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Educación para la ciudadanía: menos columpios y más mercado
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Ángeles Caballero

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Educación para la ciudadanía: menos columpios y más mercado

El mercado me ha hecho mejor persona. A veces, porque me ayuda a relativizar los dramas de pequeñoburguesa periodistilla. Muchas veces, porque he salido más lista de lo que entré

Foto: Unas clientas observan los pescados en un puesto del Mercado de Maravillas, en Madrid. (EFE)
Unas clientas observan los pescados en un puesto del Mercado de Maravillas, en Madrid. (EFE)

Martín es madridista hasta la médula y lector hasta esa misma parte de su cuerpo. Recomienda libros a sus clientes (sobre todo a las mujeres), con ellos intercambia libros, les apunta títulos, les discute sobre si el último leído merece tanto la pena como le han dicho. Los vecinos de Martín le pican cuando su equipo pierde, cosa que ocurre pocas veces. Pero ay cuando ocurre…

Les tengo dicho a mis hijos que poca broma con el madridismo. Más por respeto a Martín que a su equipo. Porque cómo no voy a venerar al señor que me vende las mejores mandarinas del barrio, al que me llevaba la compra a casa cuando me veía con bebés y unas ojeras que llegaban hasta el otro lado de la M-30.

Mi frutero y yo no compartimos equipo de fútbol pero sí el odio por los gastrobares y los gastromercados, que son los nuevos seres de plástico. También compartimos la curiosidad por los oficios. Por eso no le sorprendió que mientras le hacía el pedido de la semana estuviera escuchando la votación de la moción de censura, por eso les pidió a sus sobrinos (que trabajan con él en su puesto) que hablaran bajito para que no se me escapara un detalle de ese día histórico. Por eso más de uno se queda embobado cuando mezcla la trama de un 'best-seller' con la procedencia de su género.

En los mercados se escucha y se aprende. En los mercados huele a madrugón, a colonia a granel y a destreza, especialmente entre las clientas

En los mercados se escucha y se aprende. En los mercados huele a madrugón, a colonia a granel y a destreza, especialmente entre las clientas. Ellas, las que hacen que tengamos la segunda mayor esperanza de vida del planeta, lo tienen todo. Llegan al mercado a las nueve y ya tienen la casa hecha y la comunión tomada. Tienen la superioridad moral de la que sabe distinguir cuándo un pescado está suficientemente fresco y si el corte de las chuletas es el adecuado.

Ellas, soberanas de barrio, nos miran a las generaciones posteriores con cierto desdén. Nosotras, las menores de 50, que no sabemos qué es cocinar porque no tenemos tiempo ni ganas pero sí “que nos lo den todo hecho”. Nosotras, a las que nos dan gato por liebre, la carne con demasiado nervio, peces de piscifactoría, jamones con demasiada sal, melones que saben a pepino.

Yo escucho porque tras 15 años puedo prometer y prometo que el mercado me ha hecho mejor persona. A veces, porque me ayuda a relativizar los dramas de pequeñoburguesa periodistilla. Muchas veces, porque he salido más lista de lo que entré. Como el día que mi pescadero Jose me dio la receta de salmón al horno con mostaza y eneldo y volvió a recordarme que es del Bierzo y a alabar a los críos por comer tanto pescado.

Los puestos son mejor lugar para educar que un parque. En los columpios abundan la anarquía y la ley de a ver quién se cuela y da la patada más fuerte

Los puestos son mejor lugar para educar niños que un parque. En los columpios abundan la anarquía y la ley de a ver quién se cuela antes y da la patada más fuerte. Los míos se han educado entre salmonetes y lomo adobado. Por eso, cuando vamos los viernes, la ruta está perfectamente estudiada. Rafa, el charcutero, les da un par de lonchas de lo que sea, Jose les da un par de langostinos cocidos y Martín les pone el postre (plátano y mandarina, aunque en algún despliegue sin precedentes ha habido fresas).

Fernando guarda la carrillera en un lugar secreto y reservado para los mejores clientes. Tiene una hija periodista y el tiempo que le deja libre su carnicería se lo dedica a su madre, tan mayor como enferma. Hablamos de analíticas, creatinina y desgaste del cuidador con una solvencia que ya quisieran los que quieren traducirnos los Presupuestos Generales del Estado. A Fernando y a mí nos podrían convalidar un par de cursos de cualquier profesión sanitaria. También nos podrían dar alguna cartera ministerial. Yo, que soy autónoma por la gracia de Dios y de la conciliación, no lo tengo mal del todo.

Martín es madridista hasta la médula y lector hasta esa misma parte de su cuerpo. Recomienda libros a sus clientes (sobre todo a las mujeres), con ellos intercambia libros, les apunta títulos, les discute sobre si el último leído merece tanto la pena como le han dicho. Los vecinos de Martín le pican cuando su equipo pierde, cosa que ocurre pocas veces. Pero ay cuando ocurre…