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Ángeles Caballero

Ideas ligeras

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Otro 'no' día de la mujer trabajadora

Un día nos pusimos a hablar porque compartimos un sofá. Y a cada lado, nuestras madres. Una frase y media me bastó para detectar su suave acento andaluz

Foto: Una mujer, trabajando en la limpieza de un edificio. (EFE)
Una mujer, trabajando en la limpieza de un edificio. (EFE)

Lita no supera los 165 centímetros de altura ni los 50 kilos de peso. Siempre lleva tacones y el pelo corto. Antes rubísimo, ahora blanquísimo, con un aire a Lola Herrera. Es impecable en el saludo y en las formas, camina con paso firme y sonríe a cada poco. Lleva siempre los labios pintados y nunca olvida una cajita plateada en el bolso.

Lita es la heroína de muchos ancianos. Los que la esperan a diario para recibir la comunión de sus manos. Decenas de obleas que guarda en esa caja y que reparte en su ruta particular por residencias.

Saluda a todos, con todos reza. Habla de achaques, de la vida ajetreada que lleva y de los cientos de 'el cuerpo de Cristo' que lleva a sus espaldas. A veces, cuando intuye que la cosa se nubla, tararea una canción de misa, o un villancico si es Navidad. Forma parte del paisaje diario de cristianos y de ateos. De residentes, de empleados, de cuidadores y familiares. Es SuperLita, sacerdotisa laica, la que parece que nunca llora.

Lita es la heroína de muchos ancianos,que esperan a diario recibir la comunión de sus manos. Decenas de obleas que reparte en su ruta por residencias

También está Lourdes. También menuda. Como si el mundo fuera de las que no llegamos al 1,70. Rubia, campeona del mundo en hacerse trenzas, se parte de la risa mientras trabaja. Me pregunto si son compatibles sus carcajadas con el cuidado de cuerpos blandos y enfermos, de cabezas que hace tiempo viven en otro planeta, de personas que dejaron de ser quienes eran. A veces la besan, a veces se le rebelan. Pero Lourdes siempre sonríe. Aunque llueva.

Y María Jesús. Pelo castaño, ojos claros. Siempre acompañada del carro de la limpieza, va de cuarto en cuarto dejándolo todo reluciente. Se para siempre para saludar mientras sujeta la mopa, da besos sonoros. A veces la he visto en el autobús. A veces me ha visto llorar. A veces la he abrazado en cuanto he visto asomar su hombro. A veces nos hemos reído porque en las mayores penas siempre hay un poco de surrealismo al que amarrarse.

El día que Esperanza se cortó el pelo me costó reconocerla. Luego me confesó que le costó tiempo asumir que la mujer del espejo era ella. Lo bueno de sus rizos cortísimos es que dejan ver el azul de sus ojos y su mirada permanentemente vidriosa. Como si fuera a echarse a llorar, como si quisiera compartir contigo el mejor chiste del día. Durante mucho tiempo, nuestro contacto era mínimo. Un hola quizá, o puede que buenos días. La eterna acompañante. Quizá nos buscamos con la mirada sin saberlo.

Esperanza es abogada, tiene dos hijos, y de todo lo que lleva visto y oído, da para una novela. Una frase me bastó para detectar su suave acento andaluz

Un día nos pusimos a hablar porque compartimos un sofá. Y a cada lado, nuestras madres. Una frase y media me bastó para detectar su suave acento andaluz. Yo necesito poco para soltar carrete, con ella el ‘ejque’ tardó poco en salir. Tenía en la residencia a sus suegros y a sus padres. Le queda su madre, que parece vivir en un eterno silencio y a la que acaricia constantemente las manos.

Ya sé que es abogada, que tiene dos hijos, que de todo lo que lleva visto y oído da para varias novelas. Una mañana de este invierno salimos a la vez de la visita diaria. Ambas llevábamos ese día dosis extra de culpa y de dolor a las espaldas. Nos preguntamos si era temprano para pedirse un gintónic, nos reímos, pero ese día ganaron las prisas. Nos dimos el teléfono. Nos debemos un rato a solas. Sin pensar en cuidarnos salvo a nosotras mismas. Con un gintónic, unas aceitunas o un karaoke. O quizá nada de eso, y nos baste con tomar el sol en cualquier parque hasta que nos pique la cara.

Son las mujeres que cuidan. Son mis heroínas del 8-M. Lo seguirán siendo el resto del año.

Lita no supera los 165 centímetros de altura ni los 50 kilos de peso. Siempre lleva tacones y el pelo corto. Antes rubísimo, ahora blanquísimo, con un aire a Lola Herrera. Es impecable en el saludo y en las formas, camina con paso firme y sonríe a cada poco. Lleva siempre los labios pintados y nunca olvida una cajita plateada en el bolso.

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