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Ángeles Caballero

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Carmena: cuando el buenismo provoca desprecio

En una charla con el filósofo Josep Maria Esquirol, la exalcaldesa de Madrid reivindica la bondad como cualidad para entrar en política y en la empresa

Foto: La exalcaldesa de Madrid Manuela Carmena. (EFE)
La exalcaldesa de Madrid Manuela Carmena. (EFE)

Manuela Carmena desconfía de las personas que van siempre bien peinadas. Dice que es síntoma de que pisan poco la calle y así se libran del viento, de la humedad que todo lo enfosca, del alboroto. “Madrid es una ciudad charlatana. Basta con ir en el metro para comprobarlo. Ahora me han fastidiado con el cierre de la línea 4”, dice. La audiencia la mira embelesada, público fiel, que la añora por lo que pudo haber sido. También por lo que pudo haber hecho.

Ese público, repartido en dos salas, llenó este martes por la tarde la librería Blanquerna, delegación de la Generalitat de Cataluña en Madrid. El motivo era ver a Manuela Carmena y también, pero menos, a Josep Maria Esquirol, filósofo y Premio Nacional de Ensayo en 2016. El motivo era escuchar, en medio del ruido y la inflamación sentimental, en medio del insulto y el empobrecimiento del lenguaje y la política, lo que opinan sobre tres conceptos ambiciosos y totales: bondad, proximidad y resistencia.

Foto: Manuel Carmena, en 'La resistencia'. (Youtube)

La exalcaldesa de la capital volvió a hacer de sí misma, su papel más conseguido. Es la Antonio Resines de la política: cercana, con el chascarrillo siempre listo y la ternura. Empezó una de sus frases diciendo: “Estábamos antes tomando un poco de agua…”. Y los ojitos del personal plagados de arrobo. “Me llamó la atención que [durante la alcaldía] se me tildara con desprecio de buenista. (…) En la vida civil aceptamos que haya empatía, pero en la política implica chanza y desprecio”, explicó.

Su pareja de escenario elevó el debate hasta términos difícilmente comprensibles, al menos para la que escribe. “Contornos semánticos vagos”, “intento evitar miradas panorámicas”, “no me interesa la mirada dialéctica”, “la filosofía de proximidad tiene como núcleo al prójimo”, “el verbo es más importante que el sustantivo; más concreto, más radical”. Fue como salir a jugar al campo sin haber calentado antes en la banda. “No sé si te he entendido bien”, dijo Carmena tras la primera de las intervenciones de Esquirol.

Dicho lo cual, la charla fue una reconciliación con la palabra debate. Fueron 90 minutos de partido llenos de teoría bellísima complicada de llevar a la práctica. Fue como salir del día a día para meterse en una cama hiperbárica para restaurar los niveles de oxígeno.

"Hay que hacer más mundo y evitar las inmundicias. Política es hacer del mundo más casa"

Se habló más de bondad y proximidad que de resistencia. El público era, en su mayoría, como el título de aquel disco de Miliki: 'A mis niños de 40'. Para arriba, hay que añadir. Muchas más mochilas que bolsos. Atentos y educados, aprovecharon el momento de las preguntas para decirle a Manuela Carmena que la echan de menos.

Ella, sonriente, entró poco al trapo. Estaba allí para decir que es una lástima que en las empresas se seleccionen conocimientos y no a buenas personas. Para preguntarse si es la bondad una cualidad que se busca en el político.

Esquirol: “Hay que hacer más mundo y evitar las inmundicias. Política es hacer del mundo más casa”.

Carmena: “La expresión es muy interesante, pero muy difusa”.

​Ni parpadear

El público ni parpadeaba. Esquirol remató con dos cosas que sí entendí. “El individualismo es la degeneración del individuo” y “el egoísmo es la degeneración del yo”. La ex regidora de Madrid aprovechó para atizar a los tertulianos, capacitados todos para un “yo teatral”.

A las 20:30, el paseo del Prado estaba lleno de gente. Imposible sentarse en los autobuses de la EMT, repletos de gente que probablemente haya entrado a trabajar 11 o 12 horas antes. Vete tú a hablarles de mirada panorámica, de restaurar la bondad.

Fue un lujo escucharlos, pero más lujo aún es tener tiempo para intentar comprenderles.

Manuela Carmena desconfía de las personas que van siempre bien peinadas. Dice que es síntoma de que pisan poco la calle y así se libran del viento, de la humedad que todo lo enfosca, del alboroto. “Madrid es una ciudad charlatana. Basta con ir en el metro para comprobarlo. Ahora me han fastidiado con el cierre de la línea 4”, dice. La audiencia la mira embelesada, público fiel, que la añora por lo que pudo haber sido. También por lo que pudo haber hecho.

Manuela Carmena