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Ángeles Caballero

Ideas ligeras

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Carta a los Reyes Magos

Todos vuelven y yo quiero marcharme. Irme para protegerme. Olvidarme de que hay gente a la que ya no podré felicitar las fiestas, mandar al carajo las uvas y no sé cuántas supercherías más

Foto: Foto: EFE.
Foto: EFE.

Todo vuelve. O no. Vuelven los telefilmes navideños cargados de azúcar que he digerido con prudencia. Vuelven los clásicos como 'Love Actually', el 'playback' de las actuaciones musicales y 'Telepasión'. Vuelve la sopa de pescado, el pavo relleno, el turrón y el tique regalo por si acaso. Vuelven las vacaciones escolares y vuelve mi hermana por Navidad, al mismo aeropuerto que pisa desde 1989, año en el que se marchó durante un curso académico a Estados Unidos. Pero no volvió.

Vuelve el brillo a mi armario eternamente opaco, la ropa que no me atrevo a ponerme en otra época del año, el 'eye liner' que sigo sin poder trazar recto en mis párpados. El perfume de los domingos ahora es el de diario, vuelven las reuniones familiares, y vuelven las ausencias. Y pesan. Y no pasan.

Todos vuelven y yo quiero marcharme. Irme para protegerme. Escaparme para aprender a bailar bachata de una vez por todas, olvidarme de que hay gente a la que ya no podré felicitar las fiestas, mandar al carajo las uvas, y lo de poner algo de oro en la copa, algo rojo, y mirarse a los ojos y no sé cuántas supercherías más en las que no creo. Pero que hago.

Quiero dejar de escuchar historias con final feliz en Navidad. Mendigos que devuelven carteras intactas a sus dueños, hijos que regresan sanos y salvos...

Quiero que vuelva la Liga de fútbol, la Champions y las clases extraescolares. Quiero dejar de escuchar historias con final feliz en Navidad. Mendigos que devuelven carteras intactas a sus dueños, hijos que regresan sanos y salvos a casa, sonrisas de más en el ascensor, felicitaciones por WhatsApp sin ningún tipo de personalización, crismas feministas, en contra de Vox y debates sobre el nuevo diseño de cejas y de bigote de Felipe VI. Quiero volver a pisar el metro sin temor a morir asfixiada al bajar en Sol. Quiero que venga ya el mes de junio para ir al Wanda Metropolitano a ver a Alejandro Sanz.

Quiero saber, de una vez por todas, hasta cuándo se puede felicitar el año nuevo sin hacer el ridículo. Quiero que vuelva mi cumpleaños y no volver a un tanatorio, enfrentarme a los deberes de primaria como si fuera una oposición a técnico comercial del estado, criticar a los políticos y volver a desear un buen día a los que insultan en redes sociales. Quiero que huela a suavizante allá por donde voy.

Quiero estar con gente de mi edad, que nadie me pregunte por los míos y a cambio pregunten por mí. No quiero saber quién ha muerto, quién enferma

Quiero dejar de padecer esta hipotensión ortostática que me hace desmayarme cual dama del medievo cada dos por tres, quiero dejar de saber pronunciar medicamentos. Quiero estar con gente de mi edad, que nadie me pregunte por los míos y a cambio pregunten por mí. No quiero saber quién ha muerto, quién enferma. Quiero ser Julia Roberts en 'Homecoming' y que me borren información de mi cerebro. Y abofetear sin parar a los que dicen que para disfrutar de verdad de lo bueno hay que haber sufrido.

Quiero estrenar las zapatillas que han venido en una maleta procedentes de Estados Unidos. Quiero que me dejen de temblar las manos mientras escribo este artículo.

Felices fiestas.

Todo vuelve. O no. Vuelven los telefilmes navideños cargados de azúcar que he digerido con prudencia. Vuelven los clásicos como 'Love Actually', el 'playback' de las actuaciones musicales y 'Telepasión'. Vuelve la sopa de pescado, el pavo relleno, el turrón y el tique regalo por si acaso. Vuelven las vacaciones escolares y vuelve mi hermana por Navidad, al mismo aeropuerto que pisa desde 1989, año en el que se marchó durante un curso académico a Estados Unidos. Pero no volvió.