Ideas ligeras
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Iglesias y Montero: el poder amansa, pero también amuerma
¿Dónde están el Pablo Iglesias y la Irene Montero que hemos conocido? Qué has hecho con los Underwood de Galapagar, Pedro Sánchez
A Pablo Iglesias, el poder le ha venido bien porque ya sabe cuál es su talla de traje. Aunque sigue sin saber qué hacer con los brazos. Se toca los puños de la camisa, junta las manos, doma alguna capa corta de pelo que se le escapa de la coleta… Démosle, como al resto de su vicepresidencial cuerpo y cerebro, 100 días de margen.
Este lunes por la mañana, durante su toma de posesión en el Ministerio de Sanidad, tenía cara de satisfacción. Tras haber pasado por Zarzuela para prometer su cargo ante Felipe VI, tenía la oportunidad de estar con amigos, conocidos y nuevos funcionarios a su cargo en la que, recordó, fue sede del sindicato vertical.
Un acto en el que el nuevo vicepresidente estuvo metido en su papel, una especie de hombre de traje gris, que cantaba Sabina, al que el corsé del Gobierno le impide las estridencias desde hoy mismo. Un plomazo de padre y muy señor mío. Con las esperanzas que teníamos puestas en que empezaran este mismo lunes a tirarse de los pelos.
Hubo pocas sorpresas en sus palabras. Es un honor, por supuesto. Estoy a vuestra disposición, faltaría más. Y las gracias. A ese PSOE que le ha dado tanto. Comienza, dijo, la década del constitucionalismo democrático. ¡La década! Y tres ejes: combatir la desigualdad económica, luchar contra el cambio climático y promover la paz.
Hemos estado en mejores fiestas. Al menos, más divertidas. Si el apocalipsis comunista conlleva esta mansedumbre para el primer vicepresidente con coleta de la democracia, esta institucionalidad, esta seriedad, que lo lleven de vuelta a 'La Tuerka'.
El patio de butacas, eso sí, estaba animadísimo. Antonio Garamendi, presidente de la CEOE, posaba y saludaba sin parar. La cara enrojecidísima, no se sabe si por el papelón al que estaba asistiendo o porque la calefacción del salón de actos estaba demasiado fuerte.
Y los nuevos canaperos de la izquierda. Con ese Juan Carlos Monedero, vestido con chaqueta de cuero envejecida color camel, que lleva de sarao en sarao desde hace días. Se puso a hacer fotos a los fotógrafos, como las actrices de Hollywood en La Croissette. O Unai Sordo, que no se pierde una. Tienen en el rostro la felicidad del que sabe que han tocado pelo los suyos pero también el foco y la responsabilidad. Y ellos, mientras tanto, de bandeja en bandeja.
Poco tiempo después, y a escasos metros del paseo del Prado, en la madrileñísima calle de Alcalá, posaban con la falda almidoná Carmen Calvo e Irene Montero. Dos mujeres, dos generaciones. “Querida Irene, tienes un tajo…”, dijo la vicepresidenta a la nueva ministra de Igualdad. Una toma de posesión tan morada como sosa. Dicen que el poder amansa, pero nadie nos dijo que amuerme tanto desde el principio.
Montero se dejó la visceralidad que tenía hasta ayer mismo y tiró de emoción contenida. Miró a la sala, abarrotada y con una mayoría abrumadora de mujeres que han representado un papel fundamental y activo en el feminismo y los derechos LGTBI. Desde Soledad Murillo a Victoria Rosell, pasando por Justa Montero, Beatriz Gimeno y Boti García Rodrigo. La que escribe siempre echa de menos, en este tipo de actos, mucha más presencia masculina, más allá de los compañeros de oficio.
La recién estrenada ministra saludó a los asistentes y dedicó sus primeras palabras a la mujer asesinada por su pareja en Puertollano (Ciudad Real). “Ni una víctima más para que no seamos una menos”, dijo. Y comenzó con una especia de letanía laica. Rosa Luxemburgo, Concepción Arenal, Federica Montseny, Clara Campoamor, Simone de Beauvoir, Bibiana Aído. Que sí, que fue la primera ministra de Igualdad, pero meterla en el mismo saco que las anteriores es una cosa loca. Ni un bofetón a las derechas, ni un machete al machote.
¿Dónde están el Pablo Iglesias y la Irene Montero que hemos conocido? Qué has hecho con los Underwood de Galapagar, Pedro Sánchez.
A Pablo Iglesias, el poder le ha venido bien porque ya sabe cuál es su talla de traje. Aunque sigue sin saber qué hacer con los brazos. Se toca los puños de la camisa, junta las manos, doma alguna capa corta de pelo que se le escapa de la coleta… Démosle, como al resto de su vicepresidencial cuerpo y cerebro, 100 días de margen.