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Iglesias y Tertsch: política y fondo de armario
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Ángeles Caballero

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Iglesias y Tertsch: política y fondo de armario

Vestirse implica una declaración de intenciones. Por eso es sociología, es consumo y es política la actitud con la que uno abre su armario y sale a la calle

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (C), posa con su nuevo gabinete de ministros en el Palacio de la Moncloa antes del primer Consejo de Ministros, celebrado este martes. (EFE)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (C), posa con su nuevo gabinete de ministros en el Palacio de la Moncloa antes del primer Consejo de Ministros, celebrado este martes. (EFE)

Anda el personal estos días profundamente irritado por la forma de vestir de algunos miembros del nuevo Gobierno de coalición. Esos a los que tuvimos ocasión de ver y escanear gracias a la Moncloa Fashion Week del martes. Entre los soliviantados, se incluyen colegas de oficio pero también mis vecinos de barra de bar, que desprecian todo aquello que no implique etiqueta, trajes a medida y dominio del protocolo. Curiosamente, esas críticas suelen destinarse a aquellos que no pertenecen al partido al que votan.

Seré sincera. En este tema, me siento bastante cercana a este club de irritados, pero los berrinches me duran menos. Qué mal van, pienso. Y se me pasa. Sé que estos ojos no lo verán, pero me encantaría que Pablo Iglesias vistiera como Hermann Tertsch, el hombre más elegante y bien despeinado de España. Me gusta tanto que el otro día lo vi en el café Gijón y le hice una foto. A Hermann, no a Pablo.

Foto: Pedro Sánchez, junto a sus ministros durante la toma de posesión ante Felipe VI. (EFE)

Llevo mucho tiempo dándole vueltas al concepto de clase, al estilo. Cada una se entretiene como quiere. A veces coincido tanto con las listas de los mejor y peor vestidos que acabo arrepintiéndome de ser tan previsible, tan 'mainstream', tan aburrida. Sigo creyendo en los estereotipos, pero me gusta que me los rompan. Sigo siendo una quiero y no puedo. Ni choni ni pija, ni clásica ni moderna. Ni Alcampo ni Hermès. Sé que no estoy sola.

Soy una señora que aborrece el chándal y los tatuajes. Imagino una futura generación de ancianos observando aquellas cosas que se inyectaron en la piel años atrás y que incluyen conceptos poderosísimos, como 'freedom', 'be honest', siempre juntos. Lo pienso y me entra la risa. Soy una mala persona.

Soy una estilista implacable, pero muda. A veces desearía cortar la cabeza a los horteras, o lo que yo entiendo como tal, cuando tengo mi ratito de reina Roja en la España de las maravillas. Es solo ropa, me digo. Pero qué desahogo.

¿Tiene la ropa ideología? ¿Y si no es de ropa de lo que hablamos y opinamos, si no de disfraz, porque se le saca mucho más partido?

Pero también vestirse implica una declaración de intenciones. Por eso es sociología, es consumo y es política la actitud con la que uno abre su armario y sale a la calle. El que saca lo primero que encuentra y a correr. El que calcula colores, texturas y abrillanta los zapatos. El que parece que no lo pensó mucho pero detrás hay una estrategia trabajada.

¿Se puede ir a Moncloa en zapatillas de deporte? Se puede, pero solo si vives dentro. ¿En el fondo debería darnos igual? Creo que sí.

Dice el escritor Daniel Bernabé que la derecha dando lecciones de moda tiene tantos bemoles como osadía. “La misma [derecha] que entiende el concepto de lo elegante como una mezcla aberrante de prendas de caza y equitación para ir a dar paseítos arriba, paseítos abajo por Serrano”, explica en un hilo de Twitter tan acertado como maligno.

En él se incluyen las banderas rojigualdas, las melenas homenaje a Spandau Ballet, la permanente obsesión por el bronceado. Sea por obra y gracia de los polvos de sol o la caña de azúcar. En el libro 'Listas, guapas, limpias', de Anna Pacheco, una abuela recomienda a su nieta de clase media que no se tueste al sol, “porque es de pobres”. Qué cosas.

Confieso que me reconforta pensar que la coalición implique que convivan principios y fondos de armario. Que Yolanda Díaz, la nueva ministra de Trabajo, tenga fascinadas a todas mis conocidas de derechas.

Algunos no le dan importancia al atuendo. Otros ven en la percha la manera de camuflar las imperfecciones de lo de dentro

¿Tiene la ropa ideología? ¿Y si no es de ropa de lo que hablamos y opinamos, si no de disfraz, porque se le saca mucho más partido? El disfraz del que va vestido como si fuera de montería. Qué risa. Y qué decir del perroflauta, qué trabajo va a encontrar con esas pintas que lleva.

En la patria de unos y de otros, cabe todo. Cada uno entiende la formalidad y el buen gusto como quiere. Como puede. Algunos no le dan importancia al atuendo. Otros ven en la percha la manera de camuflar las imperfecciones de lo de dentro. Quién sabe lo que significa ser listo, guapo, limpio. Todo comunica. Todo transmite. Ya está. Y ante la duda, Hermann.

Anda el personal estos días profundamente irritado por la forma de vestir de algunos miembros del nuevo Gobierno de coalición. Esos a los que tuvimos ocasión de ver y escanear gracias a la Moncloa Fashion Week del martes. Entre los soliviantados, se incluyen colegas de oficio pero también mis vecinos de barra de bar, que desprecian todo aquello que no implique etiqueta, trajes a medida y dominio del protocolo. Curiosamente, esas críticas suelen destinarse a aquellos que no pertenecen al partido al que votan.