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Ángeles Caballero

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Esta Navidad adopta un abuelo

En apenas unos días he visto en dos programas de máxima audiencia campañas para sensibilizar a la población en estas entrañables fiestas

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En apenas unos días he visto en dos programas de máxima audiencia campañas para sensibilizar a la población en estas entrañables fiestas. Ya saben, la de que no compren animales, que mejor adopten. Porque hay un montón de ellos esperando nuestro cariño, pero también nuestra responsabilidad, que es la de cuidarlos.

Aún no he visto al creativo que diseñe algo parecido para nuestros viejos. Porque ¿alguien se ha planteado adoptar uno en Nochebuena? Ojo que estamos en niveles de natalidad de posguerra, pero abuelos tenemos para aburrir, tanto propios como ajenos.

Se me ocurren pocos lugares con más capacidad de aterrizar el ego que una residencia de ancianos, y pocas etapas de la vida tan democráticas como la vejez. Porque la sonda llegará hayas sido obrero o director de cine, el andador será tu compañero inseparable hayas vivido en Usera o en El Viso, dejarás de teñirte el día en el que apenas puedas salir de esas cuatro paredes a comer con tus hijos. Eso si van a verte, claro. Porque las residencias de ancianos nos retratan como hijos.

La visita a mi madre se ha convertido en un ritual obligatorio. No siempre me viene bien, no siempre me apetece, pero cada día encajo ese rato

Mi madre ingresó en una residencia de ancianos el 13 de enero de 2017. Entró directamente desde el hospital tras un ingreso por una quimioembolización. Ese mismo día mi padre cumplió 85 años. Mi madre se quedó viuda tres días después y yo me convertí en su tutora legal. Eres un flojo, Haneke.

La visita a mi madre se ha convertido en un ritual obligatorio y tan necesario como lavarse los dientes. No siempre me viene bien, no siempre me apetece, pero cada día encajo ese rato en el sudoku que tenemos los que cuidamos. A cambio, la hago reír un rato, le hablo de sus nietos y me pregunta si voy a salir pronto en la tele o en la radio, que es la medida que ella tiene del éxito de un periodista. Si la respuesta es afirmativa tiende a regañar. "A ver qué vas a decir", me advierte.

Mi madre no quiere visitas los domingos por la mañana. Porque es la hora de misa, y dice que es el único momento de "diversión" que tiene. También la excusa perfecta para arreglarse. Porque a misa hay que ir elegante, como al médico y al notario. Y quiere que la acompañe porque el sacerdote suele escogerme para hacer alguna de las lecturas.

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(Pixabay)

Cuando salgo y veo esa hilera de sillas de ruedas, cuando salgo y escucho el ruido de las máquinas de oxígeno, yo me pongo como Menchu Álvarez del Valle en la boda de su nieta Letizia Ortiz y entono como si me estuviera viendo medio planeta. Veo a Pepita agarrando la mano de su hija, veo a mi tocaya Ángeles, que siempre va con su cuidadora Susana, veo a Agustina, que ha pegado un bajón notable, a dos hermanas mellizas, a las que siempre acompaña una amiga que viene desde fuera de Madrid solo para comulgar con ellas.

El cura apenas tiene 40 años y se dirige a una parroquia entre entregada y ausente. Algunos se saben al dedillo la vida de los santos, pero también el horóscopo del 'ABC' y le besan la mano. Mi madre quiere que lea siempre porque luego la felicitan, algo que aprovecha para recordar mi profesión y engordar mi CV de tal manera que parece que he fundado todos los periódicos de España.

La hago reír un rato, le hablo de sus nietos y me pregunta si voy a salir pronto en la tele, que es la medida que ella tiene del éxito de un periodista

Los nietos suelen ser 'trending topic' residencial, como lo son los achaques y las herencias. Hay señoras (porque casi todos son ellas) que se lamentan de la falta de visitas, hay conversaciones surrealistas cuando las cabezas fallan, hay auxiliares a los que habría que canonizar, hay soledad y miedo a lo que está por venir, hay alegría cuando se celebran los cumpleaños.

Mi madre lleva días chantajeándome emocionalmente más de la cuenta. Me pregunta una y otra vez dónde va a pasar ella estas fiestas, y yo le respondo una y otra vez que con la familia. Porque dice que hay menos residentes. "Eso es porque están con los hijos, que se los habrán llevado a sus casas hasta después de Reyes", me dice. Yo no quiero aclararle, una vez soltada semejante puñalada verbal a mis espaldas, que las ausencias que detecta son más bien definitivas. Porque confío en ciertas mentiras piadosas y porque tengo una tendencia irremediable al llanto.

Sin embargo, hay días en los que el karma se posa en tu hombro. Días en los que te ves bien, te felicitan por un trabajo bien hecho, te hacen una oferta imposible de rechazar. Has perdido a un padre pero también el miedo. Entonces llegas, se lo cuentas a tu madre con toneladas de adrenalina recorriendo tu cuerpo. Y ella reacciona así: "No te enfades, pero el vestido ese amarillento no te lo pongas, que no te favorece". Y aterrizo. Y me río. Y no me lo pondré en Nochebuena.

En apenas unos días he visto en dos programas de máxima audiencia campañas para sensibilizar a la población en estas entrañables fiestas. Ya saben, la de que no compren animales, que mejor adopten. Porque hay un montón de ellos esperando nuestro cariño, pero también nuestra responsabilidad, que es la de cuidarlos.