite alrededor de ellos. No cabe en absoluto desdeñar la segunda opción. A fin de cuentas, es lo que se ha hecho realidad en el país vecino, donde los Le Pen hace tiempo que consiguieron que las campañas presidenciales desembocaran en un recurrente "el mundo contra nosotros", por no hablar de los casos de Italia, Brasil o Estados Unidos, donde las fuerzas de extrema derecha directamente ya han alcanzado el poder.
En todo caso, no cabe considerar inocuo o exento de consecuencias el protagonismo alcanzado por dichas fuerzas cuando consiguen que la política por entero de un país gravite alrededor de ellas. Por el contrario, debería llevarnos a examinar bajo una luz crítica algunos de los planteamientos más habituales en relación con la actitud política que deben adoptar las formaciones democráticas con este tipo de partidos. Así la "alerta antifascista" anunciada por Pablo Iglesias con su habitual teatralidad la noche en que se conoció el resultado de las elecciones andaluzas comportaba como una de sus consecuencias objetivas el desdibujamiento de los perfiles de las diferentes opciones políticas, lo que, de prosperar la iniciativa, podría dar lugar a una situación como mínimo confundente, si no preocupante.
No se trata de minusvalorar los disparates y horrores programáticos que propone Vox, sino de aquilatar con cuidado la manera de cerrarle el paso
Porque un efecto que podría generar la constitución de un frente como el propuesto por el líder de Podemos o, lo que vendría a ser lo mismo, la sustitución del eje derecha/izquierda por el eje fascismo/democracia, sería el de que terminara blanqueando a todos los partidos conservadores siempre que cumplieran el único requisito de aislar a Vox no aceptando ningún pacto o acuerdo con dicha formación. Pasaría de esta manera a segundo plano, por supuestas razones de urgencia (porque no otra cosa significaba a fin de cuentas la alerta antifascista anunciada a bombo y platillo), el hecho de que tales partidos pudieran mantener, pongamos por caso, planteamientos de corte fuertemente neoliberal. Quedaría en la sombra de esta manera el asunto, nada menor, de que aquellos presentan, en el plano de las medidas sociales y económicas que adoptarían en el caso de gobernar (por ejemplo, en materia de pensiones, fiscalidad, sanidad, educación o empleo), unas propuestas que se encuentran muy próximas a las de esa fuerza que supuestamente estarían condenando junto con el resto de partidos democráticos.
No se trata —imagino que habrá quedado claro— de minusvalorar los disparates y horrores programáticos que propone Vox en diversos planos (a las propuestas mencionadas al principio se podrían añadir las de la mili obligatoria, el cine patriótico o la ilegalización del aborto), sino de aquilatar con cuidado si la manera de cerrarle el paso es la más adecuada, esto es, si no supone pagar un precio demasiado alto. Un precio —el blanqueamiento de una derecha que en determinados ámbitos no haría cosas sensiblemente diferentes— que, por supuesto, pagarían como siempre los ciudadanos más desfavorecidos.
A bote pronto, uno diría que lo peor de Donald Trump es que hace buena a cualquier opción que no sea él. Lo mejor, como contrapartida, es que convierte en malo todo cuanto se le acerca. Me explico. Empezando por lo último, parece claro que ser incluido en la lista de políticos que en estos momentos viene encabezada por el nombre del presidente de los USA (ya saben: "Trump, Salvini, Bolsonaro, Le Pen, Orbán….") descalifica por completo, a los ojos de un amplio sector de la ciudadanía, a la fuerza política a la que el incluido pertenezca. Por poner un ejemplo bien cercano, probablemente Vox vio interrumpido su fulgurante ascenso en las encuestas en el momento en el que empezó a hacer propuestas que calcaban mecánicamente las del actual inquilino de la Casa Blanca, con las de la legalización del uso de las armas o la del muro en Ceuta y Melilla (pagado por Marruecos, para que no falte ningún detalle en la copia) como propuestas-estrella.